Orbis Tertius, vol. XXVII, nº 35, e238, Mayo - Octubre 2022. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Sabine Friedrich, Annette Keilhauer y Laura Welsch (eds.), Escritura y traducción en América Latina. Diálogos críticos con Andrea Pagni. Frankfurt-Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2021, Estudios Latinoamericanos de Erlangen, 303 páginas

Patricio Fontana
Cita recomendada: Fontana, P. (2022). [Revisión del libro Escritura y traducción en América Latina. Diálogos críticos con Andrea Pagni por S. Friedrich, A. Keilhauer y L. Welsch (eds.)]. Orbis Tertius, 27(35), e238. https://doi.org/10.24215/18517811e238

La muy cuidada edición de este libro, que estuvo a cargo de Sabine Friedrich, Annette Keilhauer y Laura Welsch, responsables también de la “Presentación”, se advierte aun en la cubierta, para la que se eligió, muy pertinentemente, un cuadro de Xul Solar titulado “Puerto azul”. En esa imagen portuaria que, como informan las editoras, Xul pintó en 1927 luego de una extensa estadía en Europa, de la que llegó con sus primeros cuadros y muchos libros, de alguno de los cuales además tradujo fragmentos que se publicaron en la revista Martín Fierro, se cifra uno de los denominadores comunes que ligan los once ensayos que reúne este libro: el estudio de la práctica de la traducción en América Latina. Y esto porque la noción de viaje que ilustra ese “Puerto azul” es una a la que recurren una y otra vez los conceptos que utilizan los estudios de traducción que compila este libro: por ejemplo, los de cultura de partida y cultura de llegada o, por mencionar solo uno más, el de lengua meta. Por lo demás, la traducción siempre implica el viaje, real o figurado, de libros y autores. Podría decirse, entonces: la traducción entendida como viaje o el viaje como metáfora de la traducción. Pero además, ese “Puerto azul” envía también al otro elemento que anuda, aún más íntimamente, los trabajos que reúne este volumen: ellos resultan, directa o indirectamente, del diálogo crítico, como lo anuncia también la cubierta, con la producción de la investigadora y docente Andrea Pagni, una que se ocupa desde hace décadas tanto de la literatura de viajes consagrada a América Latina como de la historia de la traducción en esa porción del continente (y, por supuesto, del cruce ente ambas). Este libro es, por tanto, y de manera prioritaria, la celebración de una biografía intelectual —la de Andrea Pagni— que, de manera fragmentaria, en sus páginas además se reconstruye y celebra. Ese lazo entre viaje y traducción que postula la tapa reaparece, por lo demás, de manera también prístina, en el último trabajo que recopila este volumen, cuya autora es la propia Pagni, y que se titula “Libros que viajan: relatos de viaje en traducción”.

La voluntad de reconstruir esa biografía intelectual y evaluar su relevancia es en especial evidente en el primer trabajo del libro, “Una historia de América Latina a través de la traducción”, en el que Patricia Willson, a partir del comentario de algunos aportes de Pagni —no solo artículos sino también intervenciones en congresos o jornadas como ponente y aun organizadora—, hace hincapié en ciertas características de sus intereses profesionales, por ejemplo, y entre otros, la insistencia en la condición heterónoma de toda traducción, la relevancia indispensable del contexto a la hora de reflexionar sobre ella —o, con más precisión, la relevancia de la “doble contextualización” (p. 26)— y la certidumbre de que el interés en estas cuestiones no debe ser de naturaleza prescriptiva: es decir, que no debe tener como objetivo —como triste objetivo— dictaminar si una traducción es buena o mala, fiel o infiel. Al respecto, debe decirse que no todos los artículos de este libro están consagrados a, como anuncia el título, la traducción en América Latina: uno de ellos, por ejemplo, examina la traducción al ídish, en la URSS y en la década de 1930, de algunos poemas de Pushkin; otro, la traducción de la obra de Juan Rulfo al idioma tamil en la India. Así, el propio libro alude de manera indirecta a que el interés por la traducción —una práctica que presupone cruces, diálogos, contactos, desplazamientos o malentendidos— entraña siempre una puesta en crisis o una transgresión de toda noción estricta de límite o división (por ejemplo, entre unas y otras literaturas nacionales). Todos los artículos, en cambio, ratifican la productividad de las premisas de la labor de Pagni que Willson repasa en este primer texto. En efecto, cada uno insiste a su modo en la importancia del contexto para abordar el estudio de toda traducción y, así, elude la tentación de la fácil evaluación cualitativa. Todo ellos, una y otra vez, insisten por tanto en el dónde y el cuándo a los que corresponden los misceláneos materiales textuales que analizan (traducciones de poesías, de novelas, de ensayos, de textos académicos, etcétera): vale decir, se demoran en el análisis de las coordenadas espaciotemporales que determinan siempre cualquier empresa traductora.

El libro está compuesto, además del de Willson, por otros diez artículos. El segundo, de Alejandrina Falcón, pone en evidencia una vez más aquello que recién denominé coordenadas espaciotemporales de una traducción (otro modo de referir a la contextualización). El trabajo de Falcón reconstruye pormenorizadamente la actividad traductora de la Editorial y Librería Goncourt. Para hacerlo, esta investigadora le da especial importancia no solo a la ciudad donde esa editorial llevó a cabo su labor —Buenos Aires— sino también a la zona específica donde eso ocurrió: el Barrio Norte. En este sentido, cuando Falcón delinea los diferentes tipos de traductor que empleó esta editorial porteña, al referirse a Silvina Bullrich, a la que ofrece como ejemplo de “traductora escritora”, indica que su labor para esa editorial precisa, al ser analizada, de no olvidar que era “vecina y amiga del barrio y de los libreros y lectores” (p. 55). Este trabajo, además, agrega datos a la biografía intelectual de Pagni que, como ya señalé, este libro esboza aquí y allá. En efecto, Falcón computa los trabajos de traducción —por ejemplo de La metamorfosis, de Kafka, o de las Cartas a un joven poeta, de Rilke— que una muy joven Pagni realizó para la editorial Goncourt en la década de 1970.

Los nueve trabajos restantes son agrupados en la “Presentación” en tres grupos. El primero, en el que son centrales la extraterritorialidad, la censura y la ideología en la traducción y edición, está conformado por trabajos de Enrique Foffani —sobre el vínculo de Borges con la poesía expresionista alemana—, de Griselda Mársico —sobre la colección “Estudios Alemanes” de la editorial Sur— y de Sabine Koeller —sobre la traducción al ídish de algunos poemas de Pushkin en la URSS y en la década de 1930—, al que ya mencioné. El de Foffani es ejemplo de una yuxtaposición que está en la cubierta —el título del libro, lo recuerdo una vez más, es Escritura y traducción en América Latina— y esto porque es testimonio de cómo la práctica de la traducción —en este caso las traducciones que hizo Borges de algunos poemas expresionistas alemanes hacia el final de su estadía en Europa en la segunda década del siglo XX— puede definir en gran medida una escritura futura. Para decirlo en otras palabras: cómo en el Borges traductor estaba ya agazapado el Borges escritor. La hipótesis de Foffani es que el contacto de Borges con esa poesía y su traducción marcaron su obra —la de la década del 20 (“El sustrato expresionista resulta el principio estético de sus primeros libros”) pero también la posterior— de un modo que hasta ahora no había sido estudiado de manera tan minuciosa.

Por su parte, los restantes dos artículos de esta primera zona apuntan a algo que también es una premisa en otros que recopila este volumen: la dimensión política —y aun geopolítica— de la práctica traductora. Vale decir, la condición heterónoma de toda traducción en la que hace énfasis Willson en el trabajo al que ya me referí. Traducir al ídish —a la que Koeller define como, antes que nada, una “lengua de traducción” (p. 133)— a Pushkin no resulta, entonces, un ejercicio meramente literario sino además la posibilidad cierta de ejercitar la libertad en un contexto de fuerte autoritarismo y censura (el estalinismo). A su vez, manipular los textos que se traducen del alemán —por caso, un libro de Dolf Sternberger publicado como Fundamento y abismo del poder— al español, en la Argentina posterior a 1955, revela la fuerte dimensión política —y no solo editorial: la extensión pactada para los volúmenes de la colección— que esas decisiones de recorte de los textos a traducir implicaban: una muy evidente posición con respecto al peronismo, proscripto en la Argentina por esos años, o un más general anhelo de “combatir el comunismo en América Latina” (p. 127) tanto por parte de los alemanes como de los argentinos involucrados en el diseño de esa colección.

Los dos siguientes trabajos abordan la traducción de dos autores latinoamericanos —el cubano Nicolás Guillen y el mexicano Juan Rulfo— a diversas lenguas. En el caso de Rulfo, Susannne Klengel se detiene en lo que podríamos llamar, creo que sin exagerar, una aventura idiomática: traducir Pedro Páramo y El llano en llamas al tamil, una de las lenguas que se hablan en la India. Klengel emprende esta investigación interesada no solo en ese caso puntual —Rulfo traducido al tamil— sino también acicateada por la voluntad de interrogarse sobre la circulación de literatura latinoamericana en lo que denomina, con precisión, el “Sur Global”. Su trabajo, en este sentido, no se demora prioritariamente en la circulación en inglés de Rulfo en la India. No obstante, sí precisa partir de la premisa de que las traducciones al inglés de Rulfo son “el centro desde el que se gestiona y produce significado para las lecturas tamiles” (p. 167) de la literatura de este autor. Luego, el trabajo de Silke Jansen aborda desde la antropología lingüística la poesía afrocubana de Nicolás Guillen. En principio, Jansen releva y discute la bibliografía que se ocupó del trabajo de Guillén con la oralidad de ciertos estratos sociales de la Cuba de la primera mitad del siglo XX. Luego, pero en estrecha relación con lo que plantea en esas primeras secciones, se detiene en las traducciones de la poesía de Guillen a, por ejemplo, el portugués, en Brasil, o al alemán, en la RDA. El análisis de estas traducciones se demora en la cuestión del “campo indicial” —un concepto clave de este artículo— y, más allá de este caso particular, ya desde el título, considera la traducción de poesía —la “traducción literaria”— como reescritura. La potencia política que puede asumir la traducción —y con ella la poesía, por ejemplo la de Pushkin o la de Guillén— se hace una vez más presente en estos dos artículos.

Tres escritores contemporáneos en cuya escritura el bilingüismo y aun el trilingüismo, de modos distintos, es clave —Mauro Javier Cárdenas, Fabio Morábito y Ana Kazumi Stahl— son el motivo de los dos siguientes artículos, firmados respectivamente por Laura Welsch (sobre Cárdenas) e Ilse Logie (sobre Morábito y Stahl). Como en el artículo de Foffani sobre Borges y la poesía expresionista alemana, en estos casos nuevamente aparece en este volumen aquello a lo que alude su título —escritura y traducción—, lo que implica a la vez decir la traducción como escritura . la escritura como traducción, esto último en el sentido de la potencia creadora —de la altísima productividad estética— que surge del contacto entre dos o más lenguas.

En su trabajo, Welsch no solo se demora en cómo el bilingüismo trama la novela de Cárdenas The Revolutionaries Try Again —por ejemplo, en el hecho de que el protagonista-escritor está determinado por la “experiencia de recordar y escribir en más de una lengua” (p. 209)—, sino en qué novela resultó de la traducción al español del texto original, que realizó el escritor ecuatoriano Miguel Antonio Chávez y que se publicó con el título Los revolucionarios lo intentan de nuevo. Welsch se detiene en los problemas a los que se enfrenta el traductor de una novela como la de Cárdenas y también en cómo esa traducción puede gravitar en políticas editoriales que permitan a la literatura ecuatoriana ser difundida en otros espacios más allá de las fronteras nacionales. De este modo, la cuestión del lugar de las lenguas que informa la novela y su traducción encuentra su correlato en la pregunta por la disputa por lugares de visibilidad, para ciertas literaturas, en espacios que exceden lo nacional. Por su parte, al abordar la literatura de Fabio Morábito y de Anna Kazumi Stahl, Logie se concentra en un rasgo común entre estos dos escritores —a los que denomina “autores translingües”— que radica en que si, por un lado, su “capital multilingüe” —en el caso de Morábito el italiano y el español, y en el de Sthal el español, el inglés y el japonés— no está presente en su literatura —y esto porque para ellos el español es un “objeto de deseo”— , sí aparece invertido en la construcción que cada uno hizo de su figura autoral. En ambos casos, ese multilingüismo está en la base de su “condición de extranjería” (p. 258). Estos ejemplos, por lo demás, le sirven a Logie para considerar lo erróneo que es, a menudo, oponer dicotómicamente monolingüismo y multilingüismo. Finalmente, y si bien no refiere a autores de literatura, como los dos que acabo de comentar, la colaboración de Annick Louis que completa esta zona del libro, titulada “Pensar y escribir en varias lenguas en las ciencias humanas y sociales”, se detiene en otra modulación del bilingüismo, de la condición de ubicarse entre dos lenguas: la autotraducción que realizan de sus trabajos algunos académicos que por alguna razón son bilingües y “se desplazan entre países donde se hablan los idiomas que manejan” (p. 242). Se trata —como las editoras lo apuntan en la “Presentación”— de una situación profesional que comprende tanto a la propia autora del artículo, Louis, como a Pagni (y, así, este trabajo suma al esbozo de su biografía intelectual). La consideración de estas situaciones que se realiza en este trabajo —que se adentra en un terreno no demasiado explorado, y acaso absolutamente inexplorado, por los estudios de traducción— sopesa en ellas pros y contras. Por un lado, la autotraducción involucra una cierta productividad lingüística innegable, que Louis revela cuando analiza la traducción de ciertos conceptos de una lengua a la otra: el bilingüismo como “recurso creativo” (p. 250). Por otro, la inserción en dos comunidades académicas a la vez y la consiguiente opción, estratégica u obligada, por una u otra lengua traen aparejados no pocos sinsabores que refieren a la no siempre fluida circulación del trabajo académico: “las lenguas imponen su realidad” (p. 251), afirma Louis y concentra en cinco palabras una certidumbre que recorre no solo este trabajo sino los de todo el libro.

Escritura y traducción en América Latina se cierra con una colaboración de la propia Pagni en la que, como ya indiqué, se dan cita y dialogan entre sí —el diálogo, insisto, es una clave de este libro— las dos principales pasiones intelectuales de esta investigadora y docente: la narrativa de viaje a América Latina y el ejercicio de la traducción en ese mismo espacio. Se me perdonará que aquí, en el cierre de la reseña de un libro en el que lo biográfico y lo autobiográfico aparecen una y otra vez, haga yo también una referencia personal que, en buena medida, explica por qué escribo estas líneas. Hace quince años, con mi amiga y colega Claudia Roman, emprendimos, temerariamente, la traducción al español de un travel account del viajero inglés Francis Bond Head: Rough Notes Taken During Some Rapid Journeys across the Pampas and among the Andes. Al realizarla, nos dimos cuenta del interés que, en la línea abierta por Adolfo Prieto en Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina, podía tener el estudio de la traducción al español, en la Argentina, de los relatos de viajeros que, llegados desde Inglaterra, la recorrieron en el siglo XIX. Fue así que nos interesamos en la labor traductora del multifacético Carlos Aldao, primer traductor de Head y de muchos otros viajeros ingleses, y sobre ella escribimos un trabajo que, con generosidad, fue acogido en un volumen que Andrea Pagni y Patricia Willson —vale decir, dos protagonistas centrales de Escritura y traducción en América Latina— editaron junto a Gertudis Payas: Traductores y traducciones en la historia cultural de América Latina (UNAM, 2011). Al leer este trabajo de Pagni consagrado a las traducciones al español de viajeros franceses a la Argentina como Jules Heuret o Alcide d’Orbigny, en el que, no sin alegría, advertí que considera algunas de las hipótesis que en aquel texto sobre Aldao planteé junto a Claudia Roman, no pude dejar de sentirme parte, al menos por un rato, de los diálogos con Andrea Pagni que este libro celebra y propicia. Reseñar este libro es para mí, entonces, un modo de prolongar ese diálogo. Por lo demás, el cierre de este artículo de Pagni, que es también, por momentos, y en especial en el primer apartado, una memoria o un balance de su labor académica, señala, una vez más, de qué modo el énfasis en el contexto –en estos casos, el contexto historiográfico en el que se realizaron esas traducciones– permite que se advierta la índole ineludiblemente situada —Pagni habla de “práctica situada” (p. 280)— de toda traducción. En este sentido, podría decirse que todos los trabajos de este libro, que es asimismo una intervención en los debates sobre la llamada World literature, refieren, cada uno a su modo, a diversas y apasionantes situaciones de traducción.

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