Orbis Tertius, vol. XX, nº21, 2015. ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria
http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/

Artículo/Article

Marcelo Cohen. Las fundaciones de la ciencia ficción (parte II: La comunidad)

por Luciana Martinez

(Universidad Nacional de Rosario – CONICET, Argentina)

RESUMEN
El presente trabajo constituye una continuación de “Marcelo Cohen. Las fundaciones de la ciencia ficción”, texto publicado en esta misma revista en el número 19 del año 2013. Allí ya se anticipaba que el problema de la formulación ontológica subjetiva en Cohen suponía un interrogante en torno a la comunidad. En esa instancia, se dejaron asimismo esbozados algunos aspectos del problema del estar-en-común para ser desarrollados en futuros trabajos. En sintonía con dicha propuesta, se retoman aquí los problemas de la ontología coheniana para luego postular que el problema de la comunidad ya se encuentra en germen en el mismo paradigma que el autor recupera y reformula. En Cohen, la propuesta romántica de una unión entre arte-ciencia-filosofía-religión-política se reactualiza. Aquí se analizan sus inflexiones.

Palabras clave: Marcelo Cohen – ciencia ficción – romanticismo – ontología – comunidad

ABSTRACT
The present work constitutes a continuation to “Marcelo Cohen. Las fundaciones de la ciencia ficción”, a previous article appeared at the 19th issue of this journal in December 2013. The aforementioned work already anticipated that the problem of subjective ontology in Cohen´s fictions implied an issue on the community. Therein, it was also outlined some aspects of the to be-in-common problem for being developed in future works. Accordingly, here we restart the analysis of cohenian ontology problems for then to state that community problems are already in germ at the paradigm that the author reformulates. In Cohen´s fictions, the romantic proposal of an union among art-science-religion-politics is updated. Here we analyze its inflections.

Keywords: Marcelo Cohen – science fiction – Romanticism – ontology – community


I. Prefiguraciones: la ontología

Seguramente alguien ya se ha preguntado por qué un género como la ciencia ficción, cuyo interrogante fundamental siempre cifra las posibilidades de lo humano, indefectiblemente supone una comunidad que nos sorprende, en abierto contraste, por su fisonomía. En efecto, a la hora de pensar la ciencia ficción no podemos desprendernos (ni siquiera a veces en sus manifestaciones más posmodernas) del clásico movimiento de extrapolación (Suvin 1984) que ésta supone, de esa especie de provocación al lector que surge de la invitación a pensar las posibilidades de lo humano (y por ende de su comunidad) ahí donde lo humano toca el límite con lo otro: lo animal, lo artificial, lo divino. Ahí donde lo humano parece radicalizarse como algo distinto de sí mismo, el problema de su esencia se torna un fino equilibrio en la gradación de límites. Mediante esta productiva operación, la ciencia ficción imagina nuevas cartografías ontológicas para lo humano, pero predeciblemente éstas siempre dibujan la fisonomía de un nuevo estar-en-común. O mejor dicho: es precisamente a partir de las extrañas formas del estar-en-común que presenta la ciencia ficción que podemos comenzar a desandar las ontologías subjetivas que supone.

El título de este texto (y el resumen que lo acompaña) permite anticipar, no obstante, que aquí se recorrió el camino inverso: se han pensado primero los pilares de las ontologías que construye Cohen para luego avanzar sobre el problema de la comunidad (Martinez 2013). Pero este movimiento no es, aunque parezca, contradictorio, sino producto de una negatividad que recorre el problema de la comunidad en Cohen: la verdadera comunidad está aún por fundarse y solo es posible imaginar sus primeras coordenadas. En el marco de un género que sustancia lo in-fundado, Cohen se ase del típico extrañamiento que facilitan los elementos archicodificados del género para generar un efecto de futuro que por momentos no es más que cosmético. Uno podría pensar en consecuencia que Cohen recurre a las hipérboles genéricas para realizar el otro gran movimiento clásico de la ciencia ficción: realizar una crítica del universo contemporáneo del lector. Esta es sin lugar a dudas una verdad, pero sólo a medias.

Es cierto: los escenarios de Cohen, plagados de robotices, ciborgues, fotovivs remiten a un imaginario del futuro, pero este está siempre impregnado del aura rancia de la melancolía por un futuro que llegó y que, lejos de traer lo nuevo, afianzó lo mismo.1 Y es por ello que cuando Cohen afirma en su ensayo “La ciencia ficción y los restos de un porvenir” (2003) que el futuro ha llegado, se refiere a que ha llegado a la realidad de las sociedades post-industriales la versión distópica de la ciencia ficción, se ha vuelto patente en el riachuelo contaminado, en la Patagonia agónica de Insomnio (1994 [1985]); no obstante, el futuro como lo realmente distinto no ha arribado, y en ese sentido nos encontramos “apretados contra el presente” (2006: 220). Para hallar siquiera la esperanza de forjar ese futuro como cambio de paradigmas culturales, Cohen propone nuevas ontologías a partir de las cuales despunta tímida una idea de comunidad que se vislumbra como el verdadero futuro, siempre utópico y móvil.

Antes de formular la ontología subjetiva, Cohen sienta los presupuestos epistemológicos. Hay, en este gesto, una aspiración realista expresamente formulada: su “realismo incierto” supone ficcionalizaciones de ciertos paradigmas que darán forma al modelo de construcción de lo real. En este caso, dos de los pilares fundamentales serán la física subatómica y las teorías del caos (Martinez 2013; 2013b). Por un lado, al cuestionar la división de la física clásica entre mundo objetivo y mundo subjetivo, la cuántica parece reavivar viejos principios que planteaba el romanticismo (principalmente el alemán y el inglés), paradigma cuya aspiración gnoseológica o epistemológica (siempre vinculada con la estética) resultó derrotada ante el avance del modelo positivista de bases mecanicistas (Abrams 1975). Es precisamente por eso que la cuántica le fascina a la ficción: en tanto el observador resulta un elemento determinante en la conformación de lo observado, que varía su condición corpuscular u ondular según exista o no intervención de su figura, en la ficcionalización de este paradigma Cohen lo hermana con la prerrogativa del yo romántico. Esto es coherente, dado que para el romanticismo (siempre de raigambre idealista) el sujeto poseía una mente activa que al tiempo que imitaba la acción creadora de la naturaleza (realizaba una mímesis genética, es decir, imitaba el proceso de la naturaleza y no de sus productos, a diferencia de la mímesis del “realismo” aristotélico), imprimía una fisonomía siempre singular sobre lo que sucedía como real. De ahí la metáfora acuñada por Coleridge de la mente como una planta de proceso autónomo que crea un heterocosmos (heredera de la hipótesis mitopoiética del romanticismo alemán: lo real sucede por la creación fantástica o fabulosa).

La segunda forma de realismo romántico no tenía tanto que ver con la invención activa como con la relación de simpatía, un tanto más pasiva. La imagen del arpa eólica fue la clara representación del poeta como un médium místico que escuchaba el viento (fenómeno siempre asociado a los ecos de la unidad perdida) y sonaba por simpatía: en su despersonalización el poeta lograba funcionar como salvoconducto de una dimensión suprasensible que se manifestaba, gracias a su intervención, en la verdad sensible de la escritura. De más está decir que la lira o el arpa eólica constituye una de las imágenes más claras en relación con la dimensión mística del romanticismo, el cual fue un paradigma que concibió lo estético como indiscernible del conocimiento y de la religión, en tanto el arte romántico es aspiración a un conocimiento de lo Absoluto inasible (Safransky 2009). Basta para comprender esto recordar el fragmento 115 de Lyceum (“Todo arte debe llegar a ser ciencia y toda ciencia, arte. Poesía y Filosofía han de unirse”), para entender cuán acertada es la hipótesis de que el romanticismo es un paradigma que funciona como contracorriente en la modernidad (Löwy y Sayre 2008).

¿Por qué se hace referencia a las inflexiones del paradigma romántico? Pués bien, en Cohen ambas figuras del poeta o escritor romántico funcionan en la construcción de la ontología subjetiva. En primer término, en sus ensayos, Cohen propone una idea de realismo ligada a la de invención fantástica; y de ahí el título del volumen: “Realmente fantástico”. Para formular esta idea, Cohen recurre a la noción de pneuma, la cual permitiría pensar la literatura como medio de presentación sensible de lo suprasensible en el cuerpo escritural (2003: 228-229). Pero Cohen no solo apela al yo fuerte del sujeto como artífice de la singularidad de la ficción (forma de presentación sensible y siempre única de la Idea), sino que pone en juego también la necesidad de la despersonalización subjetiva; y he ahí presente su estética de mezcla y de conflicto, de constante deconstrucción de todo concepto. Esta es la aspiración que tiene expresamente Lotario, el protagonista de El oído absoluto (1989), hacia el final de la novela: convertirse en un arpa eólica (1989: 194). Es precisamente en el título de ese texto que se cifra la tensión entre una aspiración a lo Absoluto a través del acto creativo del yo y la despersonalización en la que el sujeto solo ambiciona mantenerse en armonía con aquello que excede lo sensible. Se trata del movimiento afirmación-despersonalización del yo que propone el romanticismo y cuyos problemas reaparecen muchas veces en Cohen a partir de la afinidad que encuentra entre ellos y la física subatómica, la cuántica.2

El equilibrio en ese fino límite que propone Cohen como base ontológica del sujeto por venir, responde además a un ideal religioso que viene a completar la anhelada reunión romántica (arte-ciencia-mística) en sus ficciones. El problema de la subjetividad como equilibrio (subjetividad que se piensa como fundadora de la comunidad por venir) es además el tema que Cohen propone como central en su texto de “divulgación” Buda (1990): al igual que el arpa eólica romántica, cuyo ajuste debe ser preciso para sonar por simpatía con la naturaleza (cifra de la unidad perdida), el sujeto para el budismo debe apuntar a transitar la Senda Media, imagen que se construye a partir de la afinación o tensión justa de las cuerdas del sitar. Encontrar ese equilibrio implicará, en Donde yo no estaba (2006), texto capital para entender este problema, hacer funcionar una dinámica en la que el sujeto debe no solo encontrar la afirmación de su esencia singular en la escritura (lugar de invención de sí mismo y del mundo) sino, mediante el ejercicio escritural mismo, lograr el adelgazamiento de todas las características que exceden su yo real (ideal místico por excelencia).3

II. Donde yo no estaba

Donde yo no estaba es el diario de Aliano D'Evanderey, comerciante, hombre casado y padre de dos hijos adolescentes, que comienza a escribir en un intento por vaciarse de sus atributos, adelgazar su ser. El camino del vaciamiento subjetivo de Aliano es similar a aquel que recorre Buda para lograr el desapego y la iluminación: se divorcia de su mujer y abandona su casa; es decir, se separa —al menos parcialmente— de todas las relaciones que pudiesen determinar su yo. Sólo entonces Aliano emprende el viaje de la búsqueda mística del yo interior:

Puedo consentirme el lujo de escribir estas cosas en mi cuadernaclo. Y bien: pensamos que estas cosas no se desenvolverían sin trastabillar si no las ayudáramos, pero intuyo que hasta las más trabajosas discurren por su cuenta, sin motivo ni por qué, despilfarro que busca extenuarse, como si nuestros afanes, no menos que los de la naturaleza, fueran un largísimo rodeo en pos de quietud. Entretanto vamos llenando el mundo de sillas, de flaymotos, de esculturas […] Y no es en vano: basta mirar el perfil complejo de Cler o un automóvil en carrera para no denigrar esa avidez de la vida por intentar mejoras; avidez que abarca al hombre. Sin embargo esta madrugada, por todas partes algo retrocede no se sabe hacia dónde. La materia deja de ser indiscutible. […] Me acuerdo de un aforismo de Rosezno: “Transformarse poco a poco en una línea tan finita que alrededor todo se aclare, incluso las otras letras” (Cohen 2006: 26; destacado mío).

La despersonalización propuesta por Rosezno, maestro espiritual cuyas palabras sirven de guía a Aliano, apunta a alcanzar algo que al tiempo que se fuga se intuye: la quietud propia del vacío sobre el que se asienta el mundo, ese reposo que tiene sin duda ecos del Nirvana, sobre el que el hombre construye inagotablemente una realidad que es idéntica a sí misma desde el principio de los tiempos; porque aunque los objetos y los contextos parezcan modificarse, el universo humano (como sucede en las ficciones de Philip Dick) se encuentra anclado en la repetición de lo mismo.4

Para hallar siquiera la esperanza de poder forjar ese futuro como cambio de paradigmas culturales Cohen construye en sus ficciones la ontología y vuelve, como la mejor ciencia ficción del siglo XX —la de Dick y Ballard, de más está decir— a la exploración de lo interior, y de ahí el ejercicio “narcisista” que supone también aquí la escritura del diario (2006: 481). Es justamente en la depuración mística del sujeto artificial, en la liberación del sujeto modulado por la realidad externa, en donde Cohen busca fundar su ontología y, en relación directa, pensar la verdadera comunidad, como desarrollo más adelante.

En efecto, el vaciamiento o adelgazamiento del yo (depuración de todo deseo y atributo que se le haya adjudicado) supone la búsqueda, la exploración de las posibilidades sustanciales del sujeto. Es decir, vuelve la vieja pregunta: si todo, incluso el sujeto, es según la mística oriental una nada insustancial (afirmación por la que se la ha comparado con la cuántica),5 un entrelazamiento fugaz y circunstancial de átomos que forman una singularidad inestable, ¿existe al menos un rudimento de fundamento del yo interior? (2006: 446); ¿sobre qué basar lo colectivo si, en primera instancia, el yo es pura ilusión? El protagonista de Donde yo no estaba se debate en principio entre dos búsquedas: la del reposo final, extinción del yo en la nada, y la de la esencialidad primigenia del yo que siempre se sustrae. Estas dos búsquedas se encontrarán en la escritura:

La lectura de un libro magistral (las Militancias) me inculca la idea de que esa plétora de hechos importa más que mi persona. Decido que, para desempeñar con dicha labor que se nos encomienda, lo mejor es reducir paulatinamente el volumen de la personalidad. […]

Mejor será pues restringir mi palabrerío a estas crónicas, que a lo mejor me sirven para morir con aplomo; y espero que, escribe que te escribe, un día advenga el milagro de la claridad mental (Cohen 2006: 172; destacado mío).

La escritura para Cohen es una búsqueda de vaciamiento del yo —o mejor dicho: de todo lo que excede la esencialidad del yo— y, en consecuencia, una búsqueda orientada a dotar al yo de aplomo; un aplomo que es búsqueda del peso justo del yo. Sin embargo, la meta del equilibrio subyace en la búsqueda del aplomo del yo: la Senda Media se materializa como escritura. Ojo, dice Aliano, tampoco hay que excederse en la aspiración a la quietud, en la aspiración a la piedra se puede terminar siendo un monumento (2006: 190). Se trata en cambio de llevar por medio de la escritura las impurezas “a un umbral”, pero aceptando que todo yo es una construcción a la que no le es posible trascender completamente sus propias impurezas durante la vida terrestre, por más radicales que sean sus experiencias místicas (2006: 356). Es más, para que exista una revelación (saber que en Cohen antecedería a la fundación de la verdadera comunidad), conjetura Aliano, es necesario que ese coágulo ilusorio que es el yo opere como punto de referencia, “[p]orque hasta lo develado tiene que organizarse de alguna manera” (2006: 313). La importancia radica en que el yo sea fuerte, sano, versátil, tan puro como la vida sensible lo permita. El yo debe ser como la línea mínima de la letra, tal como se formula en la primera cita de Donde yo no estaba. El adelgazamiento del yo que se traduce como imagen de la línea finísima, ínfima, de la letra, no solo permitirá la claridad y por lo tanto salud del yo, sino que se aclaren las otras letras que la rodean. En otras palabras: en la búsqueda de la salud de yo como despojamiento radica la esperanza de una ética de lo verdaderamente colectivo por venir; y de ahí que el libro que lee Aliano se llame Militancias.

Pero el adelgazamiento excesivo del yo también conlleva un riesgo. La vuelta a la impersonalidad, la disolución subjetiva como reposo es una idea que por su parte insiste en todo el texto y toma diferentes formas: la Panconciencia que le permite a los personajes disolverse en otras subjetividades, el aglutinamiento compulsivo de los leboches —pequeños insectos con los que Aliano se identifica—, la comunidad del Delta Panorámico, los estados de somnolencia por la droga Todolvide, el sistema político de la Democracia Gentil y la religión del Pensar. A partir de todas estas formas se reflexiona sobre la dinámica, siempre compleja, entre el fragmento y la totalidad, la singularidad y la disolución. La fuerza que nos empuja hacia esa nada, ese reposo de indiferenciación que Freud llamó el “principio de Nirvana” al que el movimiento libidinal parece estar finalmente orientado (al menos atendiendo a la interpretación que Cohen hace en sus ensayos), es lo que nos incita, según se reflexiona a lo largo de esta y otras obras de Cohen, a conformar estructuras —peligrosísimas— de borramiento de lo subjetivo, falsas unidades que propician la carencia de conflictos, como la Democracia Gentil o la Panconciencia.

Ese es el costado peligroso del adelgazamiento subjetivo (sin duda vinculado con el problema de la comunidad), la razón por la cual debe contemplarse la necesidad de guardar también aquí cierto balance. Se trata de un problema de equilibrio que en Cohen aparece pensado en más de una ocasión desde la termodinámica; paradigma por excelencia que entendió los fenómenos del universo en términos de regulación energética. De allí la constante referencia que Cohen hace a la entropía, en sus dos acepciones. En primer término, como la entiende la física clásica, como disipación total de la energía que puede ser convertida en trabajo, muerte calórica que en Cohen se traduciría (negativamente) en la pérdida de los lazos intersubjetivos de la comunidad; en segundo lugar, según las teorías del caos la reinterpretan, como estado de relaciones caóticas que por bifurcación y entrelazamiento generan “estructuras disipativas” (Cohen 2003: 146). En Cohen, la entropía entendida en este segundo sentido propiciaría relaciones subjetivas como combinaciones libres, fundaría nuevos órdenes sobre los cuales debería basarse la verdadera comunidad. No obstante, siempre se debe velar por el equilibrio para que la dispersión entrópica no se vuelva total.

Es por eso que el camino de la despersonalización de Aliano lo conduce a reflexionar sobre ese delgado equilibrio termodinámico, es decir, de balance energético del yo. En ese proceso reflexivo tiene un lugar central el personaje de Yónder, a quien Aliano conoce luego de irse de su casa. La identidad de Yónder es la cifra de la entropía como estructura disipativa; y es por eso que Aliano dice que a través de las acciones de Yónder hablan sus Maestros: Rosezno y Mench. Yónder carece además de cualquier respeto por las pautas mínimas de convivencia e higiene y/o por las leyes sociales; razón por la cual Aliano tiene que darle asilo cuando las autoridades lo persiguen. Yónder es la libertad casi absoluta: si “Aliano” es el que está signado por un nombre (Alias), “Yónder” es una combinación extraña que viola la gramática de la lengua. Es el nombre compuesto por el pronombre “Yo-” (cuasi vacío, como todo pronombre) al que se le agrega una desinencia de gerundio (“-nder”), forma no personal del verbo (y como tal sin marcas gramaticales ni de tiempo, ni de modo, ni de persona). Yónder es entonces un híbrido, su nombre es un pronombre mitad vacío que se actualiza y cobra sentido en el contexto, y cuya carga semántica de circunstancialidad se ve acentuada por la desinencia de gerundio. Yónder es un nombre que es un acontecimiento (Deleuze y su desedipización también están presentes expresamente en el universo de Cohen); es lo no fijado: la personalidad como “reciclado perpetuo” (2006: 362). En él se expone lo que a todos nos habita, y eso es lo que la caterva asustada y reaccionaria condena, sentencia Aliano (2006: 352).

Aliano ingresa a la vida clandestina junto a Yónder. La honradez y vida austera de comerciante que su padre le había inculcado comienza a ser carcomida por la influencia de Yónder, con quien Aliano permanece un largo período encerrado (casi incomunicado) en su casa. Lo que Aliano llama con frecuencia “Yónder-en-mí” es ese devenir que poco a poco va silenciando a su fijador, el “Locutor Interior”. Así Aliano se purifica, ya que “[n]adie termina con su personalidad hasta que no disipa también su naturaleza” (2006: 355).

Esto sucede de a poco en el exilio de la vida social en el que se convierte su hogar, que es atmósfera de un discurso sobre la desobediencia civil. Pero en la medida en que para Cohen somos híbridos impuros la disipación total no es posible y ha de seguirse la Senda Media: Aliano y Yónder se parasitan. Como hay un “Yónder-en-Aliano”, existe también un “Aliano-en-Yónder”, ya que Yónder sin el componente Aliano es la oscilación entre la “autodestrucción” y un “narcisismo descomunal” (2006: 247). Al final del viaje que comparte con Aliano, Yónder “[e]s otro Yónder y más Yónder a la vez”, se ha purificado, aunque no del todo, todavía se tiene a sí mismo, tiene un cuerpo (2006: 642). Yónder decide entonces quedarse en su casa natal, asentarse: “Dice que el que tiene demasiados lugares no tiene dónde caerse muerto, pero el que tiene un lugar tiene todos los lugares” (2006: 646).

Librar al Yónder-en-Aliano es, por su parte, lo que le permite a Aliano sacar de su sueño a lo que de él no es sus-padres-en-él; ¿pero existe tal cosa (¿no está todo hondamente, simultáneamente enlazado: “sustancia”, “tiempo”?)? (2006: 664-706). Aliano vuelve sobre los mismos interrogantes y termina por concluir que su yo no habita más que en la escritura: ejercicio incesante en el que simultáneamente se vacía y gana aplomo. Es el “largo rodeo”, y su única patria en el exilio constante de todo lugar subjetivo. La escritura es la sustancialidad mínima del sujeto en perpetuo exilio de sí mismo, la base de la estructura disipativa subjetiva, del sujeto como Poesía Universal Progresiva, cuya totalidad se manifiesta en cada párrafo, siempre igual, siempre diferente; al tiempo que trasciende la suma de todos ellos. La escritura es, como en El testamento de O´Jaral, la afirmación del sujeto en su muerte.

“O´Jaral se va a morir. Se va a morir en el próximo punto, para renacer como traductor, como intérprete, como lo que fue tantas veces, antes de que llegue el punto siguiente” (Cohen 1995: 330).

El adelgazamiento en el ejercicio escritural es para O´Jaral espera de la revelación; revelación que le traerá su aplomo y los presupuestos para el inicio de la comunidad. Al igual que casi todos los protagonistas de Cohen (Ezequiel de Insomnio, George La Mente de Hombres amables, Aliano de Donde yo no estaba) O´Jaral escribe. La traducción es para O´Jaral como la vacuidad del llano, un refugio en el que se ha vuelto “delgadísimo” (1995: 15). La traducción es un lugar de borramiento e invisibilidad, que aquí se modula en el paisaje del relato. El traductor cifra el lugar del médium, sujeto llevado a su mínima expresión que devela con su lenguaje algo que es traducible y no traducible al mismo tiempo (1995: 124). En su borramiento subjetivo y búsqueda de la revelación O´Jaral sigue entonces las máximas del diario de Alexis Rabastain, cuyo nombre es curiosamente “Donde yo no estaba”.

III. Los Consorcios (o la repetición de lo mismo)

En la búsqueda de su hermano, O´Jaral realiza, como muchos de los protagonistas de Cohen —Golo, Aliano—, un movimiento en el que su reflexión construye un discurso que se desapega tanto de las ideas (y demandas) del Consorcio como de las de los grupos disidentes. Y es que de lo que se trata es de crear en la deconstrucción de todo lenguaje, un nuevo paradigma que termine con lo que Cohen entiende —con Dick— es la dinámica cíclica de la historia. Lo que para nuestra percepción sucede como cambio, como “crecimiento”, no es más que un conjunto de pequeñas modificaciones funcionales que los Consorcios introducen para generar una ilusión de progreso, piensa O´Jaral (1995: 109); porque incluso los Consorcios entienden que es necesario introducir un grado manejable de conflicto, un acting de disidencia, para que las sociedades no caigan en una indiferencia casi vegetal:

Consumo, pensamos nosotros, significa estabilidad; estabilidad sin estancamiento significa armonía. Para que no reine una quietud de muerte se necesitan ciertas polaridades, la contradicción dialéctica que acerca la vida al ritmo natural. Los individuos satisfechos por el consumo o aspirantes al consumo se mueven en una sola dirección, y muchas veces se quedan quietos, quietos, claro que sí. Por eso nuestro consorcio acepta con entusiasmo a los resistentes, a los opositores; son un fermento necesario: de las nociones equivocadas que propaga esa gente nacen inquietudes, de las inquietudes nuevos deseos en el ciudadano, y nosotros, con nuestra experiencia, introducimos las correcciones necesarias. Alentamos la crítica y a veces la financiamos. (Cohen 1995: 18-19; subrayado mío).

Es porque está consciente de que la lógica de las operaciones de los grupos “subversivos” está contemplada e incluso asimilada en la recursiva dinámica histórica, que O´Jaral sospecha que la misión que le encomienda el Consorcio de encontrar a su hermano no es más que un artilugio ideado para vigilarlo y apoderarse de su eventual revelación. O´Jaral entiende que allí, en el posicionamiento singular subjetivo, radica el peligro de construcción de lo nuevo y el comienzo de lo colectivo por venir; el resto son solo cambios inocuos, perfectamente funcionales al objetivo de todo Consorcio: mantener un equilibrio térmico cercano a la muerte entrópica, una armonía en la que los conflictos son administrados y dosificados por el Consorcio para que operen integrados en la lógica de consumo. Nótese además que en la cita dicha lógica es idéntica al camino del dolor vital descrito en Buda: camino que va de la inquietud al deseo. En este contexto, lo que se vende como cambio no es más que una misma historia “camaleónica” (1995: 120) cuyas modificaciones se integran para generar un falso movimiento que solo propicia el loop —siempre idéntico— que va del deseo al dolor.

De este modo se domina a los pueblos: empaquetándolos en la repetición, dice O´Jaral, formulando historias que crean lo real y que luego los Consorcios culturales comercializan en su beneficio (1995: 120). La escritura es mitopoiética y en los Consorcios se encuentra también peligrosamente al servicio de la acumulación de Ser. Eso es precisamente lo que hace Senthuria, el Consorcio de Inolvidables veladas, cuando reaviva y reactualiza el mito del tango. Senthuria construye mitos para garantizar la permanencia de ciertos valores sociales que, al tiempo que evitan que la sociedad caiga en la apatía frígida, resguardan la repetición de lo mismo; o más precisamente: moldean al sujeto para que en su devenir no sea más que un advenimiento de lo mismo. Allí radica el peligro: en la repetición neurótica, inadvertida, del mito. La “fijeza fenomenal” (1996:15) de Golo, aquella de la que el Grupo Claroscuro quiere sacarlo, obedece a esta lógica, en tanto Golo es para Senthuria construcción mitopoiética: el heredero en el que yace la renovación del nuevo ciclo de lo mismo, del tango como elogio del pasado.

En el otro extremo de la agitada lógica de consumo se encuentra la quietud apática de los falsos nirvanas que también es favorecida por los Consorcios, como sucede con Lorelei de El oído absoluto. Lorelei significa sin duda un modelo distinto respecto de la sociedad patagónica de Insomnio, en la que la quietud mortecina de la duermevela constante en la que están sumidos los personajes tiene claros tintes distópicos. Si la sociedad de Insomnio parece anticipar casi de forma profética las castigadas sociedades petroleras de la década menemista, Lorelei, en cambio, encarna su negación, su olvido. Es la paz apática de la utopía liberal, de la comunidad carente de todo conflicto e historia: la comunidad-country. La quietud de un presente hedonista, siempre idéntico a sí mismo, que no aspira más que a las relaciones armónicas integradas a un todo, es asimismo el ideal de la Democracia Gentil en Donde yo no estaba, y de todos los modelos de interacción social que terminan siendo funcionales a ella: la Panconciencia y el Pensar. En la búsqueda de sí mismo, Aliano arriba a la conclusión de que constituyen falsas unidades, formas a las que sólo el devenir Yónder ofrece verdadera resistencia. La Democracia Gentil es una enfermedad de la cual cada persona que la integra es al mismo tiempo causa y síntoma, es la negación de la búsqueda de uno mismo y un desvío negativo que nos hace perder el camino hacia la fundación de la comunidad real.

De modo que los Consorcios toman a lo largo de la obra de Cohen diversas formas, tres para ser más precisa. En Inolvidables veladas la estrategia de repetición de lo mismo se fundamenta en el exceso de ficción. La mitopoiesis del tango en este caso conduce a la acumulación de Ser, del mismo modo que en la escritura existe el riesgo de engrandecimiento excesivo del yo. El Oído Absoluto muestra, en cambio, la instauración de un falso nirvana como apatía liberal, expresión máxima de la dispersión entrópica de la comunidad: la pérdida de lazos intersubjetivos. El Consorcio dirigido por Campomanes representa la casi total despersonalización; si se quiere, encarna una sociedad en la que el sujeto ha perdido toda relación con el Ser y con su yo interior. El último modelo de Consorcio es sin duda el de El testamento de O´Jaral. A diferencia de Senthuria, que acumula Ser para que la comunidad no caiga en una pérdida de valores que signifique la muerte entrópica, en El testamento de O´Jaral la búsqueda del equilibrio térmico que conduzca una vez más al advenimiento de lo mismo se logra —como ya dije— administrando, optimizando y asimilando las voces disidentes al funcionamiento de la lógica de consumo; pero también, dice O´Jaral, haciendo literatura. Lo real que sucede es también para O´Jaral mitopoiesis: el “Cuento Único Dominante” como imposición de “Los Que Tienen la Palabra” (1995: 121). Pero en esta dinámica de poder el lenguaje puede ser redireccionado, ya que como piensan los “adeptos del Pneuma”, en cada enunciación singular lo real sucede como verdad material. La verdadera comunidad solo puede concebirse en ese redireccionamiento de la palabra.

IV. La Comunidad (porvenir) de los hombres libres

Esas figuras del Estado que son los Consorcios constituyen formaciones que funcionan como obstáculo para la verdadera comunidad, si no al menos suplen su falta. Son o bien falsas unidades que se sustentan en la imposición y acumulación de relatos identitarios, o bien en la propiciación de comunidades sin vínculos ni pasado (la comunidad-country neoliberal), sin conflictos ni historia. Siguiendo con la propuesta de su ontología, Cohen propondrá un tipo de comunidad en la que el conflicto irresoluble de (y en las) subjetividades será inherente a su constitución. Comunidad que (siguiendo el I-Ching, siempre presente en su narrativa) no es más que la suma de singularidades subjetivas que han alcanzado la salud mediante la búsqueda interior y el justo desapego. Sin duda aquí no hay que perder de vista que, siguiendo el modelo romántico, todo programa de una ontología subjetiva y de la comunidad en Cohen descansa sobre problemas religiosos y epistemológicos: Cohen hace coincidir todos estos paradigmas para pensar la comunidad por venir.

Incluso, habría que señalar que este problema sobre la comunidad no está ausente en la cosmovisión romántica; y he ahí que la aspiración sea no solo de una escritura en la que confluyan ciencia, filosofía y religión, sino que proponga además una dimensión de lo político. El movimiento de conformación del artista romántico es como el de la Novela: devenir de la Poesía Universal Progresiva; pero esa dinámica presupone un sujeto que encuentre un eje interior que le permita ser al mismo tiempo “sacerdote” y sujeto moral. El poeta trascendental, dice Novalis (Poeticismos 1789), es un sujeto trascendental; aquel que Friedrich Schlegel (Ideas 1800) afirma que tiene su propia religión y su centro en sí mismo y, por lo tanto, propaga la poesía, como la cuerda propaga el sonido en la imagen del arpa eólica. Así lo postula también Shelley en Una defensa de la Poesía (1986) [1821-1840]: la real función del poeta es la de contribuir con la salud de la comunidad a través de la propagación de su conocimiento de sí mismo y, para lograr esto, su primer y gran instrumento moral es la imaginación. Por eso toda escritura planteada en esta línea implica una dimensión místico-metafísica que desemboca en una moral de la comunidad. Pero su pilar remite a un sujeto como ser absolutamente libre, que cuestiona el engranaje mecánico del Estado que atenta contra su libertad (Proyecto. El programa de sistema más antiguo del idealismo alemán, 1879).

Esta comunidad que incluso el propio Cohen entiende como ideal debe entenderse en el contexto del imaginario de la ciencia ficción, en tanto género (como decía al principio) que lleva el pensamiento de lo posible a límites impensados. Lo curioso, no obstante, es que muchas de sus ideas lo ponen en sintonía respecto de pensamientos contemporáneos sobre la comunidad, en especial el de Jean-Luc Nancy. En La Communauté désœuvrée (2004) [1986]), Nancy piensa las posibilidades de una nueva forma de comunidad distinta de la moderna, la cual es una forma orgánica que se encuentra regida por una visión totalitaria (que él llama inmanente) del sujeto y el Estado, y que propone como su fundamento la existencia de lazos naturales que serían de por sí falaces (ideas de sangre, tradición, suelo). Este tipo de comunidad propuesta durante la modernidad (y que condujo en formas extremas a la emergencia de regímenes totalitarios) combate no sólo lo externo a ella sino cualquier tipo de subjetividad que no responda a los criterios de pura inmanencia. Es una comunidad que se basa en una metafísica que ha entendido ambos, el Estado y el sujeto, como inmanencias absolutas (atomismos inconsecuentes, heredados de los axiomas científicos clásicos) y que ha erradicado el problema del ser-en-común. Al igual que Cohen, Nancy entiende que estas formas de la comunidad constituyen falsas unidades, totalitarismos que obturan la verdadera emergencia de otro tipo de comunidad en la que la singularidad estaría dada por múltiples relaciones en diálogo infinito. Todo indica para Nancy que resulta necesario fundar una comunidad que se niegue a hacer “obra” en tanto unidad clausurada y, por el contrario, propicie el “desobramiento” constante. Es curioso que la ficción de Cohen toque la filosofía. Tal vez esa sea la gran prerrogativa de la ciencia ficción.

NOTAS

1 Para ampliar sobre el problema de lo mismo y lo nuevo (en relación con la estética de mezcla y conflicto) sugiero revisar la nota al pie número dos de “Marcelo Cohen. Las fundaciones de la ciencia ficción” (2013), a propósito de las lecturas de Miriam Chiani (1996), Miguel Dalmaroni (2001), Sandra Gasparini (1997) e Ilse Logie (2011).

2 Ya he desarrollado (Martinez, 2013) –a propósito del análisis de El oído absoluto (1989) e Inolvidables veladas (1996)– cómo la ontología subjetiva en Cohen se piensa en un fino límite entre la libertad de la función onda y la fijación de lo corpuscular ante la presencia del observador. Estos dos polos se leen en estas novelas en términos de perdida/afirmación de rasgos personales en los protagonistas.

3 Para pensar los problemas centrales de la mística me he remitido, principalmente, a los textos de Alain De Libera (1999), Elémire Zolla (2000) y Michel De Certeau (1993); como así también (fundamentalmente) a lo planteado por el propio Cohen en Buda (1990).

4 He abordado este problema de la narrativa dickiana (y ciertas relaciones con la obra de Cohen). Cfr. (Martinez 2013c).

5 Se han explicitado también (Martinez 2013) los señalamientos que, desde diferentes disciplinas, se han hecho respecto de las polémicas relaciones entre mística oriental y conceptos de la cuántica.

BIBLIOGRAFÍA

Abrams, M. H. (1975). El espejo y la lámpara. Teoría romántica y tradición crítica, Barcelona, Barral Editores.

Arnaldo, Javier (Ant. y ed.) (1994). Fragmentos para una teoría romántica del arte, Madrid, Tecnos.

Chiani, Miriam (1996). “Escenas de la vida postindustrial: Sobre El fin de lo mismo de Marcelo Cohen.” Orbis Tertius, I (1): 117-130.

Cohen, Marcelo (1989). El oído absoluto, Barcelona, Muchnik.

Cohen, Marcelo (1990). Buda, Buenos Aires, Lumen.

Cohen, Marcelo (1995). El testamento de O´Jaral, Buenos Aires, Alianza.

Cohen, Marcelo (1996). Inolvidables veladas, Buenos Aires, Minotauro.

Cohen, Marcelo (2003). ¡Realmente fantástico! y otros ensayos, Buenos Aires, Norma.

Cohen, Marcelo (2006). Donde yo no estaba, Buenos Aires, Norma.

Dalmaroni, Miguel (2001). “El fin de lo otro y la disolución del fantástico en un relato de Marcelo Cohen”. Cuadernos Angers- La Plata 1, Año IV, 4: 83-96.

De Certau, Michel (1993). La fábula mística. Siglos XVI y XVII, México, Universidad Iberoamericana.

De Libera, Alain (1999). Eckhart, Suso, Tauler y la divinización del hombre, Barcelona, José J. de Olañeta Editor.

Gasparini, Sandra (1997). “Control y fuga. Sobre Inolvidables veladas de Marcelo Cohen”. Nuevos territorios (de la literatura latinoamericana), Buenos Aires, Instituto de Literatura Hispanoamericana y Facultad de Filosofía y Letras.

Lacoue-Labarthe, Philippe y Jean-Luc Nancy (1978). L´Absolu Littéraire. Théorie de la Littérature du Romantisme Allemand, Paris, Éditions du Seuil.

Logie, Ilse (2011). “En busca de lo nuevo: El testamento de O´Jaral (1995) de Marcelo Cohen”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año XXXVII, 74: 171-191.

LÖwy, Michel – SAYRE, Robert (2008). Rebelión y melancolía. El romanticismo como contracorriente de la modernidad, Buenos Aires, Nueva visión.

Martínez, Luciana (2013). “Marcelo Cohen. Las fundaciones de la ciencia ficción”. Orbis Tertius 18/19: 39-49.

Martínez, Luciana (2013b). “La literatura hacia la epistemología en Marcelo Cohen: postulaciones de un nuevo realismo”. Criação & Crítica, USP, 11: 61-72.

Martínez, Luciana (2013c). “Entropía, esquizofrenia y pérdida del principio de realidad. A propósito del sincretismo psicoanálisis-termodinámica en Philip K. Dick”. El hilo de la fábula, año 11, 13: 63-74.

Nancy, Jean-Luc (2004). La Communauté désœuvrée, Paris, Christian Bourgois.

Prigogine, Ilia y STENGERS, Isabelle (2004). La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, Madrid, Alianza.

Safranski, Rüdiger (2009). Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Barcelona, Tusquets.

Shelley, Percey B (1986) [1821, 1840]. Una defensa de la poesía (versión bilingüe), Barcelona, Península.

Suvin, Darko (1984). Metamorfosis de la ciencia ficción: sobre la poética y la historia de un género literario, México, FCE.

Zolla, Elémire (2000). Los místicos de occidente I. Mundo antiguo pagano y cristiano, Barcelona, Paidós.

Esta obra está bajo licencia
Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0