Orbis Tertius, vol. XXVII, nº 35, e233, Mayo - Octubre 2022. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Entrevista

“Y si este fuera mi último poema…” Entrevista a Mauricio Rosencof

Alejandra L. Parra

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Cita recomendada: Parra, A. L. (2022). “Y si este fuera mi último poema…” Entrevista a Mauricio Rosencof. Orbis Tertius, 27 (35), e233. https://doi.org/10.24215/18517811e233


La siguiente entrevista tuvo lugar en Montevideo el 19 de septiembre del 2019 en el domicilio particular de Mauricio Rosencof. Muchas cosas pueden decirse sobre este autor: reconocer en él al hijo de inmigrantes nacido en Uruguay en 1933, cuya familia fue diezmada en los campos de concentración del régimen nazi; al dramaturgo que retrató a los “sin tierra” marchando mano a mano con Raúl Sendic y los trabajadores de la UTAA ‒los peludos, hombres de arroz, cañeros‒; al hombre que llevó su palabra a la acción, proscripto durante la dictadura uruguaya entre los años 1972 y 1985. Durante su incomunicación continuó escribiendo en papeles de cigarrillo que resistieron a las requisas y memorizando pequeños versos como los de Conversaciones con la alpargata.1 Después de su liberación publicó junto con Fernández Huidobro el relato testimonial Memorias del calabozo (1986) y se dedicó a reeditar su experiencia como preso político, sus ficciones del encierro,2 junto con textos periodísticos y entrevistas.

Encuentro a Mauricio Rosencof yendo a buscar el diario a un puesto de revistas, minutos antes de llegar a la puerta de su departamento. Es un vecino más, representante emblemático del Movimiento Tupamaro de Liberación Nacional, que se ha desempeñado como Director de Cultura de la Intendencia de Montevideo. Mauricio atraviesa la vereda de la calle Almería, a solo una cuadra de la Rambla de Malvín, orillada por el Río de La Plata. Cada persona que encuentra a su paso lo saluda afectuosamente.

En su domicilio, comienzo la entrevista con la lectura de la “Carta de Berlín” [un poema en tres partes de Nazim Hikmet]. Ese escritor es uno de los que han ejercido mayor influencia en él.

Regreso / Pero dentro de mí está la noche de la gran separación […] El tiempo está como detenido / rígido, helado / podrías cogerlo y colgarlo de un clavo, / podrías cortarlo con un cuchillo. Es como si estuviera en la cárcel. / Y en la cárcel el más despiadado de los guardianes / es el tiempo.

Uh… Ese poema me despierta la neurona de la memoria... Nazim fue de los primeros poetas que conocí yo, cuando iba al Liceo nocturno y una piba en la agrupación me lo hizo leer. Me mandaba papelitos con poemas de Hikmet y yo empecé a escribir para darle algo, para responderle. Lo increíble es que muchos años después, a Hikmet tuve oportunidad de conocerlo. Es como si lo viera en el hotel de La Habana, después de desayunar, acomodándose el saco sobre los hombros, muy enfermo ya… Había salido después de 20 años de prisión. Había sido exiliado de su país por comunista. Hacía un calor tremendo y él sentía frío. Un enorme poeta turco, que además lleva el peso de ser un referente… un bolche de ley.

Tengo entendido que el Che también admiraba su poesía y que debido a su propia historia de vida se sentía identificado con estos poemas/cartas que Nazim le escribe a su esposa.

Seguro… Al Che también lo conocí, tengo alguna que otra anécdota con él. Y también tuve un encuentro en una isla de Grecia, con otro gran héroe de la resistencia, que plantó la bandera contra los nazis, Manolis Grezos. Yo participé en el 47 aniversario del Partido Comunista de la Unión Soviética, estaba la plana mayor para ver como seguía eso y… querían informarnos. De Argentina estaba Vittorio Codovilla, también el Che, de España Dolores Ibárruri y Valentina Tereshkova. Eso era el santuario del comunismo.

Es notable cómo todos estos recuerdos aparecen con un poema, una palabra, en este caso la carta de Hikmet abre, como dice en Las cartas que no llegaron, la llave en la puerta de la memoria. Y en ese sentido cada uno de sus textos funciona como una vuelta iterativa al ayer.

Es que la memoria funciona así. Tengo una atracción hacia los temas de la memoria muy grande porque mirá vos cómo se activa. Llegás, me das un poema de Nazim Hikmet y se despiertan, como si entraras en Google. Ponés un nombre y aparece la ficha. Es como la magdalena de Proust. Vos con el poema me trajiste el barrio, la piba del liceo, los primeros pasos en el movimiento. Una de las pocas veces que me llevaron ropa al nicho, recuerdo que me sentía en casa, en el patio, en medio de las plantas, con mi madre. Se despiertan las vivencias dormidas por asociación. Se va formando la historia como si fueran hilitos que pertenecen a una misma trama, y en cualquier momento un aroma, una palabra, un sonido provoca que salten las neuronas y los recuerdos aparecen. Uno siente que está viviendo ese momento, no que ese momento pertenece al pasado. No es uno el que va al pasado, es el pasado que se hace presente.

Y en referencia a la militancia, a esos comienzos que menciona, desde los primeros textos suyos -Los caballos, Los hombres de arroz, La rebelión de los cañeros- se nota una firme comunión entre literatura y política. ¿Se siente hermanado en ese compromiso político con Juan Gelman?

Uhhh… con Juan hemos sido compinches… comulgábamos ideas muy parecidas en aquella época, la convicción en la necesidad de la revolución… el querer ser parte de ese cambio que soñábamos. Nos encontramos después de todo aquello, durante su durísima búsqueda, en varias oportunidades, y yo sentía que lo de él era un tema de todos.

¿Se acuerda cuál fue el primer encuentro entre ustedes?

Sí, cómo no. A Juancito lo fui a recibir con el Vapor de la Carrera. Yo trabajaba en un diario… no me acuerdo, creo que El Popular, bolche, por supuesto, y él venía a cubrir las elecciones para el diario La Hora de Buenos Aires, también bolche (risas). Lo llevamos al cerro, a las reuniones… ¿Sabés cuál fue nuestra tarjeta de presentación? A un mismo tiempo Juan me entregó Violín y otras cuestiones y yo le di Los caballos que había sacado con la Editorial Sandino.

Qué revelador, el poeta ocupado en enlazar la poesía, “su violín”, con esas “otras cuestiones” ‒el albañil, el desocupado, la mujer encinta‒, y usted haciendo Teatro a punta de lanza.

Y el camino te va cruzando. Hemos compartido muchas cosas. En una ocasión estaba Juan y su compañera en un Festival… Me habían dejado mensajes. Estaba Héctor Tealdi también en Buenos Aires, que era director de teatro en una compañía que había representado una obra mía. Nos juntamos, fuimos a la milonga. Y nos reencontramos después de mucho tiempo con Juan. Antes de que apareciera Macarena. Ahí estuvimos charlando… porque en ese momento Juancito quería confirmar si a la piba la habían llevado, si había nacido el hijo o no había nacido, si era hijo o hija, nieto o nieta, y tenía como la esperanza ‒a veces el desierto te hace ver oasis‒ de que hubiera sido trasladada a otra parte por su doble apellido. De las cosas que hablamos me acuerdo eso, que me dejó erizado… Era improbable, como el sueño del pibe… Ella vino en el mismo viaje con los hermanos Julien. Entonces, se programó la ida a Uruguay, en contacto conmigo, y entré un poco en la historia. Tratamos de apoyarlo entre muchos que sentimos la obligación de hacerlo.

Usted participó activamente e incluso hizo publicaciones para manifestar su apoyo y denunciar encubrimientos.

Y… fue duro. Había que desmenuzar el camino, ya no era para conversarlo de sobremesa… Se fue encontrando alguna información. Estaba desaparecido el hijo, no tenían datos certeros de nada. Era como caminar a ciegas.

¿Todavía no había pasado lo de San Fernando?

No, después de muchas vueltas lo encontraron en el tanque a su hijo.

En la tapa de Sala 8 se ve en primer plano un tanque de aceite, ¿fue en alusión directa a Marcelo Gelman?

No, pero estaba presente esa forma como fin, porque después de la Operación Zanahoria, donde se desenterraron cuerpos, los desaparecieron…, una de las informaciones que me llegó fue que en ese operativo habían desenterrado un bidón de 200 litros. Es el que está en la portada de Sala 8, el Hospital Militar donde estuve dos veces durante mi cautiverio. Además, se describe como si fuera una crucifixión dentro de un final posible. Hay una parte que no se cuenta… ni voy a contar… Se trata de cómo se llegó hasta ahí. Fue muy duro y muy fuerte.

Además de Sala 8 hay otras reediciones del encierro como Las cartas que no llegaron, El Bataraz o Mi planeta color naranja, donde se ve claramente cómo la carta habilita un territorio íntimo que en lo cotidiano era imposible tener. En ese espacio biográfico hay un retorno recurrente a la infancia, como si en ella fuera posible recuperar la identidad. ¿Hay alguna carta literaria o real que lo haya marcado en ese sentido?

Y… en prisión una carta te definía el día. Ahora se terminó el tiempo epistolar, todo es inmediato. Estando en prisión, la que más tengo presente es una carta de mi hija que había empezado la escuela. Yo estaba incomunicado y fue el primer rayito de luz que entró al calabozo. Esa carta revoloteó, me dio energía, además… tenía una cosa que desde entonces manejo cada vez que me preguntan sobre mi vínculo generacional. Era una carta que la había tachado ‒estaba aprendiendo a escribir. Alejandra empezaba 2° de la escuela y eran sólo tres líneas y un poema. Tenía al final algo que me resultó de una belleza y una profundidad tal… Se ve que estaban leyendo textos infantiles ‒con nombre del autor y entre paréntesis fecha de nacimiento. Entonces la carta terminaba con un poema, su firma y debajo… “contemporánea”. Esa palabra cargaba un inmenso significado en ese momento.

Usted ha declarado en numerosos reportajes que esa carta inspiró la novela epistolar.

Seguro, Las cartas que no llegaron surgieron de allí. La idea de lo que era la llegada del cartero…, mi viejo esperando noticias, mi vieja aprestando el guindado. Pero fijate vos que recién en ese momento, estando incomunicado, se me vino todo eso de vuelta a la memoria. Tengo presente esa carta y otra que llegó a casa y la recibió el viejo. Llegó una carta de Francia después de la guerra, poco tiempo, meses después, y… la recibió el viejo. Esa no está en el libro. Era de una asociación internacional que recuperaba a gente que salía de los campos y la vinculaban con los familiares. Entonces nos juntamos. Él leía, mamá y yo escuchábamos. Era porque de Auschwitz había salido una hermana de él y estaba en Francia, en recuperación… Y mirá todo lo que me despertó a mí.

La relación con este legado judío, con la historia de su familia, la revolución rusa, la Shoá, está muy presente en las cartas y en cada escrito suyo. ¿Es un tema del que hay que seguir hablando?

Y sí… (Mauricio se levanta y me alcanza un pequeño programa de ópera). Fue un hecho de la gran puta, 2013, no hace tanto. Había 100 personas en escena. Federico García Vigil, para nosotros un referente emblemático, era el director de la orquesta. Participó la Filarmónica de Montevideo. Cayó al boliche, se cumplían 100 años del fascismo, me dijo esa idea. Yo estaba con gente de la generación del 45, con Carlos Maggi. Nos divertimos, la escribí así. Quería poner una figura de contrapeso, así que estaba Mussolini, como protagonista, y por otro lado Primo Levi que lejos de juzgar aparece para dar testimonio.

He leído que la figura de Levi tiene mucho peso para usted, especialmente por esa carga moral con la que asume su deber de testimoniar, de contar esa “otra historia”, al igual que lo hizo con Huidobro en Memorias del calabozo.

Sí, Levi es… ante todo, un hombre que sobrevive. Fijate que fue integrante del grupo guerrillero “Tierra y Libertad”, mandó combatientes a la Guerra Civil Española, la primera gran barricada contra el fascismo. Pensá que el veinte por ciento de los miembros de las Brigadas Internacionales eran judíos. Él salió de Auschwitz con un cuadernito donde tenía registrado todo lo que fue pasando, como un diario de memorias. En mi libro hay un apartado que titulé “Salvado para dar testimonio” donde me refiero a eso. Levi, que era socialista liberal y partidario de la lucha armada, logró sobrevivir al campo con un inmenso dolor pero sin odio. Yo creo que esa es la clave para que la historia evolucione, aprender de los errores y tener memoria. Si no hay nadie que dé testimonio es como que los hechos dejaran de existir. Esto se lo dijeron a Levi, ese era el sentido de sus escrituras. Nosotros…, salvando las diferencias, salimos de la cárcel y nos habíamos prometido ‒con el Ñato y el Pepe‒ que si sobrevivíamos, lo primero que íbamos a hacer era testimoniar… Y así fue que grabamos “Memorias”.

En su historia personal, como en sus textos, hay una vinculación permanente entre la lucha por los ideales revolucionarios ‒que lo llevó a pasar doce años como rehén de la dictadura‒ y el pasado de persecución europeo que tiene como legado. La participación de su padre en la revolución del 19, de polacos contra rusos, esa escena que describe donde lo perseguía un cosaco con un sable, la diáspora, el relato de los campos. Se pueden establecer lo que Rothberg denomina memorias multidireccionales.

Y… fijate vos cómo se entrelaza todo que en el 45, cuando el Ejército Rojo participa en la liberación de Auschwitz, hay tres figuras que yo tengo presentes y salen el mismo día: Otto Frank (padre de Ana) que vuelve esperando que sus hijas estén y no encuentra nada…, Primo Levi y la hermana de mi padre ‒Chana Rozenkopf; con eso te digo todo. Se me viene una escena a la memoria, que ocurrió durante lo que era una especie de recreo en el penal de Rocha… Un oficial buscaba hacerme engranar usando mi origen ‒no fue la única vez. Me provocaba preguntándome si era realmente judío, me decía que en la escuela militar ensayaban el paso prusiano, que estaban de acuerdo con Hitler, lo único que le criticaban era que no hubiera matado a todos los nuestros… Yo había perdido a toda mi familia en el gueto… Me ayudaba imaginarme en el calabozo sosteniendo el violín, el mismo que trajo mi padre, tarareando para adentro.

Ud. ha mencionado muchas veces que le daban la biaba por tupa, por judío y por bolche. Esa relación entre pasado y presente, casi como una forma de reivindicación, se plasma en sus obras a través de personajes como Don Ramón.

Es que el barrio es eso. Lo que fuimos, lo que somos. Ahí aparece el hermano de barco de mi padre, Vasily Mijailchuck, El Gallego Menéndez, combatiente de la guerra civil, junto con personajes entrañables como el negro Varela, el macho Gutiérrez, quinielero, el Tito Ferme, don Evelio, el zapatero que estaba en un comité de apoyo a las Brigadas Internacionales en España y compartía su biógrafo [con el que proyectaba películas de Chaplin para los vecinos] con actitud socialista. “No hay barrio como mi barrio” decía el Tito. Y Ramón Lezcano, como vos decís, Don Ramón el albañil… Una vez me llamó burgués…Yo estaba entre los edredones en la cama bajo el cuidado de mi madre porque me había golpeado, y él me dijo: “parecés un burgués” y me marcó para siempre… Era lo que ya, en ese entonces, sabía que no quería ser.

Uno va armando un caleidoscopio del barrio en la medida que va leyendo sus obras, y pareciera que los personajes cobran vida especialmente en los textos cautivos, esos que salieron en los dobladillos de las camisetas y que escribió cuando estaba en Paso de los Toros.

Seguro… Ahí sale a pleno la saga del barrio. Había que llenar la celda de fantasmas para poder seguir y no volverse loco. El Pepe estuvo mal. Nuestra única realidad estaba en los sueños, la fantasía. La margarita, el amor, la piba del barrio, esta carta con el viejo, la conversación con la alpargata, las historias que le paso al Ñato para que le cuente a Gabrielita porque lloraba cuando venía de visita… Te cuento un poco cómo viene la cosa… Estábamos en Santa Clara de Olimar, en el cuartel… y cada vez que venía la hija, Gabrielita, que había nacido en un cuartel y era chiquitita, era un drama. Cuando volvía el Ñato de la visita, nos comunicábamos con los nudillos a través de la pared por cualquier novedad. “Voy a cancelar las visitas con Gaby porque me hacen mucho mal y le hacen mal a ella. Voy a hacer esa gestión”, decía. Un viaje largo para ver al papá preso, la desnudaban toda… Las dos chiquilinas estaban en terapia y le decían eso al terapeuta. Estábamos esposados en la pata de la mesa. “Papá no tiene manos”. Le contesto “si piensa que el papá no tiene manos y cancelás las visitas, va a pensar que no tiene padre”.

Algo de esta historia está en la contratapa de Piedritas bajo la almohada.

(Mauricio asiente con la cabeza y sonríe). Y se me ocurre… Mirá vos… Él me hablaba a mí porque yo tenía cinco años de experiencia de padre con Alejandra. “Tenés que establecer un vínculo que le permita a Gabrielita decir que va a ver a su papá porque… Algo que ella espere” ‒todo esto le digo a golpe de nudillo, nunca hablamos así de frente… recién cuando fuimos al Penal de Libertad‒. “Algo que ella espere y la ilusione. Un cuento… cada vez que venga, podés hacer algún cuento”. Manualidades no podíamos hacer. Él dibuja muy bien pero no podía hacerle un dibujo. Entonces le digo lo del cuento y me contesta “lo voy a pensar”. Lo escucho caminar y al rato me llama y me dice “sí, tenés razón, pero hay un problema, no sé cuentos”. Entonces le propongo que cada vez que fuera a tener visita o cuando más o menos calculáramos que podía ser, iba a pasarle un cuento. Fue así como inventé un personaje que era una niña, Isabel, que cuando se despierta se da cuenta que puede convertir en realidad los sueños, “hágase la luz y la luz se hizo”. Fueron años los que pasaron mientras le mandé esos cuentos, los seguí desarrollando. La historia seguía… los padres estaban muy preocupados por el tamaño del deseo. Los sueños de un niño no caben en un cuartito como sucede con los sueños de un preso… Vincha brava también la escribí en cana, eran 25 capítulos, se perdió mucho con los traslados, las requisas y recuperé 6 o 7. Yo creo que cuando a los viejos los desalojaron eso quedó en manos de un vecino que para no comprometerse quemó cosas. Y bueno…, recuperé solo eso, tipeé otro tanto y salió.

Y hablando de sus padres, ¿cómo fue la travesía que lo llevó a “saltar la cascada en contra”, como escribe en Las cartas que no llegaron, cuando se refiere a esa fuerza que lleva a “hombres y salmones a rastrear el punto de partida”?

Y… me invitaron de la Democracia Popular porque en Polonia habían publicado varias cosas mías. Cuando el avión llegaba se me despertaron todas las memorias domiciliarias. Llegué con la expectativa de encontrar algún rastro. Me encontré con una traductora-poetisa… El marido había sido oficial del ejército polaco siendo judío. Polonia es muy particular, con ella buscamos, rastreamos. Se organizó para ir al pueblo de mis viejos, Belcyze, cerca de Lublin. Era un pueblo de campaña donde pastaba una ternera. Había un monolito con nombres de la resistencia en polaco, y ahí fuimos, en el auto oficial con una comitiva. Se amontonó la gente en el centro de la plaza, la iglesia, los comercios con tolditos, como si lo estuviera viendo. El traductor polaco me presentó frente a ellos y dijeron que en el pueblo no quedaba ningún judío, por eso no había tampoco sinagoga. “¿Y el cementerio?”, pregunté. Saltó uno y dijo “hasta hace poco alguien lo cuidaba, pero se fue para Varsovia y se cambió el apellido”. Imaginate las razones… Se llamaba Rozemberg…, de la saga de apellidos de mi familia. Mi hermano nació también ahí y vino cuando tenía cinco años.

Luego fueron a Auschwitz.

Así es, después de ahí, fuimos a Auschwitz. Qué decir… cuándo te encontrás con una vidriera donde hay cientos de valijas con nombres… encontré otros, no el mío. Luego en los galpones donde estaban recluidos… Se podían ver las fotos, algunas dadas vueltas, son los que habían sido recuperados, otras con flores abajo. Tampoco allí los encontré… Había toneladas de afeitadoras, brochas... Esas habrán pasado por la cara de algún tío, pensaba.

Algo común en sus relatos autobiográficos es que a través del humor logra aminorar el impacto del dolor, la angustia. Pero es notable cómo en esta parte del viaje ‒que aparece minuciosamente contada en Las cartas que no llegaron‒ hasta ese recurso se encuentra imposibilitado.

Es que algunas cosas son muy difíciles de agarrar, pero te voy a contar un encuentro que sucedió en el parque de mi infancia… Me habían invitado a un encuentro de sobrevivientes uruguayos convocados por el director Stawsky, que estaba ideando una película. Yo pensé: “no puedo estar ahí con lo que han padecido ellos”. Entonces me enviaron una carta firmada por todos para que fuera. Me pidieron que leyera el fragmento de Las cartas que no llegaron, la parte del alzamiento de Treblinka. El pedido había sido promocionado por la señora Mendicuck, amiga de mis padres. Su esposo me había dado la Olivetti donde fue escrita la obra y ella… Una sobreviviente más. Ya en el parque y en medio de la lectura, frente a mí, muy pulcro, zapatos lustrados, sombrero, un hombre asentía mientras leía. Viene el director y lo presenta: “Chil Rajchman, uno de los organizadores del alzamiento de Treblinka”. Alto, veterano, firme, con alguna dificultad para caminar… Se dio algo insólito que se puede ver en una película italiana, bordeando lo caricaturesco… Estábamos en el parque Rodó. No había escusados, yo estaba de Director de Cultura en la Intendencia. Había solo un depósito en el Parque. El hijo de un rabino se me acerca marcando a Rajchman y me dice: “Ud. que sabe, necesita ir al baño”. Y ahí fuimos, juntos los dos, gambeando lento entre las raíces de eucaliptus. Un coloquio como de dos veteranos que van caminando a hacer lo propio. Una escena digna de Fellini.

Es cómo si los estuviera viendo…

En medio del trayecto, me emocionó cuando me cuenta: “Ni bien llegamos me seleccionaron para acomodar la ropa de los que llegaban, para clasificarla”. Él había ido con su hermana… y… se encuentra con el vestido de ella…, que había marchado para la cámara de gas… Fuimos al muro de los lamentos y seguíamos charlando. Me dice: “Un día nos convocaron porque necesitaban peluqueros y yo no soy, pero el de atrás mío me dijo que levantara la mano para que no me mataran y fui peluquero”. Él estaba en el corredor de las mujeres, donde las desnudaban para una ducha. En la silla, antes de ir para la cámara. Recuerda que fue tremendo cuando una mujer se sienta y la rapa. La mujer le dice que demore lo más que pueda porque atrás venía su hija y querían entrar juntas. A pesar de Treblinka. Fijate, piba, que está la película.

Quizás la presencia del humor en sus obras, y en las anécdotas que cuenta, se deba a que ha sobrevivido a la cárcel, a la muerte de compañeros, el desalojo de sus padres, sin odio. En todas sus declaraciones lo he escuchado admitir que las cartas estaban echadas y que sabían los riesgos que corrían. No deja de ser extraño escucharlo sin rencor.

Porque nosotros tenemos una concepción ideológica, política, humana, por eso nos juntamos…, para que como decía Artigas los más infelices sean los más privilegiados. Tenemos… un vínculo político con los acontecimientos. En nuestras raíces no está el odio, bronca sí. Y si hay que enfrentarlo, también. Mirá, después de aquellos años yo tuve un encuentro con el coronel Gavazzo. Vivía en Punta Carreta, tenía un Chv, vivía en un corredor largo, una casita al fondo... Te estoy hablando de un encuentro posterior… Saco el Chv, estaba en el Ministerio de Cultura en ese tiempo, Matilde decía “la reja”, y miro así y le digo “subite”. Veo venir desde la rambla ‒estábamos a una cuadra‒ una figura reconocida en “championes”, pantalón, solo, caminando lentamente. Cuando llega, retrocedo el auto para darle paso porque quedaba contra la reja. Ahí agradece… Ni se dio cuenta. Pasa… Yo bajo la ventanilla: “Gordo, quién te iba a decir después de tanto tiempo que fuera yo el que te diera paso”. Ahí recién me reconoce y me contesta “Error…”, con el dedo levantado. Se dio vuelta y se fue.

Es difícil entender cómo se puede procesar eso.

Está la justicia. Él estaba con prisión domiciliaria. Hay correlaciones de fuerzas… cayó en cana. Tuve que ir a hacer una declaración judicial por otro juicio…, se me arrima una piba pequeñita, hermosa, y me dice: “Lo quiero saludar, yo soy la abogada de Gavazzo, soy su hija”. Nos dimos un abrazo y le digo al oído: “Piba, la que estarás pasando”. No me contestó, pero yo sé que lo pasó mal.

Resulta casi imposible pensar que alguien pueda superar el destrato, la animalización, el antisemitismo. Como la frase que le dijeron acerca de que tendrían que haber hecho jabón con ustedes...

Se la dijeron al Nepo, cuando volvía del Hospital Militar, porque tenía un tumor canceroso. Antes de mandarlo al calabozo en las mismas condiciones en que estábamos los rehenes comunes, el comandante en jefe lo recibe y le advierte que no van a cambiar sus condiciones. Se lo llevan de vuelta y cuando pasa le grita: “Con ustedes lo que tendríamos que haber hecho era jabón”. Se repite la historia. Por eso…, para todo lo que sea cultivos de la memoria, me tendrán arando.

Habría tanto para preguntarle, Mauricio, pero me interesa cerrar, al menos, con una reflexión sobre estos trabajos de memoria que posibilita la literatura y cómo conjuga esa necesidad de testimoniar y de justicia con la voluntad de generar acuerdos sociales a través del diálogo como único camino ‒según sus propias palabras‒ para mirar al futuro.

Mirá piba… entre las cosas que hicimos después de la cárcel, allá por el 95 fue el INPAN, Infancia Patrimonio Nacional. Cerramos el año con casi 500000 bandejas gratis para niños que no podían comer. Fue un riesgo, se bajaron tensiones. Es un país muy especial Uruguay… Que un teniente retirado como Hugo Medina, que falleció en el 98, y un ex guerrillero de los tupamaros convivieran levantó un revuelo increíble. Pero al menos por un tiempo fue posible y útil. Yo creo que hace falta establecer acuerdos. Sabemos quién es quién… la literatura y muchas cosas de las que hacemos ayudan a no olvidar, pero hay que seguir. Mirá, acá tenés para entretenerte un rato. Fernando Butazzoni, otro combatiente, escritor excepcional y afiladísimo, medió en este contrapunto (Mauricio me alcanza un libro en cuya portada aparece su figura junto a la del General Líber Seregni): Seregni-Rosencof. Mano a mano... Nos movía la preocupación de organizar la globalidad del país. Es imposible hacerlo sin conversaciones y negociaciones. Lo que no quiere decir no tener memoria. Y hablando de la memoria, te voy a leer una página de La caja de zapatos. Mi último boniato, escrito en la Olivetti de siempre, que está en corrección todavía.

Desde que entré estaba esperando que me ofreciera eso.

Todo pasa adentro de la capucha. La caja de zapatos es la memoria, las fotos. Con ese juego de la memoria al tipo se le cruza un niño ‒a quien le consulta‒ o el muchacho de la milonga… y hablan entre ellos. El libro arranca “Mi mamá tiene una caja de zapatos […] Tengo en la capucha un botija. León. Esto no está en la foto, tampoco está la foto […] Una vez vino una mujer muy flaquita que tenía un número […] a veces no tomaban el té, a veces lloraban […] La mujer contó y contó que yo no sé y mi papá supo todo y cuando fui grande entonces sí […] ahora que soy grande y sé te lo cuento […] Del vagón bajó con Miriam, cuenta la mujer muy flaquita […] supe que la hermana de mamá más joven en la foto era Miriam y Ruth la actriz de teatro […] digan una profesión porque con una profesión en el campo se podía vivir. Los actores iban al casino de oficiales, tenés que hacerme un cuento de judíos que nos haga reír, el día que repetís un chiste te vas”.

Se vuelve a armar el caleidoscopio

Lo que pasa es que cuando vos contás, le das vueltas a las cosas y tratás de entender cómo es…, procesar lo que pasó. Recomponer cosas que se han vivido. Con el dolor del presente, entendés el de antes. Y volvemos al principio. Todas las historias se van entremezclando y finalmente… uno escribe lo que es, porque uno no puede escribir lo que no es.


Notas

1 Publicado en 1985 junto con Desde la ventana.
2 Tomo este término de Daona V. (2009). Ficciones del encierro (La escritura de Mauricio Rosencof). Revista del Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos 7 (167-185).
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