Orbis Tertius, vol. XXVII, nº 35, e242, Mayo - Octubre 2022. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Nora Domínguez, El revés del rostro. Figuras de la exterioridad en la cultura argentina. Rosario, Beatriz Viterbo, 2021, SQG, 256 páginas

Julia Kratje
Cita recomendada: Kratje, J. (2022). [Revisión del libro El revés del rostro. Figuras de la exterioridad en la cultura argentina por N. Domínguez]. Orbis Tertius, 27(35), e242. https://doi.org/10.24215/18517811e242

¿Cómo habla un rostro? ¿Cuáles son sus lenguas, sus entonaciones, sus ademanes? ¿Puede un rostro descifrarse o acaso preservarse u olvidarse de una vez y para siempre? Si el rostro es la cara visible de nuestras visiones insondables, ¿cuáles son los límites de sus metamorfosis y desfiguraciones? En definitiva: ¿qué puede un rostro? A cada paso, las preguntas desplazan lo que vemos y lo que nos mira, los espejos que refractan y las pantallas que aíslan, los registros de la violencia y las mutaciones del cuerpo individual y colectivo.

El libro de Nora Domínguez comienza con una imagen impactante: “el monstruo de Amstetten”, un hombre de 73 años acusado de incesto, secuestro, sometimiento y asesinato, se cubre el rostro para evitar que los flashes logren capturar alguna conmoción, tal vez culpa, vergüenza o cobardía. Su rechazo a ver y ser visto pone al descubierto que el rostro es la superficie donde esa dualidad entrecruza expresiones y ocultamientos, marcas singulares e intersubjetivas. Es que el rostro, en su condición de artefacto textual, es una arena de conflictos estéticos, sociales, culturales y políticos que definen e identifican al sujeto. “El abanico de las emociones y afectos, cómplice de las infinitas posibilidades del rostro, coloca esta reflexión en un campo que tendrá principalmente a la cultura argentina contemporánea como el fondo, nunca pleno ni neutral, sobre el que los rostros tallarán significados estéticos, sociales y políticos. Si bien los rostros están inmersos en una lógica de la representación, en las fórmulas que ejecutan semejanzas o desvíos, por su índole exterior también asumen presentaciones. El juego que los funda combinará estas dos lógicas: la de la presentación y la de la representación” (p. 13).

Así es como Domínguez piensa el rostro en tanto figura liminal, que adquiere su momento de mayor intensidad en el encuentro cara a cara: un intercambio que descubre en la medida en que esconde. Gilles Deleuze, Félix Guattari, Giorgio Agamben, Emmanuel Lévinas, Belén Altuna, David Le Breton, Jacques Derrida y Jacques Aumont señalan el recorrido inicial a través de concepciones del rostro en el contacto entre el yo y el otro, que es siempre una relación ética. En la introducción, en los cuatro capítulos, en la coda y en el epílogo, cada punto de inflexión entre los textos literarios y visuales, sobre todo aquellos que se vuelven capaces de hacer frente a la imposición de un único rostro, expande las posibilidades de comprender sus vínculos con el poder. Georges Didi-Huberman, John Berger, Griselda Pollock, Julia Kristeva, Hélèn Cixous, Jean Copjec, Laura Mulvey, Teresa de Lauretis, Mary Ann Doane, Kaja Silverman son apenas algunos de los nombres que se van incorporando al prisma con el que se multiplican los rostros y sus proyecciones ficcionales, imaginarias, comunicativas, expresivas y eróticas. “Tener un rostro —la mirada que se desliza hacia afuera y aquella de la que es objeto— constituye entonces una reivindicación del derecho a ser viviente que no se puede desdeñar, sobre todo, cuando lo portan ‘minorías’, sujetos vulnerables, excluidos o físicamente dañados” (p. 19), escribe Domínguez.

La cuestión de la belleza femenina frente al espejo, cercada entre el autoexamen y su resultado afectivo, el agrado o el desagrado, la vanidad y su condena son tópicos que en el primer capítulo reciben una atención focalizada en una video instalación de Nicola Constantino, en contrapunto con pasajes de Clarice Lispector, Silvina Ocampo, Norah Lange, Beatriz Guido, Marta Lynch, María Luisa Bombal y Victoria Ocampo. “En épocas cuando el autorretrato se liberó de las ataduras a un referente con valor de original y que el concepto de belleza sufrió numerosos embates para quedar final y fundamentalmente en el siglo XX amarrado y administrado por los cánones de la moda y el mercado, ¿podríamos acercarnos a Vanity-Tocador sin reparos, sin sospechas?” (p. 43). La mirada seduce y aterra, la belleza provoca daño y adoración, la figura de Medusa se desconcierta.

El capítulo siguiente opera casi como reverso del anterior: ya no el encanto sino el rostro atacado, destruido, quemado, y la dolorosa reconstrucción quirúrgica de la carne que padece el personaje de Eligia Gageac en la novela de Jorge Barón Biza, El desierto y su semilla. Pero el estudio no se detiene en esos avatares sino que prolonga la ficción: Más allá de los datos de la historia política que aparecen en la novela, me gustaría inventarle a El desierto y su semilla una serie futura, una genealogía política conjetural a través de la cual pulsar otros significados de índole anacrónica que la vinculen con los crímenes del patriarcado y las visibilidades públicas de las décadas siguientes (p. 110). Domínguez asesta un golpe maestro de la libertad creativa para provocar e imaginar otras coordenadas políticas y personales alrededor del rostro como cifra de sentidos de una cultura: “Es allí en este impenetrable espacio de sombras donde las razones resultan insondables y el femicidio aparece como la categoría que cincuenta años después puede ofrecerse como válida y explicativa” (p. 116). La crítica literaria feminista es ejercida como acto de subjetivación.

Dar la cara y poner el rostro por otro implica comprometerse, tomar posición, también denunciar injusticias. En tal sentido, como se explora en el tercer capítulo, el peronismo solicita un rostro: una imagen de la nación. La manipulación del cuerpo de la mujer para su íntegra conservación encuentra en el cadáver de Eva Perón el epítome de una obsesión por el rostro especialmente insidiosa. ¿Cómo devolver al rictus inerte su perdida vitalidad? El cuerpo se vuelve parte del artilugio político en la encarnadura del mito, que desdeña el paso del tiempo, la inevitable descomposición, y llega a nuestros días a través de la propagación infinita del rostro de Eva en el billete que promete “un instante hacia la eternidad”. Su perfil no refleja una interioridad, sino que actualiza disputas insalvables. Domínguez indaga las ominosas peripecias del cadáver y las facetas emblemáticas del mito, así como los lugares por donde se movieron sus adversarias políticas, Clotilde Sabattini y Salvadora Medina Onrubia, quienes en mítines anarquistas y socialistas también pusieron el cuerpo desenvolviendo “un enorme esfuerzo emocional y un acto de arrojo y de transgresión de las mujeres políticas para atravesar el momento de las exteriorizaciones públicas” (p. 184).

“Políticas del rostro”, “Desfiles de rostros”, “Dar las caras”, “Las caras incalculables del mito”, “Los rostros de la pandemia”, títulos exactos y evocadores, señalan un camino firme y a la vez invitan al zigzag. Del plano general al plano detalle y los primeros planos que, en este libro, son el rostro mismo de la crítica literaria feminista, Domínguez estudia artefactos textuales y detecta distorsiones, piensa imágenes y encuentra inestabilidades, explora estereotipos y descubre fisuras que desafían el canon excluyente y los enfoques conciliadores, al proponer miradas excéntricas en torno a problemas que arrastran larguísimas tradiciones pictóricas, literarias, cinematográficas, políticas, mediáticas, asuntos de la vida cotidiana e historias extraordinarias. “Hay otra lectura posible” (p. 54), insiste Domínguez, cada vez.

En el cuarto capítulo, tomando como punto de partida una usina de rumores amplificados por el archivo peronista, se demuestra hasta qué punto la mirada funciona como proximidad y también como separación, enlazando dramas subjetivos y relaciones de poder, de subordinación, desigualdades y antagonismos, como los que se plasman en las modulaciones del vínculo entre amas y criadas. “Enfrentamientos” se titula este capítulo, que la autora dedica a su abuela Lola, “joven, migrante y gallega, que trabajó sirviendo a una pareja de ingleses”. “Enfrentamientos”: la palabra, que desangra jerarquías y contiendas, deriva de la parte superior de la cara y sus ramificaciones: frente, frontal, frontón, afrentar, confrontar, frontera, fronterizo. Entonces: enfrentar, poner la cara, ir al frente, encarar el conflicto. De eso se trata. “El niño asado y otros mitos sobre Eva Perón”, el ensayo de la psicoanalista Marie Langer, oficia de entrada a una serie de reflexiones sobre los temores de clase y las disputas semióticas entre sectores sociales y políticos opuestos, que algunas ficciones literarias provocan anudando el orden de la reproducción, las vicisitudes del delito, los engranajes biopolíticos y las risas plebeyas. Las figuras de criadas, niñeras, institutrices, sirvientas, amas de llaves y trabajadoras domésticas, que proliferan en géneros populares, melodramas y telenovelas, reciben una mirada descentrada de las estéticas más o menos realistas o costumbristas en la producción narrativa de Victoria Ocampo, Silvina Ocampo y Norah Lange, pioneras de un corpus repleto de puntos suspensivos en cuanto a los significados inestables, complejos y mutantes que se dispersan por diferentes discursos y escenas protagonizadas por mujeres de clases sociales diferentes, capaces de “pulsar el orden de los afectos que se tienden en los recovecos de las relaciones” (p. 204).

¿Cómo leer esos órdenes literarios y políticos? Domínguez parecería responder, justamente: desordenando los modos de ver que instituyen determinados marcos que hacen legibles los rostros, para escuchar “la presencia absoluta de la voz que no puede sino nombrarse y ocultarse con la carnalidad del cuerpo de la oprimida” (p. 219). Y lo enuncia de manera rutilante trazando un arco de alianzas y pugnas que llega hasta nuestros días: “Precariedad e inseguridad son lugares densos de poder para la formación de los sujetos. Los marginalizados tienen un potencial amenazador y peligroso, mientras la precarización en las sociedades contemporáneas neoliberales es un instrumento político-económico normalizado. El trabajo poco o mal remunerado de las mujeres en el área de reproducción de la vida cotidiana anuda capital y trabajo en relaciones marcadas claramente por distintas formas de explotación. Este trabajo feminizado, desvalorizado, domesticado, marcado por la carencia y la precariedad no las vuelve amenazantes para la seguridad pública, ya que su aislamiento probablemente no las tendrá como protagonistas de revueltas callejeras. Sin embargo (…)” (p. 228).

Cerremos comillas acá. “Sin embargo”: cuerpo a cuerpo con los textos, las pinturas y las películas que orquesta y desconcierta, Domínguez lee los pilares que sostienen la cara visible de la sumisión, del trauma, de las violencias, llevando la mirada a los anacronismos, las sinuosidades, las fugas y las supervivencias de esos enfrentamientos. Desde aquellas figuras homenajeadas en la dedicatoria: Ana Amado, Josefina Ludmer y Sylvia Molloy, en la obra de Domínguez la crítica literaria se revela como un modo de leer situado, apasionado, donde las caras contradictorias y conflictivas de la escena cultural contemporánea se despliegan con todos sus matices, al margen de concesiones, encontrando afinidades inesperadas y salidas vitales.

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