Orbis Tertius, vol. XXVI, nº 33, e201, Mayo - Octubre 2021. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Dossier: “Ojo cielo”. Poéticas y estéticas de la aviación
en el contexto latinoamericano

“Las nubes y todo eso” o “lo más vanguardista sigue siendo un libro” — un diálogo (a un siglo del vuelo de Altazor)1

Estefanía Calderón Potes

Universidad del Norte (Barranquilla), Colombia
Cita recomendada: Calderón Potes, E. (2021). “Las nubes y todo eso” o “lo más vanguardista sigue siendo un libro” — un diálogo (a un siglo del vuelo de Altazor). Orbis Tertius, 26(33), e201. https://doi.org/10.24215/18517811e201

Resumen: Inspirados en la obra de Vicente Huidobro, y especialmente en Altazor, poema paracaidista, Estefanía Calderón y el poeta dominicano Frank Báez examinan en esta entrevista las relaciones e influencias de los movimientos vanguardistas históricos en la actualidad poética de Latinoamérica y el Caribe, y se preguntan si se refleja en ella aún un espíritu aviador. Simultáneamente, abordan temas tan urgentes como la migración y la exploración de nuevos territorios digitales en los espacios de difusión cultural y literaria.

Palabras clave: Vicente Huidobro, Frank Báez, Caribe, Vanguardias, Aviación.

"The clouds and all that" or "the most avant-garde is still a book", a dialogue with Frank Báez (a century after Altazor's flight)

Abstract: Inspired by the work of Vicente Huidobro, particularly by Altazor –an avant-garde skydiving poem–, Estefanía Calderón and the Dominican poet Frank Báez examine in this interview the relationships and influences of the historical avant-garde movements in the poetic present of Latin America and the Caribbean and wonder if an aviator spirit is still reflected in it. Simultaneously, they address urgent issues such as migration and the exploration of new digital territories and spaces for cultural and literary dissemination.

Keywords: Vicente Huidobro, Frank Báez, Caribbean, Avant-garde, Aviation.

Introducción

En medio del torbellino vanguardista de las primeras décadas del siglo XX vivido entre Europa y Latinoamérica, Vicente Huidobro, “primer poeta vanguardista en lengua castellana” según el también poeta Oscar Hahn (1999, p. 5), emprendería con el creacionismo su propio proyecto estético-poético de inspiración universalista. Este movimiento surge como respuesta a las tensas pero fructíferas relaciones que se configuraran en el continente americano a causa de las profundas transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales que caracterizaron ese siglo y entre las que destacan, por supuesto, el notable desarrollo tecnológico, de inspiración bélica, que hizo posible el despliegue del ambicioso proyecto de la aviación moderna en el continente. Altazor o el viaje en paracaídas, largo poema épico iniciado en 1919, publicado en1931 y obra cumbre (y pacifista) de Huidobro, es un himno al vuelo pronunciado en medio de la era de las máquinas que envía a su héroe-antipoeta, Altazor, a través del espacio einsteiniano. Altazor experimenta un viaje a la velocidad de la luz. Frank Baéz es uno de los y las poetas actuales de Latinoamérica y del Caribe, cuya visión poética fue marcada por este texto.

Frank Báez está en Santo Domingo, República Dominicana, yo en Barranquilla, Colombia. Nos separan apenas 948 kilómetros, aunque en un lapsus el poeta dominicano dice que son “millones y millones” e, inmediatamente, se corrige. Ambos reímos. Pueda que tenga razón: aunque estén realmente cerca, a veces a mí también me parece que habitamos estrellas distantes; y así, toda la constelación del Caribe.

Nos encontramos en una sala virtual. Mientras examino los instrumentos de vuelo en cabina y preparo el despegue para hablar de Altazor, Frank Báez merodea entre sus libros.

F.B.:En Chile me compré la obra completa de Huidobro. Y una de las cosas lindas de esta edición [pone el ejemplar frente a la cámara], por ejemplo, es que, si te fijas, la dedicatoria me la hizo la nieta de Huidobro. Sí, una rubita fascinante, súper despierta. Dice: “Para Frank, de la tataranieta del autor”.

Luego, me enseña los tomos de la obra completa.

“Te sientes millonario, como que es tuyo el avión” – los momentos más propicios para escribir

A medida que avanzamos sobre la pista de despegue de la entrevista, me complace saber que volaremos a bordo de una aeronave experimental. Pienso que esa es una bonita metáfora para las entrevistas literarias virtuales en tiempos pandémicos. Por suerte, compruebo muy pronto que Frank Báez –además de haber perfeccionado un talento excepcional para detonar el lenguaje convencional y convertirlo en un artefacto explosivo– es también un aviador experimentado pero, ante todo, todavía un niño. Y por supuesto, un viajero incansable, altazoriano, de algún modo. Quizá esto se deba, entre otras cosas, a que “más allá de retomar ciertas técnicas tradicionales, [Frank Báez] entiende el quehacer poético no solamente como un modo de ‘vaciar’ los tópicos poéticos, sino como una tarea ecléctica, pop, comparable a la del disc-jockey” (Bolte, 2019, p. 23).

Báez ha publicado los poemarios Jarrón y otros poemas (2004), Postales (2008), Anoche soñé que era un DJ (2014) y Este es el futuro que estabas esperando (2017a). Ha recorrido el globo –como Altazor– en busca de “almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas” (Huidobro, 1931, p. 13) y como cronista, siempre encontrando en los aviones, como él mismo confiesa conversando conmigo, “ese momento en el que tuviste un viaje hermosísimo en un sitio y vas a despegar, el momento idóneo para escribir”. Quizá por eso para él “lo más perfecto del mundo son esos aviones vacíos en los que te puedes recostar y te pones a ver por la ventana el paisaje, las nubes y todo eso. Te sientes millonario, como que es tuyo el avión”.

No en vano la portada de La trilogía de los Festivales (2016) –una colección de crónicas que recoge su experiencia en festivales de poesía en Argentina, España y Puerto Rico– está cubierta de múltiples siluetas de aviones que anticipan ese estado de tránsito permanente, de llegadas y salidas, que caracteriza a las letras latinoamericanas y del Caribe, preocupadas siempre por establecer “una literatura que en su originalidad exprese la singularidad del espacio americano y sea capaz al mismo tiempo de establecer un diálogo cosmopolita” (Rodríguez González, 2018, p. 11).

Sobrevolamos ahora el Caribe. Ese “país que no es de tierra, sino de agua” (García Márquez citado en Castellanos, 1976) del que aún muchos emigran para sobrevivir en otros lugares a punta de peligrosas hazañas acrobáticas y sin paracaídas. Ese mismo del que, en contraste, apenas unos cuantos parten con invitación o por placer. Le pregunto, entonces, a Frank Báez, por el fenómeno de la migración, sus relaciones con la literatura en República Dominicana y con su escritura, consciente de que, en otra ocasión, se refirió a ese exilio voluntario como “una soledad que sirvió de mucho literariamente”, pero que, personalmente, casi lo llevó “a morder polvo” (Hungría, 2009, párr. 24).

F.B.: Yo pienso que a estas alturas ser migrante (estoy hablando de algunas partes privilegiadas de Occidente) es una condición normalizada: un gran número relevante de habitantes de cualquier ciudad mayor lo son. La literatura dominicana se caracteriza porque gran parte de sus creadores son emigrantes. A estas alturas hay más escritores trabajando en el extranjero que en la nación. Esto se debe a muchos factores; los principales son la crisis económica, la ausencia de editoriales y la falta de un interés verdadero y genuino por la cultura de parte de las autoridades competentes. A diferencia de treinta años atrás, ahora yo creo que no es tan necesario emigrar. Las cosas pasan de manera virtual. Ya casi no sucede como en esas novelas caribeñas en que el protagonista regresaba a su patria, luego de que pasara muchísimos años de que lo abandonara en la adolescencia, y se sentía como un extranjero. Eso ya no pasa porque uno está continuamente yendo, viniendo, comunicándose e interactuando con su patria. Yo tengo amigos que llevan viviendo en Estados Unidos o en Europa más de 20 años y que están más pendientes a lo que pasa aquí en Dominicana que en sus países de recepción: “La gasolina está cara”, me dicen cuando suben los precios de la gasolina en el país y a veces yo me entero por ellos de esa subida. Constantemente están twitteando, constantemente viven inmersos en la realidad dominicana, más que en la realidad de los países en los que residen. Por último, yo le agregaría a eso que el literato, el artista y el creador, se sienten constantemente fuera de la realidad. Por ejemplo, yo vivo en los libros que leo y en las cosas que escribo y creo. Uno es un inmigrante porque dejó su país y vive en ese mundo de la imaginación, ese país fantástico, que tiene una infinidad de países.

De la poética de la aviación dominicana a “Mamá, estoy volando”

Atravesamos, pues, a estas alturas, el país de la imaginación –digno del mismísimo mito del Triángulo de las Bermudas– para revisar un hecho fascinante: la influencia del proyecto de la aviación moderna a principios del siglo XX en el surgimiento de las vanguardias literarias latinoamericanas y del Caribe. Y avistamos el caso dominicano.

F.B.: Hubo un poeta dominicano llamado Osvaldo Bazil,2 creador del vedrinismo, un movimiento poético que no tuvo muchos adeptos. Del movimiento una de las cosas más fascinantes es el nombre: vedrinismo. Es un homenaje al afamado aviador francés Jules Vedrin. La idea de Bazil es que su poesía hiciese las mismas acrobacias que el piloto francés hacía con los aviones. De hecho, aquí la aviación dominicana la crea el dictador Trujillo y cuando esto pasa Bazil llena de elogios al dictador. A principios del siglo pasado, el avión sería lo que ahora son esas exploraciones y viajes que se están haciendo hacia Marte, en el sentido de que son hechos impensables y casi fantásticos que se relacionan mucho con la cuestión poética. Fíjate que, en la infancia, uno de los sueños más comunes es el de volar. “Mamá, estoy volando”, creo que eso lo rapea A$AP Rocky.3

Entonces, cuando surge el avión, volar ya deja de ser un mito y se convierte en una realidad. Es fascinante, realmente, que estos poetas dominicanos4 estuvieran pendientes de eso, especialmente porque las vanguardias de mi país sufrieron muchas bajas y no avanzaron mucho debido a una dictadura férrea que lo censuraba todo y que exterminaba sistemáticamente a los pensadores y a los artistas.

Recordemos, por supuesto, que las tropas de vanguardia napoleónicas –de donde se origina el término francés avantgarde– eran aquellas encargadas del avance del ejército, las primeras en enfrentar al enemigo y las más entrenadas para improvisar ataques y maniobras de guerra sorprendentes. En la memoria de Altazor, el poeta, “El hombre herido por quién sabe quién / Por una flecha perdida del caos” (Huidobro, 1931, p. 31) se transforma ahora en un soldado espacial que, mirando de vuelta a la tierra, se pregunta: “¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios? / ¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?” (p. 17).

F.B.: Muchos de estos movimientos [vanguardistas] tenían mucho del futurismo, de querer romper con lo anterior. Se inspiraban en lo novedoso y, por consiguiente, eran muy afines a lo tecnológico, a cómo la tecnología anunciaba el futuro. Acuérdate que eran momentos en que la tecnología tenía algo de magia. Era el momento de las ferias universales. A finales del XIX se hicieron la de Chicago, la de París… en esa época eran descubrimientos que, yo diría, son incluso mucho más impresionantes que para nosotros ahora los avances tecnológicos. Para mí, Internet es sumamente fascinante. Pero es un mundo virtual. En esa época, lo interesante es que los nuevos inventos eran físicos. Hay una novela de Thomas Pynchon que habla de ese momento en que los inventores eran como celebridades. Pero ahora uno sospecha de los inventores. Cuando oyes hablar de Elon Musk5 –fundador de Tesla y artífice de las primeras misiones espaciales comerciales– piensas en un imbécil oportunista. Más que la pasión de inventar lo nuevo, uno piensa en la explotación en que someten a los obreros y el daño que le generan al medio ambiente. Ya no tienen esa aura que tenían a finales del XIX y principios del XX, cuando se creía en el futuro y en las palabras de los inventadores. Yo creo que ahora hay prácticamente un descontento, un desencanto ante lo que se avecina –porque da miedo.

El futuro que tememos: del avión de papel al fin del mundo

Le pregunto a Frank Báez por el fin del mundo, pues además de ser una obsesión palpable en nuestra sociedad parece tener en su obra una doble función crítica y humorística. No en vano, muchos de sus poemas y libros –con títulos tan sugerentes como Llegó el fin del mundo a mi barrio (2017b) y Este es el futuro que estabas esperando (2017a)– juegan permanentemente con referencias apocalípticas, alusiones a un final definitivo, a una caída inminente.

F.B.: El fin del mundo es el fin que estamos viviendo constantemente. Desde que era pequeño se está hablando de que el mundo se va a terminar, que vendrá el fin de la humanidad… la extinción. Lo que me hace recordar un libro de Emmanuel Carrère, El Reino –Le Royaume (2014)–, donde el novelista francés habla de los primeros cristianos y cómo todos estos cristianos pensaban que ellos iban a estar ahí cuando llegara el fin del mundo, el apocalipsis. Pero también habla de que cada generación tiene la arrogancia de creerse que serán la generación a la que le toque ver el fin del mundo, lo cual me parece de una soberbia portentosa porque ¿cuánta gente ha vivido en el planeta tierra para que a tu generación le toque el fin de todo?… Queremos pensar que estaremos ahí viendo los créditos bajando en la pantalla y todos diciéndonos adiós [risas]. No, a ti no te toca. Y también está la idea de que uno se va a morir en colectivo, que uno va a morir con un montón de gente. Entonces la muerte no va a ser tan terrible porque a fin de cuentas todo se va a acabar. ¡Qué importa entonces! Si yo me voy con todo el planeta y con mis familiares y mis amigos no tiene ningún sentido quedarse aquí. Hay también eso, como una idea de fiesta, de que nos vamos rumbando hacia el otro lado. Y sí, yo tengo muchos poemas que abordan ese fin. El apocalipsis para mí es como el punto final del tiempo. De cómo uno va dejando también momentos de su vida, cómo va deteriorándose todo, cómo uno va madurando y cómo el tiempo va trabajando sobre uno y sobre lo que uno conocía, sobre tus referentes –que también envejecen, lo quieras o no. Quizá, de lo que yo he escrito, el tiempo sea el tema que más me ha interesado. El tiempo engloba tantas cosas: la muerte, también. Es la vida, básicamente. Es la duración que tienen las cosas. Puede ser la duración del amor también, o del deseo. Y también, de cómo el amor se enfrenta al tiempo porque la idea del amor es que va a durar por siempre, y eso es absurdo porque no vivimos por siempre, no somos eternos. Pero la idea es que uno también escribe los poemas para que sean eternos, para que duren por siempre, para que sean como estos artefactos que se van a seguir leyendo dentro de 100, 200, 300 años, lo que seguramente nunca va a pasar.

Del verso al algoritmo, ¿qué escribiría el robot?

Llegados a este punto, no puedo resistir las ganas de preguntarle a Frank Báez sobre el futuro de la poesía. Al fin y al cabo, este es un vuelo experimental, por lo que no debemos desperdiciar la oportunidad de probar maniobras arriesgadas. Me animo a contarle sobre un DJ alemán que alteró la prótesis electrónica de su brazo para programar un sintetizador con su mente. Me parece una buena idea, pues alguna vez Frank Báez también se preguntó si el DJ y el poeta pueden ser uno. Entonces, decide contarme una anécdota:

F.B.: Me acuerdo de una discusión que tuve con un escritor en Rotterdam. Había una exposición que tenía que ver, de hecho, con el futuro de la poesía. Y entonces presentaban un montón de propuestas e instalaciones sobre cómo podría ser la poesía en 30, 40, 50 años… Entonces, el escritor en cuestión, de buenas a primeras me empieza a hablar de Kenneth Goldsmith,6 un escritor norteamericano al que le dieron una beca en la NASA para hacer poesía espacial, con satélites, con tecnología de punta y con súper computadoras. El problema es que el tipo me estaba mareando con Goldsmith esto y Goldsmith lo otro, hasta que me cansé y le dije: “mira, papi, al final, la poesía habla de las mismas cosas que cuando Safo: el dolor, el amor, el deseo, la muerte, las angustias”. Son esos temas y otros más los que mueven la poesía, no es la tecnología. Pero, por otro lado, a mí no me cuaja que te den millones para tú desarrollar un proyecto poético, cuando si algo valioso tiene la poesía es que se escribe gratis y todo el proceso sale barato. Pero nada de esto es nuevo. Acuérdate, por ejemplo, del robot de Hans Magnus Enzensberger, ese robot que estaba programado para escribir poesía. La idea era que el robot escribiera mejor que el ser humano. Que venciera a Shakespeare, a Lorca y a Baudelaire. ¿De qué escribiría el robot? ¿de sus amores? ¿del vacío? ¿de la muerte? Serían algoritmos y los algoritmos se perfeccionarían cada vez, y podrían llegar a ser bien sofisticados… Pero, de nuevo estamos ante el misterio de la vida. El misterio de la vida no es algo que yo crea que un algoritmo pueda descifrar. El lenguaje superficial y el lenguaje aparente, sí, claro, pueden hacerlo y pueden ser versátiles y eficaces. Pero hay algo que yo creo que es como un misterio de la poesía que tiene que ver, entre otras cosas, con un inconsciente colectivo, que en ocasiones aparece en la poesía y que cuando uno lo escribe no sabe bien de dónde vino. Por otro lado, es necesario saber que también la tecnología puede abobar y la gente puede confundir avances tecnológicos con la belleza, la poesía y el misterio. Imagínate, yo he trabajado con poesía visual, con poesía sonora, he hecho performance, tengo una banda. Son múltiples formatos con los que he trabajado a lo largo de los años. Sin embargo, al final me he dado cuenta de que el sitio donde deben estar los poemas y donde mejor van a documentar la cuestión poética es el libro. Es increíble eso. A mí debe funcionarme en la página y si funciona ahí puede llevarse a música, a teatro, a imágenes… etcétera. A mí lo que me ha pasado es que muchas de estas cosas cuando no salen de la página tienden a resultar efímeras. No resultan, no tienen peso, son leves. La página le da el peso; quizá porque pensamos que una gente la va a leer y eso hace que tú te concentres en las palabras, ¿cierto? Y todo, todo, todo radica en el lenguaje. Entonces, tú puedes mezclar todo lo visual, todo lo sonoro, pero al final quizá lo más vanguardista sigue siendo un libro porque lo que ocurre con el libro es que otra gente lo abre y lo puede leer con los ojos o puede decirlo en voz alta, y el libro tiene hasta una cualidad que yo no creo que se ha explotado suficiente y es que se puede oler [risas]. Volviendo a esa discusión, es interesante hacer todas esas búsquedas, agotar las posibilidades del lenguaje. Son búsquedas y son experimentos, pero el primer problema mío con la poesía experimental, o con lo experimental en sí, es aquello que decía William Burroughs, que la literatura experimental es algo que salió mal, por definición, ya que si hubiera salido bien el experimento no se tildaría como experimental. Pero es necesario jugar con el lenguaje, porque eso es la escritura, experimento, testeo, tanteo, juego, pero al final escogemos lo mejor, y qué es lo que funciona, yo pienso que lo que comunica; también quiero enfatizar que la poesía está aquí en el planeta Tierra y que tiene que ver con los sentimientos, con las emociones, que tú no tienes que buscar la poesía en Marte, cuando la poesía la tienes frente a frente.

Del vuelo de Altazor a la llegada de la poesía a Marte: vanguardias literarias inciertas

Han sido necesarios cerca de 3000 años para que la humanidad pasara del vuelo de una cometa al de un artefacto tripulado a través de la estratosfera a velocidades hipersónicas. Como la cometa, los ornitópteros, helicópteros, aerostatos, aerodinos, girodinos, aeroplanos, jets y naves espaciales le han servido a la humanidad para alimentar supersticiones, entregar mensajes, medir el clima, estudiar fenómenos naturales, cubrir distancias antes imposibles, fotografiar la Tierra, guiar embarcaciones, enviar señales de radio, espiar enemigos, hacer la guerra y, más recientemente, explorar el espacio.

De la publicación de Altazor en 1931 a la llegada del Perseverance –el primer robot explorador de la NASA en aterrizar exitosamente en el planeta rojo–, han transcurrido solo ochenta y nueve años. Inicia la exploración humana en Marte, otro deseo perseguido frenéticamente. Sin embargo, como Frank Báez señala, las vanguardias literarias parecieran retroceder en el tiempo en vez de beber con entusiasmo las noticias sobre los avances espaciales.

F.B.: En cuanto a vanguardia, bueno, yo creo que ya estamos en la retaguardia. El siglo XX agotó tantas posibilidades que cuando veo nuevas propuestas –no sé si es porque estoy viejo–me doy cuenta de que son cosas que se arrastran de otra época y uno hasta lo ve también en el diseño, en la moda, que finalmente se acaban repensando cosas que se hicieron en los 40, los 60 o los 70. La gente busca en el pasado formas para tratar de comprender quiénes son. Entonces, en ese sentido no hay vanguardia porque la vanguardia era lanzarse hacia el futuro como paracaidistas, como Altazor o como hablábamos de estos poetas que creían que el avión y poder volar eran el non plus ultra. Entonces ahora la pregunta es si hay poetas que piensen en estas posibilidades. Eso se verá, pero siento que ya esa radicalidad –como la de los futuristas, que hablaban de quemar bibliotecas, romper con el pasado, quemar libros, etc.– nadie la está planteando. Es raro toparse con un movimiento que se plantee eso. Siento que mucho del siglo XX fue como un ensayo de todas estas posibilidades inexistentes. Y que nosotros todavía formamos parte de ese ensayo, pero que nos estamos alimentando todavía de esa vanguardia. Imagínate, Marcel Duchamp es una referencia para los jóvenes, cuando Duchamp es la negación del arte como se conocía hasta entonces. Claro, no digo que Duchamp no pueda ser influyente, pero ojalá que influyera su pensamiento y su gesto más que sus obras que tienen que ver con una época muy precisa y una forma retiniana de mirar. ¿Cómo podemos tenerlo de referente? Esa es una de las actitudes que te dan a entender que todavía estamos viviendo esas vanguardias, que seguimos bebiendo de sus fuentes y si bebemos de las fuentes de la vanguardia es porque estamos en la retaguardia, como le gustaba decir a Roland Barthes. Piensa en lo que decían los surrealistas: “yo voy a encontrar en los sueños y en la escritura automática lo que nunca se ha dicho antes”. A estas alturas sabemos además que la mayoría fracasó. Buñuel dice que de todos esos experimentos sobrevivieron unos poemas que escribió Aragon y ese poema que le escribió Breton a su señora, ese de la cabellera.7 Entonces, quién sabe. Quizá lo nuevo sería que muchos de nosotros, que venimos de países que nunca fueron considerados como las grandes capitales de la vanguardia, seamos considerados como poetas, ergo como humanos [risas]. Eso es lo que veo.

Antes de saltar de este rincón del Caribe que construimos durante o mediante nuestra conversación virtual, me despido de Frank Báez, y “tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha, me lanzo a la atmósfera del último suspiro” (Huidobro, 1931, p. 12). Como Altazor, minutos antes de la caída, el poeta dominicano me recuerda algo importante, “que la vida está llena de fracasos y que eso no importa, que estamos aquí por eso también: somos accidentes”. Por tanto, “no hay tiempo que perder”.8

Referencias

Báez, F. (2004). Jarrón y otros poemas. Madrid: Editorial Betania.

Báez, F. (2008). Postales. San José. Costa Rica: Editorial Casa de Poesía.

Báez, F. (2014). Anoche soñé que era un DJ. Miami: Jai-Alai Books.

Báez, F. (2016). La trilogía de los Festivales. Santo Domingo: Ping Pong Ediciones.

Báez, F. (2017a). Este es el futuro que estabas esperando. Barcelona: Seix Barral.

Báez, F. (2017b). Llegó el fin del mundo a mi barrio. Ciudad de México: Círculo de Poesía / Secretaría de Cultura / Valparaíso Ediciones México.

Bolte, R. (2015). Azorando la percepción: la escritura del vuelo en Altazor – Voyage en Parachute / viaje en Paracaídas (1919–1931) de Vicente Huidobro. En S. Schlünder y R. Macciuci, Literatura y técnica: derivas materiales y ficcionales (pp. 21-47). La Plata: Ediciones del lado de acá.

Bolte, R. (2019). En la boca del poema. En R. Bolte (Comp.), Todo boca arriba: perspectivas sobre la poesía actual latinoamericana y del Caribe (pp. 13-25). Barranquilla: Universidad del Norte.

Castellanos, O. (1976). El empleo de ser Famoso. Entrevista en Radio Habana Cuba (julio). Recuperado de https://www.nexos.com.mx/?p=20562

Hahn, O. (1999). Vicente Huidobro o el atentado celeste. Santiago de Chile: Lom Ediciones.

Huidobro, V. (1931 [1919]). Altazor o el viaje en paracaídas. Poema en VII cantos. Madrid: Compañía Iberoamericana de Publicaciones.

Hungría, J. (2009). Entrevista a Frank Báez. Revista Global, 6 (30). Recuperado de http://revista.global/entrevista-a-frank-baez/

Rodríguez Gonzáles, A. (2018). Vanguardia y americanismo: Hidalgo, Borges, Huidobro. México: Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Notas

1 Como señala Rike Bolte (2015, p. 22): “[Publicado en 1931, Altazor o el viaje en paracaídas] es puesto en camino a partir de 1919 con un título francés –Voyage en parachute– y pensado en este idioma. Sin embargo, se convertirá en una creación de longue durée, viviendo diferentes escrituras que finalmente desembocarán en una versión castellana”.
2 Osvaldo Bazil Leyba (1884-1946). Poeta, narrador, periodista y diplomático dominicano. Ocuparía cargos oficiales en España, Argentina, Estados Unidos y Cuba durante la dictadura de Trujillo (1930-1961). Autor de dos importantes antologías poéticas de la época, Parnaso dominicano (1915) –la más completa compilación hasta su fecha de publicación– y Parnaso antillano: compilación completa de los mejores poetas de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo (1918). Destaca por sus vínculos con la estética modernista, en especial por su amistad con el poeta nicaragüense Rubén Darío, a quien dedicaría numerosas páginas entre las que sobresalen varios poemas y textos biográficos.
3 Rakim Athelaston Mayers (1988) es un rapero, cantante, compositor, productor, actor y director de videos musicales estadounidense.
4 Además de Bazil, poetas como Otilio Vigil Díaz (1880-1961), Ricardo Pérez Alfonseca (1892-1950), y Manuel Zacarías Espinal (1901-1933) son también exponentes de las vanguardias literarias dominicanas. Sobre este punto ver además el ensayo de Rike Bolte en este dosier.
5 Elon Musk (1971) es un multimillonario empresario sudafricano y fundador de Tesla Motors y SpaceX, las primeras compañías en lanzar una nave espacial comercial a la Estación Espacial Internacional en 2012.
6 Artista, poeta, escritor y profesor estadounidense (1961). Es el creador y editor de UbuWeb, extenso archivo digital gratuito para la difusión de vanguardias artísticas en el que se puede encontrar una inmensa colección de poesías, películas, videos, imágenes y archivos de audio, entre otros. Ha publicado diez libros de poesía y un libro de ensayos, Uncreative Writing: Managing Language in the Digital Age (2011). En 2013, fue nombrado el primer poeta laureado por el MoMA de Nueva York.
7 Báez refiere a “L’Union libre”, célebre poema del autor francés publicado en 1931.
8 Como señala Bolte (2015, p. 41): “‘No hay tiempo que perder’ es una fórmula que se reitera múltiples veces (…) [en Altazor] y se conjuga con la creciente ansia de percibir y el apuro como remedio: ‘darse prisa darse prisa’”.

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