Orbis Tertius, vol. XXVII, nº 35, e241, Mayo - Octubre 2022. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Pablo Gasparini, Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa. Rosario, Beatriz Viterbo, 2021, Ensayos críticos, 335 páginas

Maya González Roux
Cita recomendada: González Roux, M. (2022). [Revisión del libro Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa por P. Gasparini]. Orbis Tertius, 27(35), e241. https://doi.org/10.24215/18517811e241

Son muchos los escritores que, a lo largo del siglo XX –y, a decir verdad, no solo en ese siglo–, sintieron que su lengua, la lengua en la que escribían, ya no les era propia. Escritores que, de algún modo, se sintieron huéspedes en una lengua al abrigar un doble sentimiento opuesto: el de ser los invitados y, al mismo tiempo, los anfitriones de una lengua, tal el doble sentido del término huésped. Precisamente, el propósito del libro Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa de Pablo Gasparini es indagar en distintas experiencias literarias de algunos huéspedes de la lengua situados en una frontera lingüística, y revelar, en el mismo movimiento, la complejidad de toda pertenencia lingüística. Las escrituras de Xul Solar, Bustos Domecq, Antonio Porchia, Gombrowicz, Copi, Néstor Perlongher, Rodolfo Wilcock, Héctor Bianciotti, Juan Gelman, Laura Alcoba y Sylvia Molloy son interpeladas para escuchar en ellas las distintas voces y sonoridades, para leer los distintos léxicos de lenguas que iluminan, en consecuencia, el carácter discontinuo que existe entre el territorio, la lengua y una literatura, en la perspectiva de la noción ampliamente conocida de extraterritorialidad de Steiner (1969). Sin embargo, no se trata de “casos”, como anuncia en las primeras páginas Gasparini, sino de “acontecimientos de alteridad” signados, todos ellos, por un proyecto estético. Leerlos de ese modo supuso, por un lado, detenerse en la singularidad de cada experiencia literaria, remarcando su alteridad constitutiva y, por el otro, abordarlos de forma conjunta, bajo un mismo marco teórico, el del psicoanálisis y la sociolingüística.

De este modo, esta larga y minuciosa investigación supuso pensar la noción de lengua materna como aquella en la cual “para el hablante, la madre ha sido prohibida”, como definió el psicoanalista Charles Melman (1992) y que Gasparini cita, esto es retomar una noción que pone el foco en la alteridad como rasgo constitutivo del sujeto. Pero, además, la presente investigación regresa a ciertos problemas apuntados por los estudios glotopolíticos de la crítica cultural latinoamericana. La perspectiva glotopolítica, que entiende la lengua sobre todo como “una construcción gramatical y política” y que permite observar las distintas acciones que una sociedad ejerce sobre el lenguaje–como, por ejemplo, el establecimiento de ciertas reglas gramaticales (Louis Guespin y Jean-Baptiste Marcellesi 1986)–, es la que guía la geografía privilegiada por Gasparini: la pampa argentina, marcada fuertemente por las migraciones y los exilios, y que se presenta, en consecuencia, como un espacio de conflicto y tensiones entre lenguas.

Justamente, es en el puerto, lugar desde el que ingresaron los nuevos ritmos, donde se inició la desestabilización de ese orden lingüístico que se quería consolidado y que se resistió a aceptar la llegada de “la vocinglera energía” y la “universal chusma dolorosa”, como escribió Borges en el prefacio original, más tarde suprimido, de la primera edición de Fervor de Buenos Aires, palabras elegidas por Gasparini como epígrafe de su propio Puerto. A la “universal chusma” del Puerto se le contrapone la feroz norma dictada por el Diccionario. No se trata, sin embargo, de una simple oposición, sino que ambos, Puertos y Diccionarios son interdependientes (subrayemos el plural de los dos términos en el título): lo portuario es lo que el diccionario prohíbe y este, a su vez, es el resultado inevitable de lo que poco a poco escapa del puerto y encuentra una legitimación. Entre uno y otro, remarquemos, hay dos sutiles puntos. Puertos: Diccionarios, prefirió titular el autor. En esa pausa que señalan los dos puntos se cifra el paso del puerto hacia el diccionario, de lo agramatical a la corrección señalada por la lengua literaria legítima. Pero hay más, porque esas fluctuaciones y variaciones de las lenguas son estudiadas desde la pampa, preposición elegida de manera deliberada ya que hace sentido a lo largo de todo el libro. Es desde la materialidad de cada texto y desde el campo de la literatura argentina que se inicia la reflexión de Gasparini–reflexión que, al elaborarse desde un lugar específico, la ciudad de San Pablo, ofrece un carácter singular, una valiosa exterioridad, a la lectura crítica del autor– para entrelazar diversas literaturas y lenguas y sellar, en el mismo gesto, la naturaleza comparativa de este libro. En este sentido, la preposición desde marca menos un inicio que un perpetuo movimiento que permite continuar pensando este corpus y que es, precisamente, otro de los propósitos del presente libro.

El marco de la glotopolítica, como se anunció antes, es sustancial en todo el recorrido crítico del libro y muestra de ello es el capítulo de apertura que se entrega a Ángel Rama y su inaugural mapa glotopolítico con el que leyó lo local en el poeta César Vallejo. Así, por ejemplo, Gasparini observa cómo Vallejo encontró en palabras de diverso origen una fuerza de expresión que incluso su propia lengua no conseguía crear. Entonces, cabe preguntarse si detrás de ese hallazgo de Vallejo no habría otro mapa glotopolítico, sin jerarquías entre centros y periferias, apunta Gasparini, sino un mapa que dé cuenta del “carácter inerme de todo territorio e identidad, incluso, el carácter inerme del territorio que se supondría más sólido y previsible: el de la propia lengua.” (“Rama glotopolítico: complicidad y dependencia lingüística en las vanguardias hispanoamericanas”, p.52-54). Después de estas primeras páginas que funcionan casi como una gran introducción crítica desde el campo cultural latinoamericano, las páginas siguientes se focalizan plenamente en el campo de la literatura argentina. En los diarios astrales de la década de 1920 de Xul Solar, San Signos, Gasparini lee la forma en que el artista plástico, como un contrabandista de sonoridades, logra que aquellas sonoridades de la inmigración sean visibles, un gesto que lo distancia de la vanguardia criollista que optó, por el contrario, prescindir de ellas (“Contrabandos picto-acústicos: Xul Solar en criol”). Como un perfecto contrapunto, el siguiente análisis se combina perfectamente, por su magnífica oposición, con el gesto de Xul Solar y la creación del criol, al indagar el surgimiento del cocoliche vinculándolo con la aparición de un nuevo sujeto social, el trabajador peronista de los suburbios (“Manifestaciones: lo popular como lalangue según Bustos Domecq”). La pregunta acerca del lugar que tuvieron las lenguas de la inmigración en la literatura argentina continúa en los dos capítulos siguientes: en primer lugar, los exquisitos aforismos de Antonio Porchia, sus “voces” como él los llamó–por ejemplo, la siguiente voz que, de un plumazo, traza toda su autobiografía: “Mi padre, al irse, regaló medio siglo a mi niñez”, uno de los primeros aforismos de sus Voces–, y su obsesivo, arduo, incesante trabajo de corrección (“Correcciones: voz y voces de Porchia”). A continuación, el capítulo cinco, Gombrowicz y la traducción como el “desafío de la sobrevida”, entendida esta como un “rejuvenecimiento, [un] devenir del que Gombrowicz confiesa sentirse afectado durante su exilio sudamericano” (p. 110, “Rejuvenecimientos: Gombrowicz y el polaco extramuros”). Estos primeros cinco capítulos forman una suerte de primera parte que busca subrayar “el carácter refractario de la zona más legitimada de la vanguardia argentina” que desterró “los materiales de la inmigración […] al inframundo literario” (p. 29).

Copi y Perlongher se proponen como capítulos bisagras: “Del desmadre y la prótesis en el francés de Copi” regresa sobre los aportes de la inmigración y, al estudiar L’uruguayen y Le bal des folles poniendo el acento en el vínculo entre la lengua –el “frañol” de Copi– y la “performance identitaria”, Gasparini busca entender al autor como “la vanguardia popular”, poniendo énfasis en “los aportes inmigratorios”. Al frañol de Copi le sigue el gozoso portuñol de Perlongher, una experimentación estética que permitiría volver sobre lugares y objetos, apunta Gasparini, convertidos en significantes sagrados. No se trata, por lo tanto, de la presencia de una lengua en otra, de enriquecer una con los aportes de la otra, sino de un trabajo con otra lengua no central como es el portugués (p. 170-171, “Resbales: o Néstor y el portuñol”): es decir, retomando las palabras del propio Perlongher en su texto “El portuñol en la poesía” (1984), no es el portuñol como “error o interferencia, sino que su uso compor[ta] un sentido pleno, positivo” en la escritura poética. Los capítulos que siguen, sobre Wilcock y Bianciotti, ganan en fuerza al ser leídos en contraste con los anteriores: el arte de la corrección obsesiva de Porchia –del italiano al castellano– se contrabalancearía, por lo tanto, con la “depurada lengua italiana” de Wilcock, un ideario lingüístico que ya aparecía en la poesía argentina del autor y que también guió su trabajo como traductor –de esta forma, del castellano “que ya no da[ba] para más”, como habría confesado Wilcock al anunciar su partida, al italiano (p. 194-197, “Disonancias (clásicas): Wilcock y la artificiosa pureza del toscano”). Por otro lado, evidentemente el francés reúne a Copi y Bianciotti y marca recorridos distintos de apropiación y trabajo con la lengua y, por sobre todo, de jerarquías de lenguas que Bianciotti, hijo de inmigrantes piamonteses, vendría a confirmar en su elección del francés y no del italiano como lengua de escritura (“Fetichismos: el espadín de Bianciotti”). A su vez, es posible leer estos dos últimos estudios sobre Wilcock y Bianciotti de forma conjunta por tratarse, tal como indica Gasparini, de territorializaciones en la lengua extranjera más o menos armoniosas a pesar de ser proyectos literarios profundamente diferentes.

El contexto de los años posteriores a la dictadura reúne los siguientes dos capítulos, centrados en Gelman y Alcoba. “Calcinaciones: Gelman en sefardí” se detiene en el libro dibaxu signado por una relación entre el pasado y el presente que también Gasparini observa a la luz de las lenguas elegidas por el poeta para su escritura, el sefardí y el castellano. El foco en la traducción –en dibaxu Gelman resignificó su propio trabajo en sefardí, lengua del exilio, de la dispersión y también de la traducción–, despunta una vez más en el capítulo dedicado a Laura Alcoba y su novela Manèges. Petite histoire argentine, escrita en francés, lengua que la autora siente como un refugio al escribir con ella el trauma, imposible de expresar en la lengua materna de la autora, el castellano. Gasparini analiza en detalle la traducción al castellano realizada por el escritor Leopoldo Brizuela para dejar ver las intervenciones de este sobre el texto literario que revelarían la figura de un traductor que, por sobre todo, “media en el hiato entre enunciado y enunciación intrínseco a todo relato que convo[ca] la máscara o la lectura autobiográfica” (p. 265, “(des)Embutes: Alcoba por Brizuela”).

Finalmente, el último capítulo se centra en “el acento como implacable distintivo” que, en el caso de la biografía de Sylvia Molloy o, dicho mejor, de la novela familiar que ella pergeña, no es ajeno a las discusiones culturales de la Argentina de los años 1920. No mezclar los acentos, un mandato familiar que la niña Molloy siempre respetó, significa mantener esa leve diferencia que separa al inmigrante del extranjero, anota Gasparini, una diferencia que, de evaporarse, equivaldría a hablar con “ese repudiable ‘cocoliche’” y, en consecuencia, a sufrir un “desclasamiento social” para aquella época (p. 284-285, “Shibboleth (ensayos de pasaje): Vivir entre lenguas de Molloy”).

De esta forma, los doce capítulos que componen Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa enuncian una única tesis, la del encuentro con el Otro. Ese Otro presente en todos nosotros, ese extranjero que nos habita, de acuerdo con las hipótesis de Kristeva que hacen eco en las reflexiones de Pablo Gasparini (p. 33). Tesis exquisita y profunda, desarrollada en diálogo continuo con un fuerte aparato crítico, Puertos: Diccionarios es un libro sin duda significativo en el campo de los estudios literarios, pero, sobre todo, en estos tiempos aciagos y de fundamentalismos identitarios, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza y nos recuerda que todos somos huéspedes de y en nuestra lengua.

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