Orbis Tertius, vol. XXVII, nº 35, e231, Mayo - Octubre 2022. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Artículos

Unabomber y Recycler. Capitalismo tecnológico y terrorismo en El camino de Ida de Ricardo Piglia

Mario Gutiérrez Blanca

Universidad Autónoma de Madrid, España
Cita recomendada: Gutiérrez Blanca, M. (2022). Unabomber y Recycler. Capitalismo tecnológico y terrorismo en El camino de Ida de Ricardo Piglia. Orbis Tertius, 27(35), e231. https://doi.org/10.24215/18517811e231

Resumen: A partir de la comparación de sus respectivos manifiestos, este artículo analiza las similitudes y diferencias más relevantes entre las figuras de Thomas Munk/Recycler y Theodore Kaczynski/Unabomber, el referente real en que se inspira el terrorista antitecnológico de El camino de Ida (2013) de Ricardo Piglia. El objetivo es averiguar en qué aspectos transforma Piglia las ideas de Kaczynski y cuáles son los alcances políticos del paso del terrorista real al personaje de la novela. Si tanto Unabomber como Recycler comparten la forma de instrumentalizar el uso de la violencia, el enfoque anticapitalista de la crítica a la tecnología de este último constituye la brecha esencial que los separa.

Palabras clave: Ricardo Piglia, El camino de Ida, Unabomber, Terrorismo, Capitalismo, Tecnología.

Unabomber and Recycler. Technological Capitalism and Terrorism in El camino de Ida, by Ricardo Piglia

Abstract: Based on a comparison of their respective manifestos, this article analyses the most relevant similarities and differences between the figures of Thomas Munk/Recycler and Theodore Kaczynski/Unabomber, the real-life inspiration for the anti-technological terrorist in Ricardo Piglia's The Way Out (2013). The aim is to find out how Piglia transforms Kaczynski's ideas and what are the political implications of the shift from the real terrorist to the fictional character in the novel. If both Unabomber and Recycler share the way of instrumentalising the use of violence, the anti-capitalist approach of the latter's critique of technology constitutes the essential gap that separates them.

Keywords: Ricardo Piglia, The Way Out, Unabomber, Terrorism, Capitalism, Technology.

1. Introducción

Adscrita certeramente al subgénero del policial académico (Gallego, 2019, p. 129), El camino de Ida (2013)1 es la última novela publicada por el escritor argentino Ricardo Piglia (1940-2017). En ella pueden distinguirse “dos almas”: la policial y la propia de la novela de campus, un tipo de texto caracterizado por explorar “las preocupaciones y contradicciones que sufre el profesor/investigador universitario con respecto a la institución en la que trabaja” (Gallego y Oteros, 2020, p. 24). A este respecto, cabe recordar que Piglia se desempeñó como profesor en varias universidades, tanto en Argentina como en Estados Unidos; entre ellas, Princeton University, institución donde el de Adrogué enseñó durante más de diez años y cuya presencia se intuye tras “la elitista y exclusiva Taylor University” de la novela, también ubicada en el estado de New Jersey.

El arranque de la narración en El camino de Ida se produce cuando Emilio Renzi, que andaba “perdido, desconectado” en Buenos Aires, recibe una oferta para trabajar allí durante un semestre en calidad de “visiting professor” (Piglia, 2015a, p. 13). El contexto universitario en el que se desenvuelve Renzi permite incluir temas, referencias literarias y ciertas formas muy apreciadas por Piglia, como el diálogo intelectual y la clase.2 A través del seminario que Renzi imparte sobre la obra de William Henry Hudson (1841-1922), además, se introducen reflexiones en torno a algunos de los temas que vertebran la novela, como la tecnología, la sociedad industrial y el deseo nostálgico de regresar a un estadio rural y precapitalista. Junto a esto, la condición de extranjero y profesor universitario del protagonista y narrador de la novela permite articular una mirada externa y extrañada sobre la sociedad y la academia norteamericanas, de la que Piglia, como señala Luis Othoniel Rosa —quien fue, por cierto, alumno suyo—, realiza una “etnografía muy crítica”, sobre todo en lo relativo a su complicidad con el capitalismo (2019, p. 2) y también a la violencia silente que late bajo sus prácticas. “El espacio académico es descrito en la novela como un espacio cerrado y controlado en donde circulan grandes olas de violencia subterránea” (Fernández Cobo, 2016, p. 643), una idea que se sintetiza metafóricamente en la figura del profesor D’Amato, colega de Renzi: un especialista en Melville que tiene en el sótano un enorme acuario donde nada un tiburón blanco (Piglia, 2015a, p. 44).

El ambiente y los registros de la novela de campus se mantendrán cuando emerja la trama policial. El crimen, de hecho, se produce en este ámbito. La víctima es Ida Brown, una prestigiosa y carismática académica con la que Renzi mantenía una relación esporádica y clandestina. Tras una reunión de claustro, Ida es hallada muerta, en su coche, con la mano quemada por un explosivo. A raíz de este hecho, se inician dos investigaciones: una oficial y otra extraoficial. A través del detective Ralph Parker —a quien ha contratado—, Renzi averigua que el FBI investiga la muerte de Ida en el marco de una serie de atentados con cartas bomba que desde hace años tiene por objetivos a personas del mundo académico y científico.

El caso está basado en un hecho real. Theodore Kaczynski —más conocido como Unabomber—, un brillante matemático de la Universidad de Berkeley, abandonó su puesto como profesor, se retiró a vivir a una cabaña en los bosques de Montana y se dedicó a construir y enviar desde allí sus cartas bomba. El motivo de esta huida a la naturaleza y de los atentados residía en el rechazo a la deriva tecnológica de la sociedad contemporánea. Durante diecisiete años —de 1978 a 1995—, Kaczynski asesinó a tres personas e hirió a veinticuatro más sin dar explicación alguna. Eran actos vacíos, terror puro. Finalmente, Kaczynski le hizo llegar al FBI un largo ensayo exigiendo su difusión masiva a cambio de cesar los atentados. Bajo el título de La sociedad industrial y su futuro y firmado con el pseudónimo “Freedom Club” —como sus bombas, donde aparecían las siglas “FC”—, el manifiesto de Kaczynski se publicó en las páginas de los periódicos The Washington Post y The New York Times. El panfleto circuló por todo el país. Muchísimas personas leyeron el texto. Entre ellas, David Kaczynski, quien reconoció el estilo de su hermano y se puso en contacto con el FBI, lo delató y les entregó a los investigadores cartas y otros documentos escritos por Theodore. La lingüística forense hizo el resto. Kaczynski fue arrestado y desde 1998 cumple cadena perpetua en una prisión de alta seguridad.3

Piglia, en líneas generales, respeta esta historia. Mantiene, por ejemplo, el grueso de la biografía de Kaczynski, las motivaciones antitecnológicas, el modo en que lleva a cabo los atentados, la existencia de un manifiesto, la delación del hermano, etcétera. Entre las modificaciones más evidentes de los hechos reales, por su parte, está el cambio de los nombres y los pseudónimos —Theodore Kaczynski por Thomas Munk, Unabomber por Recycler4—, la resolución final del caso —Munk es ejecutado en la silla eléctrica—, y sobre todo una transformación tanto del título como del contenido del manifiesto.

A los efectos de este trabajo, la mayor distancia entre Theodore Kaczynski/Unabomber y Thomas Munk/Recycler es la que media entre el contenido de La sociedad industrial y su futuro y el Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico que aparece en la novela. Como se puede intuir ya desde el título, la lectura política de uno y otro texto acerca de la tecnología será radicalmente distinta. Comparar los argumentos que cada uno esgrime contra la tecnología arrojará luz sobre el paso del referente real al personaje de la novela. Con este objetivo, trazaré las líneas fundamentales del ensayo de Kaczynski e intentaré apuntar los momentos en que coincide con el Manifiesto de Munk. Después pondré el foco en sus diferencias.

2. Unabomber vs. Recycler: dos manifiestos frente a frente

La tesis del manifiesto real de Kaczynski es que la sofisticación de los sistemas tecnológicos de la sociedad industrial moderna ha traído consigo la anulación de la vida, puesto que ha alejado al ser humano de sus patrones naturales de comportamiento. Según Kaczynski, tecnología y naturaleza humana son incompatibles. Para argumentarlo, elabora como base una teoría que establece que los seres humanos tienen una necesidad natural que llama “proceso de poder”, divisible en cuatro elementos: finalidad, esfuerzo, logro de la finalidad y autonomía (p. 33)5. En el seno de la sociedad industrial, este proceso de poder se ve afectado de varias maneras. Por un lado, las necesidades físicas reales —conseguir comida, agua, vestido, refugio— están prácticamente garantizadas y han sido sustituidas por necesidades artificiales —creadas por la publicidad—, y por actividades sustitutorias —no esenciales para la conservación de la vida—, cuya realización, según Kaczynski, no satisface por completo el proceso de poder. Por otro lado, la sociedad moderna impone bridas a la autonomía del sujeto, que, según Kaczynski, solo podría alcanzarla individualmente o como miembro de un grupo pequeño, donde resulta posible participar de las decisiones (p. 42). Toda esta reflexión acerca del “proceso de poder” está ausente en la novela.

Para Kaczynski, el origen de los problemas sociales y psicológicos de la sociedad moderna se halla en ciertas condiciones como la excesiva densidad de población, el alejamiento y aislamiento de la naturaleza, la extrema rapidez del cambio social y el colapso de las comunidades naturales de pequeña escala, consecuencias todas ellas del progreso tecnológico (p. 47). Cada avance técnico estrecha aún más la esfera de libertad. Tecnología y libertad humana son dos instancias dependientes e irreconciliables porque el avance tecnológico precisa del control del comportamiento humano para asegurar el correcto funcionamiento del sistema. Por esta razón, para Kaczynski, la reforma no es suficiente (p. 93). No basta con regular los avances de la tecnología. Hay que abolirla.

Frente al actual estado de las cosas, el ideal positivo que opone Kaczynski es el regreso a un modo de producción preindustrial más próximo a la naturaleza, organizado en estructuras sociales articuladas sobre personas o pequeños grupos (p. 183). A este respecto, cabe subrayar que Kaczynski aborda la naturaleza, ante todo, como estrategia discursiva. Obviamente, mucha gente, razona, ante la ausencia de tecnología, viviría en contacto directo con la naturaleza. Es inevitable: solo así podrían subsistir (p. 184). Kaczynski, sin embargo, no hace una reflexión específica acerca de lo natural. Más bien lo instrumentaliza y piensa en las figuraciones religiosas y políticas de la naturaleza en el imaginario popular como un flanco más en el combate ideológico y discursivo. Pese a todo, Kaczynski insiste en que la revolución que propugna será económica y antitecnológica, pero no política (p. 119). No le interesa quién controla la tecnología. La oposición, para él, no se da entre sistemas industriales “democráticos” o dictatoriales, sino entre sistemas industriales o no industriales (p. 195). Igual que Munk (Piglia, 2015a, p. 133), solo que sin citarlo,6 Kaczynski sigue al historiador de la técnica Lewis Mumford y establece una distinción entre dos clases de tecnología: la de pequeña escala y la dependiente de organizaciones; o dicho en términos de Mumford: entre la tecnología “‘democrática’ y dispersa” —basada en la artesanía a pequeña escala, operante en pequeñas comunidades— y “la totalitaria y centralizada” —la “megamáquina”, basada en la ingeniería, operante en grandes ciudades y siempre en manos de una minoría privilegiada (Mumford, 2017, p. 387)—. Las tecnologías que enfrentan Kaczynski y Munk corresponden esencialmente a este segundo tipo.

Las dos tareas que propone Kaczynski para alcanzar la situación revolucionaria que permita la abolición de la tecnología son la promoción de la tensión social y la inestabilidad de la sociedad industrial y la difusión de una ideología que se oponga a la tecnología; en otras palabras: agitación y propaganda (p. 181). En este punto, no es de extrañar que ciertas reflexiones respecto de la circulación de los mensajes le resultasen interesantes a Piglia. La violencia de Kaczynski está orientada a configurar una situación de lectura propicia para su texto; por emplear una expresión pigliana: a crear una determinada escena de lectura. En Kaczynski, el empleo de correos bomba —la muerte que circula—, el “salto al mal, la decisión de matar estaba ligada a la voluntad de hacerse oír” y conseguir la tan cotizada atención de un público masivo en el hipersaturado entorno de información contemporáneo (Piglia, 2015a, p. 130). De ahí que, por primera y última vez, la novela transcriba y traduzca fielmente el texto de Kaczynski; en este caso, el párrafo 96, al que Piglia añade el título de “Libertad de prensa”:

Cualquier persona con algo de dinero puede publicar un escrito o distribuirlo por internet, pero aquello que ha dicho se confundirá con la enorme cantidad de material producido por los mass media y no tendrá ningún efecto práctico. Llamar la atención de la sociedad con la palabra es entonces casi imposible para la mayor parte de los individuos y de los grupos. Por ejemplo, nosotros (FC), si no hubiéramos cometido algunos actos de violencia y hubiéramos enviado el presente escrito a un editor, probablemente no habríamos conseguido que lo publicaran. Si lo hubiese aceptado y publicado, probablemente no habría tenido muchos lectores porque es más interesante la diversión propuesta por los media que leer un ensayo serio. Pero si este escrito hubiese tenido muchos lectores, la mayor parte de ellos lo habría rápidamente olvidado vista la masa de material con que los medios inundan nuestra mente. Para difundir nuestro mensaje con alguna probabilidad de tener un efecto duradero tuvimos que matar a algunas personas (Piglia, 2015a, p. 131).

Matar para conseguir lectores. Herir al cuerpo social para alcanzar su plena atención. La idea, como se dice en la novela, es tan simple como aterradora. “El terrorista como escritor moderno, la acción directa como pacto con el Diablo”, comentan Renzi y Nina Andropova, su vecina rusa, catedrática de Literatura Eslava ya jubilada y especialista en Tolstoi (Piglia, 2015a, p. 131). A raíz de esta lectura en clave literaria del Manifiesto de Munk y de la relación entre la literatura y el mal puro, Luis Othoniel Rosa conecta a Munk con el personaje de Carlos Wieder, presente en la novela Estrella distante (1996), de Roberto Bolaño, en la que el poeta vanguardista Wieder lleva a cabo una serie de “actos poéticos” en los que el asesinato cumple un papel importante (2019, p. 6). En este sentido, la transgresión y el crimen como un modo de desautomatizar la mirada y modificar así la recepción de un texto —entendiendo “texto” en un sentido amplio; si se quiere: semiótico— puede verse como un punto de intersección entre los dos personajes. Sin embargo, existe entre ambos una diferencia esencial: la finalidad de los textos. El de Munk no es un texto artístico, sino un panfleto y un ensayo teórico. Por eso la moralidad de los actos de ambos personajes se problematiza desde enfoques distintos. De esta manera, mientras que los de Wieder pueden discutirse desde la estética, los de Munk, en cambio, deben abordarse desde la política, si bien la crítica literaria no deja de emerger en los análisis:

No matar, concluyó John III, es la consigna de los que tienen el poder, son las víctimas quienes deben obedecer ese mandato, los poderosos no creen en las generalizaciones. Mike le contestó que matar gente al azar por razones razonables no volvía razonables los crímenes. Bien, dijo John III, pero no parece que mate al azar. De todos modos, elegir a quién se mata no justifica el acto de matar aunque la serie de crímenes sea coherente, según Rachel. Debemos primero saber quién es el autor, dijo la coreana. Un mensaje no es el mismo sin no sabemos quién lo ha enviado, sostuvo. ¿Quien había escrito el Manifiesto era el mismo que había puesto las bombas? Pero él mismo lo había confesado. ¿Lo confesaba? Más bien lo consideraba una condición de lo que había escrito. En el Manifiesto se invertía el razonamiento. Eran los científicos los que en nombre de progreso tecnológico legitimaban la violencia del sistema, los experimentos biológicos y bélicos. Eran esos “técnicos del saber práctico” los que violentaban la ética en nombre del progreso y de la ciencia (Piglia, 2015a, p. 135).

Como Kaczynski, Munk tiene por objetivos a personas relacionadas con el ámbito técnico y científico. En el apartado tres del capítulo nueve se hace un resumen de estos atentados. A sus víctimas, Munk las “consideraba funciones del sistema, individuos que estaban llevando adelante una tarea destinada a destruir todo lo que era humano en la sociedad” (Piglia, 2015a, p. 171). Con independencia de las motivaciones subyacentes, estos asesinatos entrañan un claro dilema ético. Como se dice en la novela, había “una demanda implícita de la sociedad por la defensa del mundo natural y de la justicia social” (Piglia, 2015a, p. 219). Resulta difícil negar eso. Sin embargo, la cuestión es hasta dónde es legítimo o ético llegar para hacerse escuchar, para lograr ciertos cambios.

Greg Dawes señala acertadamente que Piglia discute la cuestión de la violencia anticapitalista mediante la articulación de dos referentes históricos: los años 60 y 70 en Argentina y los 70, 80 y 90 en los Estados Unidos (2017, p. 134). Los actos de Munk y los contactos de este y de Ida con grupos como Black Panthers se entreveran a través de las asociaciones de Renzi con la memoria de la militancia y la lucha armada argentinas (Piglia, 2015a, pp. 100, 112, 192, 234). Como muestra Dawes en su artículo, estas asociaciones, en su mayoría, tienen referentes reales (2017, p. 139). Al parecer del norteamericano, que Piglia “no haya estado vinculado con la lucha armada, no quiere decir que esté dispuesto a negar la experiencia global de los años 60 y 70, porque la opción por la violencia formó parte íntegra de aquel entonces” (2017, p. 141). En este sentido, Piglia no forma parte de los “arrepentidos” que aparecían en La ciudad ausente (Piglia, 2013b, p. 85). Por más que en su momento considerase equivocada la opción armada,7 no está de acuerdo con quienes, retrospectivamente, reniegan completamente de ella.

Sea como fuere, en El camino de Ida, el asunto está en discusión. En un polo, Munk y la lucha armada de los 60 y 70 en Argentina: aquellos que “abandonaron sus vidas para ser otros, para tratar de encarnar un ideal por medio de la violencia” (Dawes, 2017, p. 140). En el otro polo, el pacifismo. Como apunta Dawes, “Nina, estudiosa de la obra de Tolstói, junto a una de las estudiantes de Renzi (Rachel)”, exploran esta opción en la novela (2017, p. 141). Para Nina, “la posición de Tolstói sobre la no violencia y la no resistencia al mal eran una respuesta directa a la forma en que el terrorismo había empezado a imponer sus métodos de lucha contra el zarismo”; en definitiva, “una alternativa frente a la violencia revolucionaria y frente a la devastación capitalista” (Piglia, 2015a, pp. 125, 136). Rachel, por su parte, empleando un concepto de Gilles Deleuze, ve en los grandes profetas, como Tolstói, la inversión del “régimen de signos de la sociedad”; esto es: el abrazo de “una vida de pobreza, de ascetismo y de no violencia” (Piglia, 2015a, p. 59).

Una forma habitual de evitar abordar frontalmente el debate sobre la violencia política es la inmediata psiquiatrización del terrorista, algo que sucedió también con Kaczynski (Chase, 2000). Según Munk, “el estado quería declararlo demente para que sus argumentos políticos fueran desechados como delirios, dijo. Sus argumentos y sus razones no eran considerados, lo que era clásico en los Estados Unidos, donde las razones políticas radicales eran vistas como desvíos en la personalidad” (Piglia, 2015a, p. 178). Libre de mediaciones ficcionales, esta opinión es compartida por Piglia. En 2013, en una entrevista concedida a Casa de América con motivo de la publicación de El camino de Ida, el argentino expuso su posición al respecto:

En el interior de Estados Unidos hay una violencia muy perceptible, que se manifiesta en estos individuos que, de pronto, realizan acciones inesperadas y muy violentas, como hemos visto muchas en los últimos tiempos. [...] Detrás de esos actos siempre hay escondidas razones sociales que en los Estados Unidos habitualmente no se discuten. Eso se soluciona de una manera rápida diciendo que el sujeto es un psicótico, pero llama la atención que estos psicóticos siempre tengan algún conflicto social antes.8

En el mismo sentido se pronuncia uno de los personajes: “ya sabe cómo son las cosas aquí, más de un individuo metido en algo así y hay que hablar de política. Aislado, lo convierten en un caso clínico” (Piglia, 2015a, p. 206). Pero el hecho es que quizá Munk no actuaba solo. Con esa ambigüedad se cierra la novela. La conversación que Munk y Renzi mantienen en el último capítulo no llega a arrojar luz sobre si Ida colaboraba o no en los actos terroristas. “No afirmo ni niego”; esa es la frase que repite Munk antes de terminar diciendo: “Somos muchos en este país”9 (Piglia, 2015a, pp. 233, 234). La participación de Ida, de hecho, constituye el punto ciego de la novela. En cualquier caso, llevados a cabo en solitario u organizado junto a otras personas, la única explicación política de los actos de Munk la ofrecen sus simpatizantes:

Sólo había atacado a las figuras ocultas que sostenían el andamiaje social y la estructura tecnológico-militar. No había puesto la mira en los títeres políticos ni en los congresistas corruptos, tampoco atacó a los policías ni a los verdugos a sueldo, no atacó a los responsables económicos y financieros de la catástrofe, atacó a los que conocía mejor que nadie, a la intelligentzia tecnológica del capitalismo criminal, a sus responsables conceptuales, a sus ideólogos, a los científicos enloquecidos con sus máquinas infernales y sus prácticas biológicas. Estaba mal matar, pero estaba bien defenderse y, sobre todo, usar la violencia para romper el muro de silencio y dar a conocer el nuevo Manifiesto libertario, una pieza teórica que estaba en la mejor tradición norteamericana, la tradición de Jim Brown, de Malcolm X, de Chomsky (Piglia, 2015a, p. 219).

Como se verá enseguida, sin embargo, muy poco hay en Kaczynski de esta tradición de activistas. En este sentido, el rasgo más sorprendente de La sociedad industrial y su futuro es el frontal rechazo al “izquierdismo” que enmarca sus tesis y estrategias contra la tecnología. Tanto al comienzo como al final del manifiesto, Kaczynski exhibe un odio visceral al pensamiento tradicionalmente considerado “de izquierdas”. Según Kaczynski, esta categoría engloba a “socialistas, colectivistas, ‘políticamente correctos’, feministas, activistas por los homosexuales y los discapacitados, activistas por los derechos de los animales” (p. 7), movimientos de los que Munk aparece muy próximo en la novela. En cierto punto, por ejemplo, se especula con que la decisión de Munk de enseñar en Berkeley la motivó el deseo de “ver de cerca los movimientos anticapitalistas que estaban en auge” y “observar las acciones de los grupos anarquistas de la bahía de San Francisco” (Piglia, 2015a, p. 155). Más adelante, se describe una manifestación, frente a la prisión donde estaba encerrado Munk, en Sacramento, y las personas que reclaman su liberación forman parte de los movimientos y colectivos contra los que arremete Kaczynski:

Una marcha incesante de viejos idealistas, hijos de hippies, de fumados, defensores de los animales, ecologistas, pacifistas, antirracistas, feministas, poetas inéditos, artesanos del Big Sur, pero también defensores de los derechos humanos de Nueva York y de Chicago, defensores de las minorías, una marea de rebeldes, ex marxistas, anarquistas, trotskistas, muchos de los que habían luchado contra la guerra de Vietnam, contra la guerra del Golfo, contra los pesticidas y las centrales nucleares, eran defensores de las comunas campesinas, de los pequeños emprendimientos rurales, de la autogestión, del derecho de los presos, de los homeless, de todas las causas perdidas y todas las derrotas, como si Thomas Munk se hubiera atrevido a hacer lo que muchos de ellos hubieran querido hacer o decir, sin atreverse: ¡Matar a todos esos bastardos tecnócratas y capitalistas! (Piglia, 2015a, p. 217; la cursiva en el original).

En La sociedad industrial y su futuro Kaczynski acusa a estos izquierdistas de estar “sobresocializados” y de albergar un sentimiento de inferioridad que los lleva a identificarse con grupos desfavorecidos, excluidos y derrotados y a odiar a América y a Occidente por ser fuertes y exitosos (9-16). Entre otras muchas críticas, esta alucinada diatriba señala un rasgo que distingue el pensamiento antitecnológico de Kaczynski del de los izquierdistas: el colectivismo, el antiindividualismo típico de estos grupos, que, según él, echaría por tierra el proyecto que propone (16). A diferencia del de Munk —colectivista, según la novela, aunque actúe como un lobo solitario—, el anarquismo de Kaczynski es individualista. Nada hay en él del embrionario socialismo agrario de los narodniki o populistas rusos que menciona Piglia. Mientras que el Manifiesto de Munk “proponía el regreso a la pequeña comuna rural precapitalista, con propiedad colectiva de la tierra, en la que cada uno vive del trabajo manual” (Piglia, 2015a, p. 133), Kaczynski se zafa de cualquier vinculación con el colectivismo y la izquierda, argumentando que este enfoque de la sociedad requiere de una gran organización y esta solo es posible a través de rápidas comunicaciones, inviables sin hacer uso de tecnología avanzada (p. 201). En cuanto a la propiedad privada, Kaczynski no la menciona más que lateralmente en uno de sus ataques al izquierdismo (p. 219). Y lo mismo sucede con el término “capitalismo” (p. 229), crucial en el análisis del Manifiesto de Munk desde su mismo título. Como se verá, en suma, la lectura geopolítica e histórica del avance del capitalismo tecnológico que realiza Munk no solo estará ausente, sino que sería inconcebible en el ensayo real de Kaczynski.

El Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico de Munk exhibe un enfoque claramente marxista. La “breve síntesis” de su análisis que ofrece la novela no deja lugar a dudas: “El Manifiesto practicaba la crítica de la crítica crítica” (Piglia, 2015a, p. 134), se dice empleando el subtítulo de La sagrada familia (1845), una de las primeras obras que publicaron Karl Marx y Friedrich Engels. Junto a esto, hay asimismo una referencia desviada al Manifiesto comunista (1848). Si en aquel texto el comunismo era el fantasma que recorría Europa, en el Manifiesto de Munk —a través de metáforas muy deleuzianas—, el capitalismo se define como un organismo vivo que no cesa de reproducirse, “un mutante darwiniano, ‘ya no un fantasma’, alegaba con ironía, ‘más bien un alien’ que en su transformación tecnológica anunciaba el advenimiento de formas culturales que ni siquiera respetaban las normas de la sociedad que las había producido” (Piglia, 2015a, p. 131).

La gran capacidad de expansión y de renovación técnica que Munk atribuye al capitalismo es una característica que también figura en el Manifiesto comunista, cuyo primer capítulo, “Burgueses y proletarios”, tiene en el texto una función similar a este fragmento del Manifiesto de Munk: ofrecer un diagnóstico del avance del capitalismo muy ligado a la transformación técnica de las fuerzas productivas. “La burguesía no puede existir sin revolucionar continuamente los instrumentos de producción, esto es, las relaciones de producción, esto es, todas las relaciones sociales” (Marx y Engels, 2001, p. 45). En este mismo sentido, se dice en la novela: “La producción capitalista es ante todo expansión de nuevas relaciones capitalistas. Por lo tanto, es imposible que este sistema mejore o se reforme ya que sólo busca reproducir la relación capitalista renovada y a escala ampliada” (Piglia, 2015a, pp. 131-132).

La inoperancia de la reforma, como se ha visto, es una convicción también presente en el texto de Kaczynski. Pero cabe apuntar una diferencia. Kaczynski se refiere en todo momento a la reforma del sistema tecnológico-industrial. No habla de capitalismo. Ni siquiera lo menciona en su análisis. Según él, como señalé más arriba, no importa el modelo político e ideológico que gestione la tecnología. El problema es intrínseco a ella. Para explicarlo, Kaczynski emplea una idea esclarecedora tomada de L. Sprague de Camp, quien escribió lo siguiente en la década de los sesenta:

Hoy en día, en las regiones tecnológicamente avanzadas, el hombre lleva vidas muy similares a pesar de las diferencias geográficas, religiosas o políticas. Las vidas diarias de un oficinista cristiano de un banco en Chicago, un oficinista budista en un banco de Tokio, y uno comunista en Moscú son mucho más parecidas que la vida de cualquiera de ellos con un hombre que viviera hace mil años. Los parecidos son el resultado de una tecnología común (p. 119).

Munk, en cambio, sitúa en el centro de su disertación la crítica al capitalismo (Piglia, 2015a, p. 131). Su rechazo a la tecnología se inserta por tanto en una reflexión mucho más amplia. De acuerdo con tesis como las del geógrafo marxista David Harvey (2003), “[a]nalizaba el fracaso de la URSS y sus satélites y la dominación del capital en China y en los viejos territorios coloniales de Oriente como una nueva etapa del avance del capitalismo en busca de espacios vacíos” (Piglia, 2015a, p. 132). Según Munk, las dinámicas globalizadoras del capitalismo en expansión permitieron la apertura de inmensas regiones y una “mutación científica y tecnológica sorprendente”; como resultado, “un ejército de consumidores y de mano de obra de reserva fue puesto a disposición del mercado” (Piglia, 2015a, p. 132). La caracterización espacial de este proceso es central en el texto de Munk. “El capitalismo, en su expansión tecnológica”, es como una gran máquina de guerra: avanza implacable, cerca a la sociedad y “no se detiene ante ningún límite: ni biológico, ni ético, ni económico ni social” (Piglia, 2015a, p. 132). En este punto, obviamente, Munk está en sintonía con toda una tradición de pensamiento político de izquierdas. Así resume esta línea el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi:

Rosa Luxemburgo afirma que el capitalismo está intrínsecamente impulsado hacia un proceso de continua expansión. El imperialismo es la expresión política, económica y militar de esta necesidad de continua expansión que hace que el capital amplíe constantemente su dominio.

¿Pero qué sucede cuando cada rincón del territorio planetario ha sido sometido a la norma de la economía capitalista y cada objeto de la vida cotidiana ha sido transformado en una mercancía? En la Modernidad tardía, el capitalismo parecía haber agotado toda posibilidad de futura expansión. Durante un determinado período, la conquista del espacio extraterrestre aparentaba ser la nueva dirección de desarrollo para el crecimiento capitalista. Posteriormente, nos dimos cuenta de que la dirección de desarrollo era sobre todo la conquista del espacio interior, el mundo interior, el espacio de la mente, del alma y del tiempo (2017, p. 203).

Del mismo modo, según Munk, una vez globalizado y omnipresente el capitalismo, una vez conquistados y agotados todos los espacios externos, “[l]as investigaciones genéricas, los experimentos en biología molecular y ciencias cognitivas, la posibilidad de clonación y de inseminación artificial”, persiguen traspasar el último límite —lo que Munk denomina “la frontera psíquica”— y dar forma así al particular “hombre nuevo” capitalista: “el adicto sin convicciones ni principios que sólo aspira a obtener su dosis de la mercancía anhelada” (Piglia, 2015a, p. 132). La configuración de este “ciudadano ideal” responde a lo que Berardi denomina “mutación conectiva”; esto es: la transformación en la textura de la experiencia humana y en la organización del mundo sufrida paulatinamente a lo largo de las últimas décadas, en “la transición desde la tecnosfera mecánica a la digital” (Berardi, 2017, p. 18). De acuerdo con Munk, “[l]a sociedad tecnológica satisface a los sujetos: los entretiene y los ahoga en un océano de información rápida y múltiple” (Piglia, 2015a, p. 132). Elaborada en sus propios términos, la tesis de Berardi, aunque más desarrollada que la de Munk, apunta en esa misma dirección:

El estrato de la infoesfera crece progresivamente y se hace cada vez más denso y espeso, y los estímulos informáticos invaden cada átomo de la atención humana. El ciberespacio crece sin límites, mientras que, al contrario, el tiempo mental no es infinito. El núcleo subjetivo del cibertiempo sigue el ritmo lento de la materia orgánica. Podemos aumentar el tiempo de exposición del organismo a la información, pero la experiencia no se puede intensificar más allá de ciertos límites. Fuera de estos límites, la aceleración de la experiencia provoca una conciencia reducida de los estímulos, una pérdida de intensidad que concierne a la esfera de la estética, de la sensibilidad y también de la ética. [...] La aceleración de la infoesfera produce un empobrecimiento de la experiencia, porque nos expone a una masa creciente de estímulos que no podemos elaborar intensivamente o percibir y conocer profundamente [...] El punto crucial de la mutación contemporánea reside en la intersección entre el ciberespacio electrónico y el cibertiempo orgánico (2017, p. 204).

El décàlage temporal que refiere Berardi ha sido observado por Piglia en la tensión entre la velocidad cada vez más rápida de la circulación de los textos y la inalterada velocidad de lectura. Como señala el argentino en una conversación editada bajo el título “Tiempo de lectura”, “la velocidad, la instantaneidad, tiene que ver con el material, con los signos: llegan más rápido, están más cerca. Pero la velocidad de lectura sigue siendo la misma, [...] lo que se ha acelerado es la posibilidad de acceso a los signos, pero no la lectura misma” (2015b, p. 21). Sin negar el desborde sígnico y la saturación de la infoesfera que analiza Berardi, Piglia, según esta caracterización de la lectura, parece encontrar en ella una manera de hacer frente a la aceleración contemporánea. Leer —“descifrar un signo atrás de otro”— sería una manera de detener el flujo: “puede llegar la cantidad de información que sea, pero siempre vamos a tener que descifrarla mediante un movimiento cuya velocidad no depende de la máquina” (Piglia, 2015b, p. 23). La linealidad y el tiempo específico de la lectura son características antagónicas a la simultaneidad e instantaneidad propias del entorno tecnológico de nuestros días. Por eso la lectura puede verse como una forma de resistencia. En cuanto al “empobrecimiento de la experiencia” que acusa Berardi, Piglia, como Benjamin, ve el antídoto en la narración. Frente a la proliferación excesiva de información —lo opuesto de la experiencia, según Piglia (2015b, p. 35)—, la literatura, como una forma de narración más próxima al “cibertiempo orgánico”, podría resolver a través de su lentitud la dificultad contemporánea para elaborar sentido y reconstruir así la experiencia, puesto que, en definitiva, para Piglia, encontrar un modo de narrar es encontrar el sentido de la experiencia.10

Cabe por último detenerse en las operaciones que realiza Piglia al sintetizar el Manifiesto de Munk, cuyo referente real, como se ha dicho, es el texto de Kaczynski. Al principio, ambos textos coinciden. La cita del párrafo 96 del Manifiesto de Munk corresponde de manera exacta al mismo punto del texto de Kaczynski. Después, sin embargo, cuando lo parafrasea y selecciona breves citas del Manifiesto —terminológicas, fundamentalmente—, la correspondencia entre ambos textos desaparece. De esto se infiere algo claro: el método salvaje de matar para conseguir lectores resulta muy atractivo literariamente; pero cuando se trata de configurar la base política y teórica de las acciones terroristas, Piglia se distancia totalmente de la figura real Kaczynski. Desecha su análisis y lo suple con otro. Para ello, Piglia elabora un hipertexto (el resumen) de un hipotexto (el Manifiesto) que es ahora enteramente ficticio, puesto que ha perdido el referente real. Este progresivo alejamiento del texto de Kaczynski culmina cuando se cita el párrafo que cierra el Manifiesto de Munk:

“El capital”, concluía, “ha logrado —como Dios— imponer la creencia de su omnipotencia y su eternidad; somos capaces de aceptar el fin del mundo pero nadie parece capaz de concebir el fin del capitalismo. Hemos terminado por confundir el sistema capitalista con el sistema solar. Nosotros, como Prometeo, estamos dispuesto a aceptar el desafío y asaltar el sol” (Piglia, 2015a, p. 133).

En lugar de ser el excipit de La sociedad industrial y su futuro —cuya “Nota final” es una conclusión acerca de los peligros del izquierdismo moderno—, este último párrafo del Manifiesto reelabora ciertas ideas claves en el pensamiento anticapitalista. Una de ellas atraviesa por completo la obra de Piglia: la noción de utopía.11 Al no postular una alternativa y llamar al mismo tiempo la atención sobre un mundo sin salida (Piglia, 2015a, pp. 132-133), Munk da cuenta de la crisis del pensamiento utópico que emergió en los últimos años del siglo XX. Modificando el concepto gramsciano de “crisis” (1981, p. 37), la situación, desde entonces, es la siguiente: las viejas utopías han muerto sin que las nuevas hayan podido nacer. Como el propio Manifiesto describe, la época en que se insertan el texto y las acciones de Munk está marcada por el derrumbe de las alternativas reales al capitalismo. Su hegemonía, por ende, se ha hecho absoluta. A tal punto ha llegado que ha logrado dominar la figuración de los futuros posibles, fijando así los límites de la imaginación social. De ahí la mención de esta célebre idea, normalmente atribuida al crítico estadounidense Fredric Jameson, quien escribió: “Someone once said that it is easier to imagine the end of the world than to imagine the end of capitalism” (2003). De esta manera, el capitalismo se ha naturalizado y se ha convertido, según la imagen que emplea Munk, en algo tan indiscutible como el sistema solar. Frente a esta constatación, caben, al menos, dos posturas posibles: el duelo —por más que sea leído positivamente, como en la “melancolía de izquierda” de Enzo Traverso (2019)—, o la huida hacia adelante: presentar batalla a cualquier coste. Esta segunda postura será la que abrace Munk.

En la última línea del Manifiesto hay una combinación de dos metáforas griegas. De un lado, la alusión al mito de Prometeo. Del otro, la idea de asaltar los cielos. Respecto de la primera, la historia es bien conocida: Prometeo, en la mitología griega, es un titán que “robó semillas de fuego en ‘la rueda del Sol’ y las llevó a la tierra ocultas en un tallo de férula”, devolviéndole así a los mortales el elemento que Zeus les había negado (Grimal, 1981, p. 455). Por este gesto, Prometeo ha sido considerado una “divinidad civilizadora”, asociada especialmente con el progreso técnico, que se enraíza tradicionalmente en el dominio del fuego (Calvo Martínez, 2018). Por otra parte, a partir del Renacimiento, Prometeo será visto además como una valiosa fuente para la reconstrucción mítica de la rebeldía y la emancipación humanas (Hinkelammert, 2006). Su reto al poder omnímodo de Zeus se interpretó como un ejemplo mítico de la insumisión. En cuanto a la segunda metáfora, el asalto a los cielos, procede asimismo del mundo griego y se basa “en el célebre mito de los gigantes hijos de Poseidón que trataron de asaltar el Olimpo para derrocar a los dioses” (Cortés Gabaudan, 2016, p. 422). Introducida por primera vez en la novela Hiperión, o el eremita en Grecia (1797), de Friedrich Hölderlin, esta metáfora ha sido también empleada por Marx —en una carta de 1871, dirigida a Ludwig Kugelmann—, en referencia al heroísmo de los insurrectos en La Comuna de París (Cortés Gabaudan, 2016, p. 422). El asalto a los cielos, por consiguiente, tanto en sus orígenes como en el Manifiesto, apunta a la conquista del poder por parte de los sometidos a través del ejercicio de la violencia revolucionaria.

La combinación de estas dos metáforas no es arbitraria. Una interpretación alegórica de la última línea del Manifiesto permite recomponer en clave mítica el proyecto de Munk. Como Prometeo, Munk está solo: es un sujeto que se rebela contra el poder —no el de Zeus, sino el del capitalismo tecnológico— en aras de la emancipación humana. Para conseguirlo, Munk, como los gigantes, hace uso de lo que él considera violencia revolucionaria. Pero Munk no asalta los cielos. Ahí está la diferencia. Para Munk, el fin de las utopías ha destruido toda alternativa. No hay cielo alguno que asaltar. De este modo, la potencia semántica que entraña la combinación de estas dos metáforas reside principalmente en dos modificaciones. La primera es la del mito de Prometeo. Según Munk, la emancipación humana, en lugar de depender de la recuperación del fuego —cuyo control, como se dijo, está en el origen del progreso técnico—, requiere de su extinción, o al menos de la destrucción de la “megamáquina” de la que hablaba Mumford, la tecnología “totalitaria y centralizada” que ha violentado a la sociedad. En otros términos: hay que asaltar el sol y destruirlo. Esa es la segunda modificación. La metáfora utópica del asalto a los cielos se torna así en una misión suicida. En este sentido, no es descabellado ver a Munk como una suerte de Ícaro antitecnológico. En la última línea del Manifiesto está inscrito su final.

3. Conclusiones

El examen y la comparación de los manifiestos de la dupla Kaczynski/Munk y Unabomber/Recycler han resultado reveladores. La convergencia esencial entre ambos está en el uso de la violencia. No en vano el único párrafo del manifiesto de Kaczynski que Piglia cita fielmente es aquel donde ofrece una “explicación” de sus actos. A este respecto, en síntesis, para Munk y Kaczynski, el terrorismo es un medio: las bombas configuran una escena de lectura propicia para sus textos, la atención plena en mitad de la fugacidad y el ruido contemporáneos. Entre los dos manifiestos, por lo demás, abundan las diferencias. Aunque ambos siguen a Lewis Mumford y enfrentan la tecnología “totalitaria y centralizada” (2017, p. 387), tanto el enfoque político de su análisis como las alternativas que proyectan divergen ostensiblemente. Colectivista y de izquierdas, Munk, de hecho, es todo lo que Kaczynski odia. En este sentido, la revisión del Manifiesto de Munk demuestra dos cosas. De un lado, la distancia que lo separa de su referente real. Del otro, la tradición anticapitalista en que se enraíza su crítica a la tecnología. La de Munk, en definitiva, es una respuesta violenta y autodestructiva a la crisis de las utopías: la de un Ícaro antitecnológico dispuesto a asaltar el sol.

Como indiqué en la introducción, Kaczynski continúa encerrado, cumpliendo cadena perpetua. Munk, en cambio, fue condenado a muerte y ejecutado. En el epílogo de la novela se narra su paso por la silla eléctrica y las últimas palabras que pronunció antes de morir. De manera paradójica, “[l]a transmisión por el circuito cerrado del penal había sido captada en vivo por un link de internet” y el discurso final y la muerte del mayor terrorista antitecnológico de los últimos años corrió la misma suerte que la práctica totalidad de los acontecimientos del mundo contemporáneo; esto es: ser retransmitido en directo y poco después olvidado:

El vídeo de la ejecución estuvo un tiempo en YouTube pero la madre apeló ante la justicia y logró que lo retiraran. Durante un par de semanas fue sustituido por la imagen de Munk recibiendo la Medalla Fields, pero también ese documento se perdió en el mar de la web (Piglia, 2015a, p. 237).

Referencias

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Notas

1 En adelante, las referencias a la novela corresponderán a la edición de Penguin Random House (2015a).
2 De esta modalidad del ensayo dan muestra las lecciones magistrales transcritas y reunidas en Las tres vanguardias (2016) y Teoría de la prosa (2019). Otro ejemplo puede hallarse en los diarios del escritor: una clase sobre el olvido ligado a la forma de la nouvelle (Piglia, 2017, p. 204-210).
3 Un resumen oficial del caso puede encontrarse en: https://www.fbi.gov/history/famous-cases/unabomber
4 El apodo “Recycler” es leído por Daniel Balderston en relación con la condición de “plagiario” de Munk a ojos de Renzi, quien lo ve como alguien que “recicla materiales ajenos y los firma” (2017, p. 387). Esta observación es muy aguda, puesto que tanto en el texto de Munk como en el original de Kaczynski pueden rastrearse un notable número de ideas ajenas que no aparecen referenciadas. En la novela, sin embargo, el apodo parece apoyarse esencialmente en otro detalle: todas las cartas bomba que enviaba Munk —como las de Kaczynski— “eran artefactos caseros hechos de material de descarte y restos de elementos industriales” (Piglia, 2015a, p. 105). En coherencia con su pensamiento ecologista, Munk reciclaba para llevar a cabo sus atentados.
5 Aunque no ha sido posible acceder a una edición paginada y fiable del texto de Kaczynski, los párrafos de La sociedad industrial y su futuro están numerados. Por ello, en lo que sigue, las citas del manifiesto se harán de este modo, en referencia al número de párrafo que corresponda.
6 Daniel Balderston señala que “Piglia se toma muchas libertades en sus descripciones del manifiesto de Kaczynski. Dice, por ejemplo, que se cita en el manifiesto a Lewis Mumford (p. 161) pero no es así: me parece muy probable que Kaczynski haya leído a Mumford, importante crítico de ciertos procesos de la modernidad, pero su nombre no aparece explícitamente en el manifiesto” (2017, p. 384). A mi juicio, es más que probable que Kaczynski haya leído a Mumford, a quien, en realidad, como explico, prácticamente parafrasea sin citarlo.
7 A este respecto, se lee en los diarios, en una entrada de 1978: “Me identificaba con él [con Gramsci] en su lucha contra el fascismo en condiciones de extrema dificultad, en la cárcel como yo, digamos. La posición de Gramsci, ‘democrática’ y de frente amplio, se oponía al izquierdismo de Bordiga. Algo de eso pienso yo en estos días, al sol, en una pausa, en relación con los amigos que eligieron hace años —equivocadamente, para mí, y obedeciendo a una dirección política imbécil o provocadora— la lucha armada” (Piglia, 2017, p. 66).
9 Auténtico leitmotiv en Piglia, la idea de las vidas múltiples y divididas en series atraviesa la conversación y permanece en la cabeza de Renzi cuando se despide de Munk y se queda a solas. “‘Somos varios’, había dicho. Era una frase ambigua que sólo podía ser comprendida si uno conocía sus ideas. “Soy Chambige, soy Badinguet, soy Prado, soy todos los nombres de la historia” (Piglia, 2015a, p. 235). Esta versión modificada de la frase que Friedrich Nietzsche le escribió a Jakob Burckhard del 5 de enero de 1889 aparece asimismo en Respiración artificial: “yo soy Ossorio, soy un extranjero, un desterrado, yo soy Rosas, era Rosas, soy el clown de Rosas, soy todos los nombres de la historia” (Piglia, 2013a, p. 60).
10 Esta idea es central en la poética de Piglia al menos desde Respiración artificial, cuya primera parte se abre con un epígrafe de T.S. Eliot que apunta en esta dirección: “We had the experience but missed the meaning, an approach to the meaning restores the experience”.
11 De hecho, está en el núcleo de su poética. Para Piglia, el arte de narrar consiste en «ser capaz de transmitir al lenguaje la pasión de lo que está por venir» (2014, p. 98). Así lo expresó en una entrevista titulada “Novela y utopía”. En ella modifica una cita extraída de El principio de esperanza (1954), de Ernst Bloch, para sostener que “el carácter esencial de la literatura es tratar lo todavía no manifestado como existente” y concluir que “en última instancia la literatura es una forma privada de la utopía” (Piglia, 2014, p. 94).

Recepción: 07 Febrero 2022

Aprobación: 26 Abril 2022

Publicación: 02 Mayo 2022

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