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Un escritor argentino en su tradición. Juan José Saer en El Litoral
Resumen: Este artículo se propone reflexionar sobre los años de formación de Juan José Saer a partir de la lectura de la página literaria del periódico El Litoral entre 1957 y 1959. Con este fin se revisará el vínculo de Saer con Hugo Gola y los miembros del grupo literario Adverbio, y se analizarán las colaboraciones de Raúl Gustavo Aguirre, Juan Carlos Portantiero y Edgard Bayley en la sección de cultura del diario. De este modo, se intentará poner en evidencia que las conversaciones que tenían lugar en Santa Fe a finales de los años cincuenta están directamente relacionadas con tres núcleos centrales de la poética narrativa de Saer: la concepción de la escritura como trabajo crítico, la tensión entre localidad y cosmopolitismo, y la resolución formal que el problema de la representación encuentra en su prosa. En simultáneo, este análisis intentará poner en evidencia las dinámicas de ida y vuelta entre región, nación y mundo que inciden en la circulación de literatura en ciudades de provincia, y que, por lo tanto, fueron determinantes para Saer.
Palabras clave: Juan José Saer, El Litoral, Realismo, Regionalismo, Cosmopolitismo.
An Argentine writer in his tradition. Juan José Saer in El Litoral
Abstract: This paper intends to reflect on the early years of Juan José Saer by analyzing the literary page of the newspaper El Litoral between 1957 and 1959. For this purpose, we will review Saer's relationship with Hugo Gola and the members of the literary group Adverbio, and we will analyze the contributions of Raúl Gustavo Aguirre, Juan Carlos Portantiero and Edgard Bayley in the culture section of the newspaper. By doing so, we aim to show that the conversations that were taking place in Santa Fe in the late fifties are directly related to three central axis to Saer's narrative poetics: the conception of writing as critical work, the tension between localism and cosmopolitanism, and the formal resolution that the problem of representation finds in his writing. At the same time, this analysis will attempt to highlight the back and forth dynamics between region, nation and world that influence the circulation of literature in provincial cities, and which, therefore, were decisive for Saer.
Keywords: Juan José Saer, El Litoral, Realism, Regionalism, Cosmopolitism.
Introducción
“Un día el director del diario nos llamó. Muchachos —nos dijo—, Santa Fe es una ciudad mediocre. El Litoral es un diario mediocre. Por lo tanto, la página literaria tiene que ser mediocre” (2015, p. 130). Así relata Juan José Saer el final de su experiencia como periodista del principal periódico santafesino en un texto autobiográfico de 1981. Más de dos décadas después el episodio entra a la novela La grande y es narrado exactamente de la misma manera, cambiando apenas, según el sistema de correspondencias saereanas, “Santa Fe” por “esta ciudad” y “El Litoral” por “La Región”:
Aunque dirigió durante un tiempo la página literaria de los domingos, Tomatis no publicó una sola línea en ella después de haber entrado al diario. En las primeras semanas, trató de incorporar algunos autores menos convencionales que el grupo habitual de colaboradores, todos de la ciudad y de las inmediaciones, que únicamente se leían entre ellos, y decidió invitar a algunos escritores de Buenos Aires, de distintas tendencias políticas y literarias para que colaboraran, pero un mes más tarde más o menos, Tomatis y dos periodistas más que tenían veleidades literarias estaban reunidos para discutir las próximas entregas de la página literaria, cuando de golpe apareció el director trayendo consigo la página literaria de la semana anterior, y en forma amistosa y jovial, pero que no admitía objeción, les dijo más o menos lo siguiente: Miren, muchachos, esta ciudad es una ciudad mediocre; La Región es un diario mediocre. Por lo tanto, la página literaria tiene que ser mediocre. (2005a, pp. 214-215).
No es difícil imaginar que se trata de una anécdota grupal cristalizada, contada en voz alta infinidad de veces de la misma manera, hasta llegar a la novela. Tampoco cuesta asociar la frase del director al “pequeño escándalo” (2015, p. 131) que según Saer se generó después del domingo 26 de abril de 1959, cuando publicó en el diario su cuento “Solas”, cuyo contenido lésbico y erótico alborotó a las fuerzas vivas de la sociedad santafesina, y a los feligreses católicos en particular, que publicaron solicitadas en su contra y se manifestaron en la redacción. El altercado derivó en su renuncia y en su traslado a la ciudad de Rosario poco tiempo después. Siempre se dijo que este hecho apuró el desenlace del efímero intento de modernización de la sección de cultura de El Litoral que por esos años el narrador de Serodino compartió con Hugo Gola, Hugo Mandón y José Luis Víttori (Ricci, 2006). Los cuatro juntos, gracias a la mediación de Víttori, hijo del dueño del diario, y con Gola a la cabeza, habían tomado la conducción de la página literaria semanal en enero de 1959 y habían intervenido en todos los aspectos de la publicación, desde la selección de los colaboradores hasta la diagramación.
La radicalidad de las modificaciones que se introducen en la línea editorial de la página literaria de El Litoral durante los cuatro meses que duró la experiencia puede corroborarse a partir de los nombres de algunos de sus colaboradores. Invitados por los jóvenes editores publican en El Litoral Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso, Edgard Bayley, Miguel Brascó, César Fernández Moreno, Juan Gelman, Oscar Masotta, Juan L. Ortiz, Juan Carlos Portantiero, Juan José Sebreli, Mario Trejo, Francisco Urondo y Alfredo Veiravé, entre muchos otros. Se pasa de los autores “de la ciudad y de las inmediaciones, que únicamente se leían entre ellos” a los “escritores de Buenos Aires, de distintas tendencias políticas y literarias”, de los representantes de la historia y la literatura local de herencia costumbrista a los miembros de los grupos de vanguardia poética e intelectual asociados a las revistas porteñas Contorno y Poesía Buenos Aires.
La página literaria de Gola, Mandón, Saer y Víttori constituye un episodio de condensación del proceso de modernización del campo cultural santafesino que venía teniendo lugar desde principios de la década de 1950. Según Saer, el ambiente literario de la Santa Fe de mediados del siglo XX era de una chatura manifiesta y no había nadie que se propusiera “la búsqueda sistemática de una poesía novedosa, capaz de romper los moldes tradicionales y asumir las grandes corrientes de la poesía mundial” (2005b, p. 160). Sin embargo, en 1981 él mismo dice que gracias a las lecturas, las amistades y los vínculos que hizo durante aquellos años salió “del círculo mágico de la lengua materna a la intemperie de otras culturas y otras literaturas”: “Entre 1956 y 1957, hasta 1960 pongamos –escribe en la misma nota autobiográfica–, mi modo actual de concebir la literatura, cristalizó, creo, definitivamente” (2015, p. 129).
Lo cierto es que, aunque el ambiente santafesino pareciera provinciano a los ojos de un joven inquieto como Saer, a partir de 1950, una promoción de artistas e intelectuales alrededor de diez años mayores que él había comenzado a intervenir intensamente en el campo cultural de la ciudad con proyectos que se diferenciaban notoriamente de los de la generación anterior. La conformación del grupo literario Espadalirio, la apertura del Cineclub de Santa Fe, la edición de la Antología Universal de la Poesía compilada por Miguel Brascó, en la que se incluyen poemas de muchos santafesinos jóvenes y de poetas cercanos a la revista Poesía Buenos Aires, y la celebración de la Primera Reunión de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral, organizada por Francisco Urondo, pueden servir de ejemplo para reponer apenas indicativamente la actividad artística de la época. Los nombres que intervienen en la página literaria de El Litoral a comienzos de 1959 y las discusiones que se ponen de manifiesto en sus columnas significan quizás la culminación de este proceso de transición generacional.
La experiencia fue muy significativa para el joven Juan José Saer. Así lo indican el hecho de que la anécdota de su desenlace haya permanecido viva durante más de cuarenta años, y, sobre todo, las líneas de continuidad que pueden trazarse entre las intervenciones que se publicaron en la sección de cultura del diario y el desarrollo posterior de su obra. Este artículo se propone reflexionar sobre los años de formación del narrador santefesino a partir de la lectura de la página literaria de El Litoral entre 1957 y 1959. Con este fin se revisará el vínculo de Saer con Hugo Gola y los miembros del grupo literario Adverbio, y se analizarán las colaboraciones de Raúl Gustavo Aguirre, Juan Carlos Portantiero y Edgard Bayley en la sección de cultura del diario durante la gestión de este grupo de jóvenes escritores. Así, se intentará poner en evidencia que las conversaciones que tenían lugar en Santa Fe a finales de los años cincuenta están directamente relacionadas con tres núcleos centrales de la poética narrativa de Saer: la concepción de la escritura como trabajo crítico, la tensión entre localidad y cosmopolitismo, y la resolución formal que el problema de la representación encuentra en su prosa. En simultáneo, este análisis intentará poner en evidencia las dinámicas de ida y vuelta entre región, nación y mundo que inciden en la circulación de literatura en ciudades de provincia, y que, por lo tanto, fueron determinantes para el narrador de Serodino.
Si el trabajo como periodista y editor de El Litoral dejó su marca en Saer, no puede decirse que haya sucedido lo mismo a la inversa. Dos semanas después de “Solas”, la página literaria del diario retoma su publicación con textos de Diego Oxley y Jorge Taverna Irigoyen. Al domingo siguiente: Luis Di Filippo y Mateo Booz. El otro, Agustín Zapata Gollán, y, más adelante, Oreste D’Aló. Vuelven a repetirse los autores que Saer y compañía habían intentado desplazar. Es como si nada hubiera pasado entre enero y abril de ese mismo año. O casi nada, porque aunque ya no están ahí los títulos enmarcados por rectángulos pseudo constructivistas en dos tonos de grises, ni las reproducciones de obras plásticas de vanguardia, ni las reseñas bibliográficas extensas y firmadas, ni, desde ya, las colaboraciones de los integrantes de Contorno y Poesía Buenos Aires, sí se mantiene, en lo que parece ser la única herencia comprobable que Gola, Mandón y Saer legaron al medio gráfico, la diagramación con márgenes generosos para facilitar la legibilidad: las columnas separadas por amplios espacios en blanco y ya no por aquellas líneas verticales que a duras penas diferenciaban dos tiradas de texto casi pegadas la una con la otra, y que por un buen tiempo siguieron siendo la norma en las demás páginas del diario.
Hugo Gola y el grupo Adverbio
Cansado de estudiar Derecho, Juan José Saer entra a trabajar en El Litoral en 1956 gracias a las gestiones “del padre de una amiga, que era periodista” (Saer, 2015, p. 129). Antes, en 1954, con diecisiete años de edad, había publicado en este mismo vespertino el primer texto literario que dio a conocer, el poema “Motivos del canto”, una composición de temática rural a la manera de José Pedroni, quien fue una de sus primeras y definitivas influencias literarias (Prieto, 2021). Después de ese aparecerían en las páginas de El Litoral otros poemas y, en diciembre de 1957, cuando ya trabajaba para el diario, “Un caso de ignorancia”, el primer relato que firma con su nombre, que terminaría integrando su primer libro, En la zona, de 1960.
De herencia radical en lo político, la tradición de El Litoral era reformista y liberal (Ricci, 2006). Su enemigo manifiesto, el peronismo. En cuanto a lo cultural, sería algo injusto calificarlo de plano como provinciano, conservador o, como diría Saer que dijo su propio director, “mediocre”. Incluso antes de que él y sus compañeros comenzaran a intervenir en la página literaria, el diario publicaba regularmente a Guillermo de Torre, por ejemplo, e incluyó colaboraciones de Álvaro Yunque, Raúl González Tuñón, Córdoba Iturburu, Juan L. Ortiz y Pablo de Rokha. Es cierto que estos últimos, ligados al Partido Comunista, ponen de manifiesto más el espectro ideológico que toleraba el periódico que el carácter de su intervención cultural. Sin embargo, también permiten caracterizar someramente el tipo de información que circulaba por sus páginas, heterogénea y a veces hasta contradictoria, como es la constante en los periódicos liberales modernos.
De cualquier manera, los nombres que más se repetían en la sección de cultura de El Litoral eran los de las figuras santafesinas de la generación del cuarenta, que en general, en literatura o en historia, y más allá de la calidad que pudiera tener su trabajo, tendían a la celebración localista, cuando no a la exaltación folklórica, romántica o costumbrista. Y si bien en algunos casos, como en el de Luis Gudiño Kramer, por ejemplo, quien por entonces era jefe de redacción de El Litoral, el disvalor que lleva implícito esta afirmación es susceptible de ser matizado, los miembros de la generación siguiente no estaban dispuestos a hacerlo, y rechazaban las obras de sus mayores en bloque, por regionalistas. Así describe a los exponentes de esta tendencia José Luis Víttori, uno de los compañeros de Saer en El Litoral, en un trabajo retrospectivo de 1984:
En términos generales, (…) responden a una concepción social, subrayan la costumbre, apuntan a lo “típico en condiciones típicas”, atienden a los hechos (la anécdota, la historia) y conciben a los personajes como criaturas de la circunstancia, haciendo de ellos verdaderos retratos. (p. 76).
Es en buena medida en oposición a este tipo de poéticas que en 1953 se constituye el grupo literario Adverbio, conformado por autores de lo que Víttori llama la “generación del cincuenta y cinco”: Juana Elena Basso, Hugo Gola, Hugo Mandón, José María Paolantonio, Juan Pérez Carmona y él mismo. “Nos negábamos por cierto a un regionalismo de estampa –dice–, pero como contrapartida no fugábamos hacia un europeísmo servicial, a una ‘literatura de traducción’” (p. 74). El colectivo publicó una antología grupal en 1955 y en 1956 comenzó a editar la revista Punto y aparte. Saer, unos diez años menor que todos ellos, nunca formó parte orgánica del grupo. Sin embargo, sí trabó amistad con Gola, Mandón y Víttori –muy especialmente con el primero, con quien seguiría en contacto durante toda su vida–, quienes al notar su “exigente talento”, como lo describiría Rodolfo Alonso (1988, p. 15), parecen haberlo apadrinado. En septiembre de 1957 –el mismo año en que iba a publicar su primer relato, el mismo año y el mismo mes en que acababa de publicar su primer poema en libro en la segunda edición de la Antología Universal de la Poesía compilada por Miguel Brascó– aparecería en Punto y aparte la primera entrevista a Saer, para entonces un enfant terrible de veinte años de edad, para quien el poeta, “como poeta”, no puede servirle a la sociedad “de ninguna manera” (1957a, p. 13). Quedaba atrás el adolescente que le cantaba a la labranza de los campos de trigo y empezaba a perfilarse el joven narrador irreverente y pagado de sí mismo que en 1964 llegó a los medios nacionales por increpar a Silvina Bullrich en el V Congreso de Escritores Argentinos (Dalmaroni, 2010).
Durante estos años, la influencia de Gola, Mandón y Víttori en Saer fue determinante:
Eran la vanguardia: Gola leía a los poetas franceses e italianos, hablaba de Rilke, de Ungaretti, de Rimbaud. Mandón y Víttori, que eran narradores, conocían bien la literatura norteamericana. Puede decirse que, entre 1955 y 56, yo, gracias a nuevas amistades y lecturas, salí del círculo mágico de la lengua materna a la intemperie de otras culturas y otras literaturas. (…) Mi deuda con la gente de Adverbio que acabo de mencionar es enorme, en particular con Hugo Gola (…). Gola me hizo conocer a J. L. Ortiz y me puso en contacto con algunos poetas de la revista Poesía Buenos Aires. (Saer, 2015, p. 129).
La cita es significativa por varios motivos. En primer lugar, por las lecturas de otras tradiciones lingüísticas que enumera. En tres nombres, tres lenguas –alemán, italiano y francés–, y una más al hablar de “literatura norteamericana” –y en su dominio, sin ser mencionado, pero no muy difícil de reponer, otro nombre: William Faulkner–. A partir de esto, la consciencia de que estas lecturas –y todo lo que cabe presumir a su alrededor: encuentros en casas y bares, conversaciones, ejercicios de estilo…– significaron, a la par que una actualización formal, un medio para salir del entorno provinciano en el que Saer se sentía inmerso, que acá es tanto el de la ciudad de Santa Fe como el de toda la lengua materna. En tercer lugar, el reconocimiento explícito a un efímero grupo literario de provincias como mediador fundamental de este quiebre cosmopolita, y esto no solo por facilitarle nuevas lecturas, sino también por propiciar la constitución de redes intelectuales de alcance nacional, que quedan representadas en la cita por la revista porteña Poesía Buenos Aires y la figura tutelar de Juan L. Ortiz.
Todo esto junto se pondría de manifiesto en el trabajo concreto de editar la página literaria de El Litoral. En este sentido, resulta revelador el énfasis de Saer en la figura de Hugo Gola, no tanto por la perdurabilidad de la amistad literaria entre ambos, sino por el impacto que su actitud le causó a mediados de los cincuenta. Según María Teresa Gramuglio, no puede verificarse compatibilidad entre la forma de entender la manifestación poética de uno y de otro, y, sin embargo, sí parece haber coincidencias fundadas en la instancia previa a esa manifestación (2017). Saer vuelve sobre esto en un texto de principios de la década del 2000: “Gola fue la primera persona en quien pude observar una práctica del trabajo poético en la que el conocimiento y la reflexión sobre la historia y la razón de ser de la poesía, tenían la misma importancia que la mera capacidad de ‘escribir versos’” (2005b, p. 159).
Conviene notar que cuando dice “una práctica del trabajo poético” no parece estar haciendo referencia a la acción de escribir, ni a la de escribir y corregir, sino, más específicamente, a la escritura en sí misma en su nudo con la reflexión crítica y estética, si es que estas dos cosas pueden considerarse por separado. Es eso lo que reconoce en Gola. Se trata de una comprobación en cierto sentido vaga –qué escritor no lleva a cabo una reflexión estética…–, pero conviene no tomarla a la ligera, porque será determinante para la actitud y el tono de la obra posterior de Saer, y significa un parteaguas respecto al período adolescente de “Motivos del canto”. De hecho, Saer vuelve sobre esta idea del “trabajo” en literatura en varias oportunidades. Incluso más, tal como le explica a María Teresa Gramuglio, y como se lee también en la cita sobre Gola, para él es posible escribir, tener “la mera capacidad de ‘escribir versos’”, sin “hablar propiamente de trabajo”:
Mi relación con el trabajo literario ha sido distinta en diferentes épocas de mi vida. Por otra parte, aunque haya escrito toneladas de poemas y de cuentos en mi adolescencia, sólo podría hablar propiamente de trabajo a partir de 1959-60. (Saer, 1986, p. 13).
Según parece desprenderse de afirmaciones como estas, “el conocimiento y la reflexión sobre la historia y la razón de ser de la poesía” que Saer observa en Gola –quien, de paso, años después editará una revista llamada El poeta y su trabajo– tiene mucho que ver con la disposición autoconsciente, formalista y a favor de la autonomía del arte que Saer empezaría a adoptar por esos años y que, tal como ha señalado la crítica, sería una constante de su trayectoria intelectual.
Es probable que esta actitud se haya consolidado como tal en parte gracias al trabajo de edición de la página literaria de El Litoral. Si se acepta que, durante los cuatro meses que los miembros de Adverbio la tuvieron a cargo, la sección cultural del diario funcionó casi como una revista del grupo, en su sentido más programático, y que, como señalan los estudios sobre publicaciones periódicas, una revista expresa y a la vez forma una posición estética (Sarlo, 1992; Tarcus, 2020), entonces, especulando apenas un poco, se puede pensar que la página de cultura de El Litoral no representó solamente una oportunidad para que Saer y Gola ejercitaran el carácter crítico que compartían, sino también el ámbito propicio para forjar ese carácter. Seleccionar materiales, discutirlos, la necesidad de incluir una cosa y excluir otra que implica el armado de una sección semanal, pensar tanto en términos de información como en términos de intervención en el debate cultural, defender las decisiones en la redacción del diario, en fin, el trabajo de editor, en general, con todo lo que significa, muy diferente al de un periodista redactor, y muy distinto también al trabajo de profesor que ejercería más tarde, sin dudas debe haber contribuido a delinear los rasgos intelectuales de Saer.
Desde ya, no era Hugo Gola solo el único cultor de esta forma que aquí llamamos “crítica” de entender la literatura. Se trataba más bien de un espíritu compartido por todo un grupo de escritores, fundamentalmente poetas, entre ellos Juan L. Ortiz, que se convertiría en una referencia central para el grupo, y los exponentes de Poesía Buenos Aires, en particular Edgard Bayley, autor tanto de poemas como de ensayos, que pregonaba una perspectiva teórico-práctica de la poesía. En una nota publicada en el año 2000, Saer reconoce esto último, y otra vez en términos de “trabajo”:
Poesía Buenos Aires, aparte de haber contribuido más que ninguna otra publicación a la difusión de las principales corrientes poéticas del siglo XX, reveló sobre todo una nueva generación de poetas argentinos y una nueva manera de concebir el trabajo poético. (2005b, pp. 192-193).
El contacto de Saer con los miembros de Poesía Buenos Aires fue determinante para su formación como escritor. De nuevo, fue Gola quien ofició como cicerone. Los vínculos entre el grupo editor de la revista y el grupo de Santa Fe inician a principios de los cincuenta. Según cuenta Jorge Móbili, codirector de los primeros tres números de la publicación, por esos años viajó a visitar a una novia santafesina y conoció “a Ariel Ramírez, a Miguel Brascó, a Hugo Gola, a Paco Urondo. La pasamos muy bien. Recuerdo que cruzamos a Paraná para verlo a Juan L. Ortiz” (1988, pp. 14-15). En una entrevista publicada en el dossier que el Diario de poesía le dedica a Poesía Buenos Aires, Rodolfo Alonso también hace referencia a sus viajes a la ciudad: “por supuesto que también teníamos contacto con las provincias, especialmente con las del litoral, donde inmediatamente nos relacionamos con Juan L. Ortiz y Hugo Gola, y donde se anunciaba el exigente talento de Juan José Saer” (1988, p. 15).
Poesía Buenos Aires fue una influencia central para los poetas de Santa Fe que discutían con el programa regionalista en sus diversas variantes. No solo constituyó un medio para acceder a nuevas lecturas, sino también un espacio para publicar fuera de la ciudad. Ahora bien, si es verdad que estas redes intelectuales fueron muy relevantes para que los jóvenes santafesinos dieran, por fin, con un espíritu de vanguardia afín al suyo, también lo es que la escena litoraleña les dio mucho a los porteños. Sobre todo dos cosas: contacto con Juan L. Ortiz y una caja de resonancia para sus ideas fuera de la capital, como lo prueban la participación de Raúl Gustavo Aguirre y Edgard Bayley en la Primera Reunión de Arte Contemporáneo, y las colaboraciones de muchos poetas asociados a la revista, entre ellos sus principales exponentes, en la página literaria de El Litoral.
Intelectuales y poetas de Buenos Aires en El Litoral
Hugo Gola, Hugo Mandón, Juan José Saer y José Luis Víttori tomaron la dirección de la página literaria de El Litoral en 1959, pero en realidad venían interviniendo intermitentemente en su línea editorial relativa a arte y literatura desde finales de 1957. El proyecto como tal no hubiera resultado factible si no fuera porque José Luis era el hijo de Pedro Víttori, uno de los dueños del periódico. Sin embargo, la intención de transformar la sección de cultura de “un diario mediocre”, incluso más, la idea de que era necesario hacerlo, se explica menos por eso que por el movimiento de renovación del campo cultural santafesino que acabamos de describir, que, a su vez, se deja leer en los nombres de los colaboradores de la página literaria, en el tono polémico de sus intervenciones y en su espíritu gregario.
Esto queda claro ya en la primera sección de cultura en la que se nota la participación del grupo: la edición especial del 24 de diciembre de 1957, que ocupó no una página, como era lo habitual cada domingo, sino tres. Por las firmas que incluye, todas relacionadas al grupo Adverbio, es casi un regalo de navidad del dueño del diario para su hijo y sus amigos. Publican Rodolfo Alonso, Raúl Gustavo Aguirre, Edgard Bayley, Miguel Brascó, Jorge Dengris, Gola, Mandón, L. F. Oribe, Paolantonio, Saer (“Un caso de ignorancia”), Urondo y el propio José Luis Víttori. Por otra parte, como ya se dijo, al retribuirle a las figuras principales de Poesía Buenos Aires el espacio de publicación que en su momento le habían abierto a los santafesinos, queda sellado el vínculo con ese grupo de poetas, que también se había puesto de manifiesto en la selección de la Antología Universal de la Poesía compilada por Brascó y en la nómina de participantes de la Reunión de Arte Contemporáneo curada por Urondo. Los ensayos de Aguirre y Bayley, los poemas de Alonso, circulan así entre un público nuevo y en tiradas más amplias que las de su revista.
Más allá de los nombres, las diferencias en la línea editorial de la página literaria se volverían explícitas de inmediato. Es justamente un ensayo de Aguirre publicado en el especial de diciembre de 1957 el que pone en evidencia el debate principal que Saer y compañía mantendrían con quienes antes que ellos solían ocupar la sección cultural del diario. El texto en cuestión es la declaración de principios “Presencia de la realidad en la poesía”, acá titulado directamente como “Realidad en la poesía”, que suele considerarse una suerte de manifiesto del grupo Poesía Buenos Aires, en el que Aguirre toma partido por una estética de herencia invencionista en sentido amplio.
Lo llamativo es que ese ensayo ya había aparecido en el número 9 de la revista porteña, en la primavera de 1952. ¿Por qué volvió a salir en El Litoral? ¿Qué sentido tenía imprimirlo de nuevo si venía circulando desde hacía cinco años? Se pueden dar dos respuestas a este interrogante, complementarias entre sí. La primera, presentar al grupo de poetas ante los lectores de Santa Fe mediante uno de sus textos fundacionales. La segunda, menos inocente, formular una declaración de principios por interpósita persona en contra de los valores estéticos regionalistas que predominaban en la provincia. Este último parece ser el caso si nos concentramos en ciertos momentos del ensayo de Aguirre. Por ejemplo, cuando frente al credo realista tolstoiano de “pinta tu aldea”, el autor, sin negar la máxima, invierte el sentido del recorrido y afirma que la tarea del poeta consiste no en partir de lo local para llegar a lo universal, sino en “la comprensión cada vez más íntima de la realidad en que se mueve, empezando por el universo y terminando por su casa, por su propia cabeza” (1957). O cuando, más adelante, agrega a la discusión una pregunta retórica que en los círculos culturales santafesinos tradicionales debe haberse leído como un desafío, pero que, dados los intereses que ya entonces manifestaba, también debe haber hecho reflexionar a Saer. Escribe Aguirre: “a veces le observan [al poeta]: él no vive en su ciudad, no ve su ciudad, no le interesa la realidad que le circunda. Quienes eso le dicen creen que una ciudad es todo el universo. ¿De qué vale estar en una ciudad si no se está en el resto del mundo?” [subrayado del original] (1957).
Los jóvenes editores de la página literaria de El Litoral buscaban intervenir en el debate en torno al sentido estético y político del realismo literario en provincias mediante la publicación de ensayos de intelectuales ajenos al medio santafesino. La estrategia funcionaba a dos frentes: por un lado, hacia afuera de la ciudad, permitía afianzar las redes con intelectuales y poetas de otras partes del país, principalmente de Buenos Aires, por el otro, hacia adentro, constituía una forma de discutir apenas veladamente con aquellos que ocupaban las páginas del diario hasta su desembarco. En el camino, los postulados de los intelectuales porteños, formulados en el contexto metropolitano, se resignificaban gracias al desplazamiento de apenas unos kilómetros de las coordenadas de recepción. En El Litoral, los pasajes más significativos del ensayo de Aguirre, por ejemplo, ya no son tanto los destinados a plantear una poesía del presente y la realidad inmediata en contra de la modalidad elegíaca cuarentista, sino aquellos que reflexionan sobre el modo distorsionado en que el presente y la realidad entran en la literatura. El sentido de los textos depende también del lugar y el momento en que son leídos. Por efecto de operaciones como esta los mismos textos se leen de forma diferente. Así, la incidencia que tienen en la historia de la literatura excede sus propósitos originales, toda vez que, recodificados por el proceso de mediación, influyen, por ejemplo, en un escritor como Juan José Saer.
El de Aguirre no es el único caso en que esto se verifica. En lo que refiere al debate en torno al realismo, el ejemplo más claro es el de Juan Carlos Portantiero, que participa de la Primera Reunión de Arte Contemporáneo de la UNL y poco más de un año después publica en la página literaria. Tal como señala Paulo Ricci, las conversaciones iniciadas en la Reunión “seguirán presentes en los artículos y ensayos que luego publica el suplemento” (2006). Así ocurre con la ponencia y el artículo de Portantiero, que en ambos casos adelantan en parte las hipótesis que terminarían de consolidarse en su primer libro, Realismo y realidad en la narrativa argentina, de 1961.
La ponencia de 1957, titulada “Para una crítica de la literatura argentina”, comienza con una extensa introducción, más sociológica que literaria, en la que se retoman las discusiones en torno al “ser nacional” desde una perspectiva gramsciana, y se postula que en Argentina existe una suerte de divorcio entre la clase media, cuyos prejuicios “pesan de manera muy grande en la conformación de la psicología colectiva”, y el pueblo-nación. Portantiero justifica en este diagnóstico el origen de los que para él son los principales problemas de la literatura argentina de la época: confundir “la violencia con la intensidad; el compromiso (…), con la militancia (…); el populismo, con el realismo” (1958, p. 90). Pero además, dice Portantiero, si a esto se suma que Argentina no goza “de una acabada integración económica y cultural”, se entiende también que “nuestra literatura padezca todavía de regionalismo”. En este punto la disertación es especialmente enfática: “extremando algo las cosas, el regionalismo significa la antítesis de la literatura”:
Antonio Gramsci, a quien habrá que citar muchas veces cuando se trate de analizar los problemas de la cultura, señala que “una cosa es ser particular, otra predicar el particularismo”. El regionalismo literario es una forma de inmadurez nacional como fenómeno social, y una falta de talento artístico desde el punto de vista individual. Andan de la mano el regionalismo y el pintoresquismo. (1958, p. 84).
No es difícil imaginar el efecto que este tipo de declaraciones podían tener en la escena literaria de Santa Fe. De hecho, en su artículo del 1° de febrero de 1959 en El Litoral, el propio Portantiero señala al pasar que sus reflexiones “estimularon las iras de algún santafesino”. Esta segunda intervención es mucho más breve que la ponencia de la Reunión, y sin embargo vuelve a demorarse en el diagnóstico socio-cultural en sentido amplio que serviría de marco general a la crítica literaria propiamente dicha. Ahora, Portantiero pone en el centro de su análisis al significante que en el cincuenta y siete brillaba por su ausencia: el peronismo. El principal hecho histórico de las décadas de 1940 y 1950, dice, es el peronismo y “el signo que presida las obras será el mismo que a su turno determine las respuestas a los interrogantes” que este movimiento planteó: “según haya sido la profundidad del análisis, será acertada la nueva síntesis”. El problema, continúa, es que
las mismas respuestas elaboradas ante la nueva problemática que planteó el enfrentamiento entre la cultura tradicional y el fenómeno del peronismo no significaron una síntesis cualitativamente diferente. (…) Se dice, por ejemplo, que la función primordial de la literatura es la denuncia. Lejos de mí la idea de una literatura aséptica, recluida en una torre de marfil que, por otra parte, ningún creador genial ocupó nunca. (…) No puede haber, seguramente, proposición más útil para el trabajo intelectual en nuestro país que esa que obliga a asumir íntegramente la realidad que nos toca. Pero su asunción profunda solo podría conseguirse quebrando límites tradicionales que aún sofocan; es decir, buscando que la conciencia del fenómeno histórico coincida con la esencia de su realidad, pero nunca más con formas, aunque parezcan nuevas, del viejo subjetivismo de nuestras clases medias. (1959).
Como en el caso del ensayo de Aguirre, para los fines de este artículo no importa tanto cuáles hayan sido las intenciones originales de Portantiero a la hora de escribir estos textos, sino cómo fueron leídos en Santa Fe. María Teresa Gramuglio señaló que por esos años Portantiero, nombre clave en la primera recepción de Gramsci en Argentina, lector de Gyorgy Lukács, se encontraba discutiendo tanto con la línea estética que difundía el Partido Comunista del que formaba parte, el realismo socialista, como con los intelectuales nucleados en torno a la revista Contorno, liberales frondicistas. Se trata “de un debate generacional, en el cual Portantiero tiene que afirmar al mismo tiempo tanto su propio lugar en cuanto crítico como las posiciones de la formación política a la que pertenece” (Gramuglio, 2012, p. 144), y todo eso, incluso la lectura de Gramsci y Lukács, queda claro en sus intervenciones santafesinas. Ahora bien, es evidente que en el contexto de El Litoral los mismos planteos en relación al realismo tendrían resonancias diferentes o cuanto menos complementarias.
Para calibrar el tenor de este tipo de intervenciones en el medio santafesino vale la pena contraponer los enunciados de los ensayos de Aguirre y Portantiero con el programa que por esos años impulsaba Luis Gudiño Kramer, el jefe de redacción de El Litoral entre 1938 y 1963 (De Zan, 2014). Gudiño Kramer, intelectual de izquierda, también vinculado al Partido Comunista, preso por unos días después de la Revolución Libertadora, narrador de gran capacidad de observación, de oído atento a las inflexiones del habla coloquial, lector de Jorge Luis Borges y a la vez comprometido de manera militante con la literatura de tema regional, es quizás quien planteó con mayor claridad las ideas literarias que campeaban por esos años en la capital provincial. En 1955, dos años antes de la aparición del ensayo de Aguirre en el diario que dirigía y de la diatriba anti-regionalista de Portantiero, había publicado el libro Escritores y plásticos del Litoral, un estudio sobre historia del arte en esa región geográfica. Ahí, en un apartado titulado “El tema regional”, llama a adoptar los lineamientos del realismo social y a ocuparse de los tópicos folklóricos:
Una élite intelectual sigue preocupada más de problemas estéticos que de problemas éticos, o se libra a la angustia o a la sola adivinación poética.
Mientras esto ocurre, un grupo de hombres con fe, a veces tímidamente, trabajan por salvar una expresión, por prolongar una tradición progresista en lo cultural. La mayoría de ellos ha encontrado en el realismo literario un vehículo magnífico para la propagación de sus ideas, y para la creación de la obra que el pueblo comienza a reclamarles.
(…)
Por eso un prudente retorno al tema regional y al proceso de la cultura popular que trata de crecer, que es el caso del folklore, es conveniente. Nunca la actitud de indiferencia ni de menosprecio por lo propio, ni de arrogancia ante el pueblo ansioso de saber y de sentir. (pp. 89-90).
Si estos eran los presupuestos estéticos que defendía Gudiño Kramer, por más que se esforzara porque el diario que dirigía fuera una “tribuna de ideas” (De Zan, 2014, p. 259), intervenciones como las de Raúl Gustavo Aguirre no le deben haber pasado desapercibidas. Menos todavía las que se iban a publicar en la página literaria dos años después, cuando Saer y compañía tomaran su conducción. Y, entre ellas, en especial, además de la nota de Portantiero, la reseña de José Luis Víttori a su última novela a la fecha, Sin destino aparente.
Al contrario de toda lógica —o según una lógica estrictamente literaria, por completo ajena a las reglas de la etiqueta cultural—, el comentario sobre el libro del jefe de redacción Gudiño Kramer que apareció en el diario que él mismo dirigía fue lapidario. El hijo del dueño, Víttori, aprovecha la ocasión para cuestionar los presupuestos regionalistas del primer “escritor santafesino que alcanzó resonancia y valores nacionales en un medio literario de manifiesta pobreza”. Se trata de bajar a un caso concreto las tensiones que Aguirre —o el texto de Aguirre trasplantado al medio santafesino— planteaba en abstracto. Gudiño Kramer tuvo una “actitud contemporánea”, está atento a “los destinos del hombre”, pero fue “probablemente influido” por el “planteo unilateral de Boedo” y está “inmerso en el realismo inaugurado por Gorki”. En consecuencia,
Sensible más a lo telúrico que a lo cósmico, a los rasgos típicos de los caracteres que a la psicología del conflicto individual, a los tipos (o prototipos) que a los personajes, a lo anecdótico que a lo analítico, Gudiño Kramer se vio sometido a tensiones contradictorias. (…) La presencia de lo contemplativo y lo hondamente vivencial y la respuesta al evento político y social (la dictadura del 43 y el peronismo) no logran plasmar en una síntesis en su obra posterior a Aquerenciada soledad y marcan en cambio sus más áridos desniveles. (1959).
La caracterización de Víttori, que aparece publicada junto a un recuadro publicitario en el que Editorial Platina promociona el mismo libro –“una gran novela de nuestra tierra”– recuerda, por lo definitiva, a la que hace Analía Capdevila sobre los rasgos regionalistas y costumbristas en general, con la que se corresponde y se complementa: “cierta precariedad formal, estructural y retórica, una falta de recursos o el recurso a procedimientos primarios, elementales” (Prieto, 2021, p. 46). Y ambas se contraponen, a su vez, a la poética que iba a desarrollar Saer, que es, escribe Martín Prieto, “su contracara: forma, estructura, retórica, organización argumentativa, falta de vehemencia y falta de desenlace –o desenlaces ‘en suspenso’–” (Prieto, 2021, p. 46).
El intento de renovación de la página literaria de El Litoral llega a su fin un mes después del comentario de Víttori. Es imposible saberlo, pero quizás haya sido, aparte del escándalo provocado por “Solas”, otro de los motivos por los cuales los directores del diario decidieron darle de baja. En todo caso, en la reseña son evidentes, por un lado, la intención de intervenir en el debate local que manifiesta su autor –y, por extensión, todo su grupo de amigos–, y, por el otro, el soporte crítico que, tácitamente, le brindan a sus argumentos textos como los de Aguirre y Portantiero, publicados en la misma página literaria. La operación de posicionamiento en el campo cultural local de un conjunto de jóvenes escritores, en este caso, se lleva a cabo no tanto desde revistas independientes y autoediciones, sino, sobre todo, desde el seno del medio gráfico local más importante, símbolo máximo de lo instituido.
Es en este marco y durante esos años que, según él mismo lo afirma, Saer consolidó su idea sobre la literatura. Y cabe precisarlo, para complejizar la lógica dicotómica con la que suelen explicarse las tensiones entre escritores consagrados y advenedizos en disputa por la hegemonía simbólica. Aunque los presupuestos estéticos del realismo social que defiende Gudiño Kramer sean completamente ajenos a la poética de Saer, uno y otro discuten sobre un terreno común, comparten el mismo conjunto de intereses referenciales, aquello que constituye el objeto de la representación o de su imposibilidad: el paisaje humano y natural, urbano y rural de Santa Fe y su zona. Esto no convierte a Gudiño Kramer ni a ningún otro cultor del realismo social de tema regional en precursor de Saer, pero sí en su interlocutor y antagonista. La ruptura entre ambas propuestas es evidente, pero, en todo caso, también lo es su continuidad. Aquí entran a jugar las redes intelectuales y las lecturas de escritores de otras partes del país. Saer no se opuso a una estética local en favor de ideas metropolitanas; antes bien, utilizó desviadamente ideas metropolitanas para oponerse a una estética local. Tener en cuenta esta dinámica permite comprender la génesis de su “regionalismo no-regionalista”, tal como lo caracterizó Beatriz Sarlo (1996, p. 33). El grupo de jóvenes en el que se referenciaba apeló a los planteos de los poetas de Poesía Buenos Aires y de otros intelectuales porteños para intervenir en un debate, si se quiere, periférico, provinciano. Y quizás paradójicamente, quizás no tanto, ese desvío terminó por producir una de las consecuencias más felices de esos planteos en la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX.
El trabajo de editar la sección de cultura de El Litoral le dio a Saer amigos escritores, contacto con intelectuales de otras partes del país, una forma de entender la sociabilidad literaria más allá de la ciudad de Santa Fe, lo acercó a una práctica de la lectura desde la región pero definitivamente marcada por un afán cosmopolita, le enseñó una “nueva manera de concebir el trabajo poético” e incluso puede haber influido en su manera de aproximarse a los temas locales. Pero, además de todo esto, también es posible rastrear en su paso por la página literaria el origen de algunos rasgos de su prosa narrativa presentes en toda su obra, que son, finalmente, los que le otorgan sentido a una enumeración como la de la oración precedente. Para corroborar esto último vale la pena detenerse en las ideas que desarrolla Edgard Bayley en “En torno de la palabra y el arte de narrar”, un ensayo que se publicó en El Litoral el 24 de mayo de 1958.
Por empezar: el título mismo del ensayo de Bayley tuvo una significativa proyección en la obra de Saer, que tituló su propio libro de poemas El arte de narrar. No es posible afirmar con certeza que este gesto haya sido un homenaje velado al poeta invencionista, se trata de un sintagma si se quiere convencional. De cualquier modo, dado su trabajo en El Litoral y su cercanía al poeta, sí se puede decir que Saer conocía el texto de Bayley y que no le deben haber pasado desapercibidas las resonancias entre ese ensayo y sus propios planteos.
De hecho, la hipótesis principal de “En torno a la palabra y el arte de narrar” apunta a una de las propuestas programáticas más señaladas en la obra del narrador santafesino: aquella que confunde los límites entre poesía y prosa narrativa. El buen narrador, según Bayley, debe “conjugar la preocupación poética —preocupación por la palabra y por sus repentinos cambios y reverberaciones— con las exigencias de la técnica narrativa”:
debe empezar por atender al valor instrumental de la palabra, referirse a una realidad dada. Pero al mismo tiempo la palabra, en cuanto tal, rebasa todo cometido meramente descriptivo y tiende a expresar una experiencia mucho más amplia que el reflejo de cualquier realidad. Son dos funciones que están presentes en todo proceso de expresión verbal, pero que en el relato pueden advertirse con mayor facilidad. (1958).
Efectivamente, el planteo toca uno de los nudos fundamentales de la poética saereana, justamente aquel que le permitiría encontrar una fuga formal frente al problema del realismo social hegemónico en Santa Fe del que se habló arriba. Al hacer el ejercicio de leer este ensayo pensando en la obra de Saer se torna imposible pasar por alto este tipo de referencias cruzadas. Para dar solo un ejemplo más, vale la pena citar en extenso el siguiente fragmento, en el que incluso una expresión del poeta de Poesía Buenos Aires –“una realidad más honda que aquella que constituye el conocimiento lógico”– parece prefigurar una del narrador –“una forma más real que la del mundo”–, y en donde puede leerse también la ambición de irónica totalidad que anima el proyecto de Saer:
[En la experiencia literaria] la frontera entre el cómo se dice y lo que se dice se torna imprecisable. Ambos polos de la palabra se fusionan y constituyen, juntos, el símbolo de una realidad más honda o al menos distinta, de aquella que constituye la materia del conocimiento lógico. Sabemos que no se pretende aquí aludir a una determinada parcela de la realidad, sino a toda la realidad, a toda la vida. (1958).
Las coincidencias son elocuentes. De cualquier manera, no se trata aquí de señalar influencias directas en términos de fuente, en un sentido filológico, sino de caracterizar una escena literaria y llamar la atención sobre las marcas que dejó en quienes formaron parte de ella, entre ellos Saer. El contrapunto pormenorizado entre la propuesta del artículo de Bayley y la poética del narrador requeriría de mayor desarrollo. A los fines de este trabajo, sin embargo, importa señalar el vínculo entre ambos como otro indicio más de la influencia que tuvieron en él las conversaciones sobre literatura que se daban en la ciudad de Santa Fe a finales de los cincuenta, tanto así que en la biblioteca saereana de referencia cabría sumar, escondidos en las solapas de los libros de Roberto Arlt, Borges, Juan L. Ortiz y los exponentes del nouveau roman, algunos recortes amarillentos de la página literaria de El Litoral entre 1957 y 1959.
Un escritor argentino en su tradición
El 28 de junio de 2002 el suplemento Babelia del diario español El País publicó un artículo de Juan José Saer titulado “El escritor argentino en su tradición”, en referencia directa a la conferencia “El escritor argentino y la tradición”, que Jorge Luis Borges había pronunciado medio siglo antes, en 1951. El texto de Saer gira en torno de la relación entre la crisis económica, social e institucional que atravesaba la Argentina por esos años. La “tradición” a la que hace referencia el título puede entenderse como la tradición de la crisis: la recurrencia de las turbulencias políticas hace que sea necesario y hasta casi natural que los autores argentinos se enfrenten a las condiciones que les impone su época y escriban a partir de ellas, sobre ellas o a la par de ellas. Según Saer como “la sociedad argentina, desde sus orígenes, a causa de lo que podríamos llamar, paradójicamente, un constante estado de transición, (…) se ve obligada a administrar continuamente la violencia, sin lograrlo nunca del todo”, “la materia misma de nuestros clásicos es la violencia política” (2005b, p. 63). En este sentido, el cambio de la conjunción “y” y el artículo determinativo “la” del título de Borges por la preposición “en” y el posesivo “su” de Saer debería interpretarse como un intento de situar la tradición literaria, las series complementarias de los clásicos universales y los nacionales, en una tradición política y sociocultural particular: la tradición argentina de la crisis.
A grandes rasgos esa es la hipótesis principal del artículo. Pero en la versión del texto publicada en el libro Trabajos, apenas más extensa que la de Babelia, Saer, además, se ocupa de comentar y rectificar el texto de Borges:
Hace ya casi medio siglo, en 1953, Borges dio una conferencia sobre “El escritor argentino y la tradición”. (…) La conclusión de Borges es correcta pero incompleta; para él, la tradición argentina es la tradición de Occidente (…) Pero es incompleta porque parece ignorar las transformaciones que el elemento propiamente local le impone a las influencias que recibe. La propia literatura de Borges es un producto de esa interacción. No es el caso hoy de explicar ese proceso. Pero hay un punto que debería inducir a la reflexión. (2005b, pp. 65-66).1
El comentario sigue contenido en potencia en la reversión del título de la conferencia, en lo que va de “El escritor argentino y la tradición” a “El escritor argentino en su tradición”. Nada más que ahora “en su tradición” no refiere solamente a las condiciones sociopolíticas de la Argentina, como el tema de la nota induce a pensar, sino a “el elemento propiamente local”, que puede incluir muchas otras cosas. Saer parece proponer, al pasar, y apela a la obra del propio Borges como ejemplo paradigmático, que no existe “la tradición”, una sola tradición occidental, sino tantas como lectores haya repartidos alrededor del mundo. Una idea muy borgeana. Siguiendo ese razonamiento, y parafraseando al propio Saer –“todo gran escritor está en el centro de la vida literaria…” (2016, p. 111)–, todo gran lector está en el centro de la vida literaria, cualquiera sea el lugar donde resida.
Se podría decir que todo esto va de suyo en la conferencia de Borges, y en cierto sentido es así. Pero tanto como la rectificación en sí misma importa quién la hace y los motivos que puede haber tenido para hacerla.
Este artículo se propuso rastrear el origen de algunas características de la poética narrativa de Juan José Saer en los debates sobre literatura que tuvieron lugar en la ciudad de Santa Fe a finales de la década del cincuenta del siglo pasado. El contacto de Saer con Hugo Gola, su trabajo conjunto en El Litoral, sus discusiones con los regionalistasy los vínculos que establecieron con poetas e intelectuales de otras partes del país tuvieron una incidencia determinante en la poética del narrador. Tiene sentido, porque un escritor de provincia no se forma en franca oposición a lo que lo rodea, no actúa en visionaria soledad, despreocupado de las ideas de los pares con los que se cruza en bares, presentaciones de libros y redacciones. Más bien todo lo contrario: su trabajo, antes que una excepción a su medio, suele ser una flexión lúcida y personal de las lecturas y las conversaciones propias de la escena literaria de la que forma parte, en la que naturalmente se inscriben el país y el mundo. Y también: que el país y el mundo están siempre atravesados, de modo quizás imperceptible solo hasta la aparición de una obra como la de Saer, por escenas de provincia como esta.
Referencias
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Notas
Recepción: 24 junio 2024
Aprobación: 20 septiembre 2024
Publicación: 01 noviembre 2024