Orbis Tertius, vol. XX, nº 22, diciembre 2015. ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria
http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/

Reseña/Review

 

Leandro Estupiñán, Lunes: un día de la revolución cubana.

Buenos Aires, Editorial Dunken, 2015, 304 páginas.

 

Antes de ser mito o tabú, Lunes fue el suplemento literario-cultural de Revolución, un diario del Movimiento 26 de Julio nacido al calor del proceso revolucionario cubano, que luego dio lugar a Granma al unirse con Hoy (del Partido Socialista Popular). Leandro Estupiñán, el autor de esta investigación, define al diario dirigido por Carlos Franqui como el más atractivo de los primeros años sesenta. Además, destaca que era el que tenía mayor tirada en la isla, un dato no menor para pensar el impacto de ese “magazín” cultural que, debido a que Revolución no se publicaba los domingos, salía cada lunes: “Las revistas literarias habían sido de restringidas tiradas, se circunscribían a sectores especializados en arte, a grupos de amigos fieles a quien las publicaba. Sin embargo, con el arribo de Lunes los escritores y artistas terminarían conquistando un público inesperado” (29).

Lunes, un día de la revolución cubana es un libro valioso porque, con un gran trabajo de fuentes orales y documentales, ofrece una reconstrucción exhaustiva de múltiples dimensiones de esta experiencia, ocurrida entre 1959-1961. Estupiñán contribuye así a un análisis del campo cultural y político cubano previo a la revolución y de aquel que se comienza a configurar -proyectándose sobre América Latina- en sus primeros años, ofreciendo al lector muchas claves para comprender los conflictos posteriores y los itinerarios de algunas figuras, como Guillermo Cabrera Infante, Lisandro Otero, Virgilio Piñera, o Heberto Padilla –antes de ser un “caso”–, muy relevantes en las polémicas internacionales sobre intelectuales y revolución que comienzan en los años sesenta y se agudizan en los setenta.

Sobre el campo cultural pre-revolucionario, Estupiñán mapea en profundidad las redes existentes así como sus tensiones. Porque Lunes puede verse como punto de partida o como una estación más en el camino. Las trayectorias previas son muy diversas: desde la revista Nueva Generación (1948) hasta la Sociedad Cultural Nuevo Tiempo y la Cinemateca Cubana, desde el exilio en los Estados Unidos durante la dictadura de Fulgencio Batista, hasta la lucha en la Sierra Maestra, donde, por ejemplo, el director de Revolución Carlos Franqui había estado a cargo de medios de prensa del Ejército Rebelde.

En el caso del proceso que se abre con la revolución, el trabajo de Estupiñán demuestra cómo la experiencia revolucionaria transformó las fuentes de legitimación y, por ende, las jerarquías en el campo cultural local, promoviendo nuevas consagraciones y exclusiones. Y también cómo es que en ese proceso, este suplemento cultural y sus ramificaciones se volvieron agentes destacados. Con ramificaciones nos referimos a que del grupo de jóvenes que hacía Lunes surgió también una editorial muy dinámica -Ediciones R- y un programa de televisión –Lunes en televisión– que desafiaron los primeros límites e impactaron en la forma en que desde el Estado se concibió la acción cultural y la idea de autonomía estética y política.

Recorriendo sus páginas, entonces, seguimos de cerca a un núcleo protagónico de escritores y artistas, y también a la dinámica en que muy pronto caen víctimas de sus propias estrategias de demarcación. Como un boomerang, sus acusaciones a los referentes de la vieja guardia cultural por ser contrarrevolucionarios, pronto los deja “fuera de juego”, cuando son otros núcleos, irritados con sus formas, los que adquieren mayor poder de enunciación.

En su tiempo, el grupo de Lunes se medía con otros colectivos, como el de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, el Grupo literario “El Puente” o el Instituto de Cine cubano (ICAIC), donde se les reprochaba -en palabras de Alfredo Guevara- pensar las cuestiones culturales como un “problema individual y de personalísimos gustos y disgustos”. De hecho, el catalizador de un importante parteaguas en 1961 fue un corto documental, titulado PM, producido por cineastas vinculados con Lunes al margen de las políticas del ICAIC. A lo largo del libro, por momentos, parece que este hecho hubiera dado ocasión para el cierre del magazín. Sin dudas es un caso que con el tiempo cobra más relevancia, al punto de volverse mito. Estupiñán lo define como “la primera censura de grandes proporciones de la Revolución”, pero su propio relato también contribuye a relativizar la gravedad de aquel asunto, al tener en cuenta la proyección del corto -poco después- en la oficial Casa de las Américas y los términos de las discusiones que se sostienen en el encuentro de intelectuales con Fidel Castro en junio de ese año.

Por otra parte, la trama del libro enfoca en particular a algunas personalidades y su impronta, contribuyendo con algunas biografías a los estudios de historia intelectual sobre el período. Es el caso, por ejemplo, de Guillermo Cabrera Infante, de quien nos muestra una gran capacidad de congregar escritores y artistas de diversas procedencias, así como su rol específico en el desarrollo de más de un conflicto.

Guillermo Cabrera Infante (luego exiliado en España y finalmente Londres) fue el director y gran articulador de Lunes. Para él fue clave la idea de constituir un frente cultural a partir de esos variados recorridos: “se habían agrupado demasiadas personas de talento, cada una de las cuales apoyaba la revolución a su modo”, lo cita Estupiñán (27). Y eso, junto con el perfil antisoviético, constituyó en gran medida la identidad del magazín, reivindicada por autor de este libro. En el número 3, bajo el título Una posición, escribían: “No somos comunistas. Ninguno: ni la Revolución, ni Revolución, ni Lunes de Revolución...”. Y se definían como “intelectuales, artistas, escritores de izquierda -tan de izquierda que a veces vemos al comunismo pasar por el lado y situarse a la derecha en muchas cuestiones de arte y de literatura” (132).

En este estudio puede observarse el peso que tenía en esos primeros años de la revolución el repudio al control de la cultura en el mundo soviético y la consecuente crítica a los dirigentes comunistas cubanos. Este rechazo, a su vez, lleva a los editores de Lunes a ver fantasmas donde no hay, prefiguraciones por doquier y, paradójicamente, los coloca luego a algunos de ellos en un complejo entramado con responsabilidad en el establecimiento de una política cultural más rígida.

Otro fuerte es la atención que dedica el autor al análisis de las dimensiones artísticas de Lunes. Podemos conocer así que fue una publicación muy preocupada por su aspecto gráfico, al que los editores –con Jacques Brouté a la cabeza– dieron suma importancia: jugaba con la tipografía, convocaba caricaturistas y pintores, tenía una buena fotografía; anticipó la cartelística cubana de los sesenta. En otras palabras, no sólo considera los procedimientos textuales sino también los gráficos y las prácticas de “puesta en impreso”.

En ese sentido, un aspecto a destacar del libro es su reconstrucción de las “rutinas productivas” del magazín y también de algunas lógicas de organización interna: el trabajo noctámbulo, el azar que puso algunos temas en agenda, la cuestión de las firmas o el cobro de notas. Ese acercamiento a la cotidianidad de Lunes explica mucho sobre una experiencia donde hay causas pero también azares, caprichos, amistades, celos y egos.

Sin dudas, el libro de Estupiñán llega en un contexto cubano de apertura a la discusión de aquellos escritores que durante casi cincuenta años fueron “malditos” en la isla. En este caso, el eje es Cabrera Infante, el premio Cervantes 1997, que había nacido en Holguín al igual que nuestro autor. El periodista Leandro Estupiñán, docente universitario y escritor, reside actualmente en Argentina y ha publicado con anterioridad un libro de cuentos, El invitado (Ediciones Holguín, 2008) y participó en diferentes antologías de la joven narrativa cubana. Este nuevo libro nació a partir de un ensayo “Lunes de Revolución: Compromiso y Libertad”, que en el año 2011 recibió una mención en Casa de las Américas.

En síntesis, Lunes: un día de la revolución cubana es un aporte importante que, al revisar una problemática con múltiples entradas, contribuye a diversos campos de investigación que van desde la historia de los medios y la historia intelectual al estudio de políticas culturales, incluyendo una mirada sobre la renovación de la crítica literaria en América Latina.

Lucía Abbattista y Daniel Badenes

 

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