Orbis Tertius, vol. XXVI, nº 34, e222, Noviembre 2021 - Abril 2022. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Florencia Bonfiglio, The Great Will/ El gran legado. Pre-textos y comienzos literarios en América Latina y el Caribe. Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2020

Cita recomendada: Silva, G. (2021). [Revisión del libro The Great Will/ El gran legado. Pre-textos y comienzos literarios en América Latina y el Caribe por F. Bonfiglio] . Orbis Tertius, 26 (34), e222. https://doi.org/10.24215/18517811e222

No son frecuentes las investigaciones de amplia proyección que a su vez ofrezcan el rigor y la precisión de este trabajo de Florencia Bonfiglio, distinguido con el I Premio de Ensayo Hispánico Klaus D. Vervuert (2020). The Great Will / El gran legado es un estudio de las reescrituras y apropiaciones de La Tempestad (1611) de Shakespeare en la cultura letrada de América Latina y el Caribe, desde el Modernismo hasta el siglo XXI. A diferencia del imponente trabajo de Carlos Jáuregui, Canibalia. Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina (2008), que privilegiaba el estudio de las representaciones culturales en el juego especular de las miradas europeas y americanas, The Great Will / El gran legado, prioriza el aspecto “religador” de las relecturas y usos de La tempestad en el proceso de formación, consolidación y legitimación de los discursos sobre el Caribe y América Latina. El marco de este libro es así el de la historia intelectual, y dentro de este marco, particularmente, los aportes pioneros de Susana Zanetti en el análisis de las operaciones de religación y conformación de tradiciones letradas. La pregunta que se plantea Bonfiglio va en consecuencia más allá del análisis de textos y discursos. Apunta también a dilucidar los mecanismos de relación y autorización (viajes, cartas, publicaciones, homenajes, congresos, premios, etc.) mediante los cuales se fueron constituyendo los imaginarios culturales modernos del Caribe y América Latina.

De allí que el título refiera a “pre-textos” y “comienzos”. Si por un lado La tempestad es efectivamente el pre-texto (en los dos sentidos de la palabra, de anterioridad y de excusa) que da lugar a este recorrido por la cultura letrada en su proceso de autonomización, por otro lado, es a su vez la huella de un vínculo colonial que desde los inicios pautó las condiciones relacionales de las culturas latinoamericana y caribeña. Es muy interesante la perspectiva desde la cual este libro enfoca la cuestión de los comienzos. “Si en la historia literaria comenzar, como piensa Edward Said en Begginings (1975), es producir diferencia, La tempestad (1611) de Shakespeare constituye, sin duda, un texto de comienzos para la literatura latinoamericana y caribeña” (19). Lo cual implica que en la batalla por la autonomía cultural cada nueva apropiación -cada relectura- será un nuevo principio, una refundación que a su vez actualiza un legado (will) y produce una “diferencia”. Es también interesante el hecho de que la fundamentación del libro no solo descanse en esta definición de Said, sino que rastree a su vez una tradición conceptual propia proveniente de los grandes maestros de la crítica latinoamericana. Bonfiglio traza una posible línea de apropiaciones -en este caso críticas- ligadas al concepto de malentendu créateur, de Paul Valéry, que resuena en la idea de “desviación” y “equivocación fecunda” de Alfonso Reyes, que a su vez impacta en el Borges (otro lector de Valéry) de “El escritor argentino y la tradición”, así como en críticos atentos a la “diferencia”, como Silvano Santiago o Ángel Rama. De modo que no hace falta esperar al posestructuralismo para reconocer la productividad de estas concepciones del “desvío” americano. Otro concepto de referencia para este libro es el de creative misreading de Harold Bloom, si bien la perspectiva eurocéntrica de este crítico es cuestionada en más de una oportunidad.

The Great Will / El gran legado indaga así tanto las formas de apropiación como de refundación, dado que cada lectura de la fábula shakesperiana implica una reinvención de los comienzos. El libro se divide en dos partes, con un “intermedio” entre ambas. La primera parte se dedica a la literatura latinoamericana de fines del siglo XIX (Groussac, Darío y Rodó); el “intermedio” a las relecturas antillanas de George Lamming y Aimé Césaire; y la segunda parte a las reescrituras latinoamericanas desde los años 60 y 70 hasta la actualidad, con énfasis en el ensayo “Calibán” (1971) de Roberto Fernández Retamar. Hagamos una síntesis de estas tres secciones.

“Comienzos hispanoamericanos en el fin del siglo XIX”, la primera parte del libro, estudia las relaciones intelectuales entre Paul Groussac, Rubén Darío y José Enrique Rodó, tres escritores que recurrieron a La tempestad como pretexto para una definición de la cultura latinoamericana. En rigor, no es la obra de Shakespeare por sí misma lo que se encuentra detrás de estas apropiaciones, sino las reescrituras francesas del drama shakespeariano; particularmente la de Ernest Renan en su Caliban. Suite de La tempête. Drame philosophique (1878). Las apropiaciones americanas deben por lo tanto leerse en el marco de una tradición de relecturas ya desarrollada en Europa, que en este caso se enmarca en un contexto muy particular: el de las reacciones hispanoamericanas frente al avance de los Estados Unidos como potencia continental. El “gigante de siete leguas”, como lo llamó José Martí, mostraba efectivamente a finales del siglo XIX la determinación de liderar el conjunto de naciones americanas. Frente a esa avanzada, aquella noción promovida desde Francia de una unidad “latina”, amparada por la cultura europea y particularmente por el prestigio galo, ofrecía criterios de legitimación que los hispanoamericanos encontraron válidos y provechosos. Bonfiglio dedica dos extensos capítulos a reconstruir aquella escena histórica y los diversos modos en que estos tres escritores tomaron aquel “gran legado” para a su vez negociar la diferenciación americana, tanto respecto del Norte anglosajón como de las metrópolis europeas. El capítulo dedicado a Groussac analiza el trasfondo de sus intervenciones y lo presenta como el defensor de una visión elitista y fuertemente francófila de la cultura argentina, en desmedro de los vínculos con Hispanoamérica. Groussac utilizó la asociación establecida por Renan entre el personaje de Calibán y las masas populares para denostar el plebeyismo de los Estados Unidos y su “democracia vulgarizadora”, preconizando en contrapartida una visión europeísta de la cultura americana. El siguiente capítulo dedicado a Darío y Rodó realza las diferencias entre aquella concepción conservadora y la perspectiva más comprensiva y cosmopolita de estos dos escritores. Si para Groussac, Darío peca de un afrancesamiento superficial y advenedizo, para Darío, en correlación, la erudición del franco-argentino no logra ser suficientemente moderna. Las audacias de Darío, su relación con el mercado, su olfato para la novedad y su necesidad de adaptarse a las condiciones modernas de producción intelectual, lo sitúan en una posición ventajosa como importador y religador cultural. Si bien comparte con Groussac la preocupación por el avance de los Estados Unidos y la identificación de este país con el materialismo calibanesco, por otro lado, retoma la vertiente martiana en la defensa de “Nuestra América” y fomenta mediante diversas acciones la unión latinoamericana. José Enrique Rodó, admirador de Darío y promotor a su vez de la unidad intelectual de América Latina, construye con su Ariel (1900) un “código decididamente latinoamericano” (152), basado en el moderno lenguaje simbolista y en la adaptación de los personajes de La tempestad a los propósitos de su mensaje pedagógico. La formación de una conciencia latinoamericana es, en síntesis, el fenómeno que surge a través del análisis de estas apropiaciones de La tempestad a finales del siglo XIX.

“Travesías antillanas” es el título del segmento intermedio entre la primera y la segunda parte del libro. Aquí la atención se desplaza al Caribe anglófono y francófono, zonas poco transitadas por los especialistas en literatura latinoamericana, habitualmente ceñidos a los ámbitos de lengua española y portuguesa. Esta ampliación del territorio constituye un aporte interesante del libro en tanto ofrece una visión más completa de las redes y tradiciones intelectuales de la región. El primer capítulo de esta sección se dedica al barbadense George Lamming y su lectura contracanónica del drama shakespeariano en Los placeres del exilio (1960). A propósito de Lamming, Bonfiglio discute con la postura occidentalista de Harold Bloom, quien niega la productividad de las versiones anticoloniales de La tempestad, acusándolas de ser “malas” (bad) interpretaciones. Bloom, quien por otro lado defiende los desvíos creadores, en este caso desconoce la potencia emancipadora del misreading de Lamming. Sin embargo, lo notable de esta lectura a contrapelo es que construye a través de una obra canónica como La tempestad un lugar de enunciación propio en el interior de la tradición occidental, tradición que esta nueva mirada revela mucho más contradictoria de lo que pretendía ser. El capítulo siguiente, dedicado a Aimé Césaire, analiza bajo esta misma óptica la obra de teatro Une tempête (1969), en la que el martiniqués redefine las identificaciones alegóricas del drama shakespeariano desde la perspectiva de la Negritud. Bonfiglio destaca el gesto soberano de esta acción, dado que la reescritura del clásico europeo “sirve claramente a Césaire para reeditar su antiasimilacionismo del comienzo y precisar que su Negritud es, antes que un rechazo regresivo de la tradición occidental, una postura crítica necesaria para apropiarse de esa tradición cuestionando el monopolio europeo sobre la escritura” (Bonfiglio 245-6). La performatividad de esta operación constituye el aspecto de mayor interés para el enfoque de Bonfiglio, en tanto su análisis privilegia aquello que los textos hacen con palabras. Junto con la producción textual de diferencia, lo que The great Will / El gran legado pone de relieve son los mecanismos de legitimación que dan pregnancia a estas relecturas a través de alianzas estratégicas y reconocimientos dadores de prestigio. Con sus textos e intervenciones, tanto Lamming como Césaire lograron efectivamente construir redes solidarias entre el Caribe, Europa, los Estados Unidos y América Latina.

La segunda parte del libro, “Los nuevos comienzos latinoamericanos: de los 60/70 al nuevo fin de siglo”, retorna al ámbito latinoamericano para analizar las transformaciones de esta tradición de relecturas. El texto clave de esta segunda parte es el ensayo “Calibán” de Roberto Fernández Retamar (1971), texto cargado de principios políticos, morales e ideológicos que a su vez refleja el pensamiento de una revolución que se planteó a sí misma como el renacer de América Latina. Publicado en el centro religador por excelencia de los años sesenta -la revista cubana Casa de las Américas-, “Calibán” reúne los dos linajes previamente analizados: el Modernismo hispanoamericano, que sentó las bases del discurso antiimperialista, y las relecturas anticoloniales antillanas, con su consagración heroica de Calibán como figura de emancipación. Si del primer linaje Fernández Retamar recupera el discurso antinorteamericano, del segundo retoma la alegorización del oprimido como arquetipo de rebeldía. Más allá de las críticas a la visión totalizadora de Fernández Retamar, el análisis de Bonfiglio se concentra en su síntesis de tradiciones y en la representatividad de este texto revolucionario situado en un momento clave de la literatura latinoamericana, precisamente cuando se rompe el consenso latinoamericanista de los años sesenta y se radicalizan las posiciones partidarias y divergentes del régimen cubano. El siguiente capítulo, “Calibán, Ariel y los grandes legados: entre la derrota y la resistencia”, aborda las sucesivas rectificaciones de Fernández Retamar a partir del ocaso de la Guerra Fría, y otras lecturas posteriores de La tempestad en clave posmoderna. En este último grupo se encuentran los textos del cubano Iván de la Nuez y el uruguayo Hugo Achugar, dos visiones desencantadas de la modernidad latinoamericana, que rehúyen tanto de la beligerancia del Calibán revolucionario como del optimismo idealista del arielismo. Muy perspicazmente, Bonfiglio lee sin embargo cierta continuidad entre Iván de la Nuez y Fernández Retamar, pese a la abierta ruptura del primero con la matriz nacionalista del segundo. En contraste, destaca la coherencia de Hugo Achugar, dado que sus textos ponen en práctica la misma ética del discurso “menor” que a su vez defiende en el “balbuceo teórico” latinoamericano, corrosivo del “Commonwealth teórico” de la academia anglosajona. Bonfiglio sin embargo deja abierta esta pregunta: ¿será este un modo de la resistencia o de la derrota? Finalmente se presenta una lectura de la novela Inglaterra. Una fábula (1999) del argentino Leopoldo Brizuela, último episodio en esta vasta tradición de reescrituras y traslaciones.

Podemos reproducir a modo de conclusión las palabras del crítico Rob Nixon citadas como epígrafe del capítulo final de este libro: “aquellos que defienden el valor universal de un texto pueden fácilmente descartar una voz disidente solitaria por ignorante o extravagante, pero es más difícil ignorar enteramente un conjunto de contraargumentos aliados, aunque el grupo pueda ser todavía estigmatizado” (416). The great Will / El gran legado muestra efectivamente cómo ha podido darse en América Latina y el Caribe esta coalescencia de “argumentos aliados”, o, dicho de otra forma, esta voluntad de religación. Sin esa alianza que recupera la tradición para reinventarla y darle, en cada ocasión, un nuevo comienzo, los contraargumentos y reescrituras “erradas”, desviadas o contracanónicas no lograrían acaso la misma visibilidad. Uno de los grandes aportes de este libro consiste pues en mostrar, con amplitud y rigor, la urdimbre de reescrituras que hizo posible la posesión de este legado.

Guadalupe Silva

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