Orbis Tertius, vol. XXII, nº 26, e063, diciembre 2017. ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria



Reseña / Review

 


Clementina Battcock y Silvia Limón Olvera,
El imaginario colectivo en Mesoamérica. Representaciones y símbolos en el altiplano central de México

Rosario, FHUMYAR Ediciones y CIALC-UNAM, 2017, 120 páginas1


CITA SUGERIDA
Añón, V. (2017). [Revisión del libro El imaginario colectivo en Mesoamérica. Representaciones y símbolos en el altiplano central de México por Clementina Battcock y Silvia Limón Olvera]. Orbis Tertius, 22(26), e063. https://doi.org/10.24215/18517811e063


 

 

Cuando me convocaron a presentar este libro, acepté con enorme alegría. El libro de una colega respetada y querida siempre es un acontecimiento. No obstante, cuando me senté a escribir estas palabras noté (tarde) que me había metido en un brete: este libro comenta y supera ampliamente mis conocimientos sobre la zona y sus problemas, y me enfrenta a mis propios vacíos. Sin embargo, pude seguir adelante en virtud de la dualidad que lo caracteriza: se trata de un trabajo tan amable como ambicioso. Amable porque apela a un lector interesado pero no especialista, y en ese sentido discurre uno de sus hallazgos: un tono didáctico aunque nunca paternalista, una tonalidad que recupera en buena medida la dinámica y el modo de construcción de conocimiento del seminario de posgrado que está en su génesis. Así, brinda información sin abrumar, actualiza e instala polémicas, rediseña problemas y al mismo tiempo se gana la empatía del lector por el tranquilo discurrir de su prosa. En esta dinámica radica también su ambición: el volumen se propone pensar imaginarios, representaciones y símbolos en el altiplano central de México, para lo cual segmenta y organiza cinco dimensiones que constituyen sus cinco capítulos: I. Mesoamérica, problemas a enfrentar; II: Las fuentes; III. Códices y esculturas; IV. Cosmovisión; V. Religión. No voy a detenerme en el contenido de cada capítulo, algo que el lector puede recuperar en sus páginas. En cambio, trataré de delinear las dimensiones que, a mi juicio, atraviesan transversalmente todo el libro y que constituyen algunos de sus principales logros.

En primer lugar, una dimensión temporal, propia de los estudios históricos pero que va más allá de ellos: la preocupación por historiar términos, categorías, espacios. De allí que la primera apuesta sea dar cuenta de Mesoamérica como problema, y que se lo haga desde una dimensión dinámica y diacrónica. Me explico: para introducir el término y el área, el libro elige historiar los modos en que lo que ahora llamamos Mesoamérica fue concebida, al tiempo que actualiza y discute el concepto, debido al historiador alemán Paul Kirchhoff pero que, casi 80 años después de propuesto, ha sido objeto de numerosas revisiones. Se trata de pensar metacríticamente las dimensiones con las que se trabaja y de exhibir sus límites, quizá porque esa también es la tarea del investigador en todos los ámbitos. Esta historización del término, este concebir sus cambios en un denso marco temporal, también conduce a pensar lo que Mesoamérica permite discutir: las fronteras nacionales (puesto que excede ampliamente el territorio que hoy es México y se extiende hasta bien entrados Centro América y Estados Unidos); la definición de un área cultural; incluso el peso que lo lingüístico ha adquirido en los últimos años para dar cuenta de esta zona. De allí que se afirme que “más que un conjunto de elementos inmutables en el tiempo y en el espacio, las tradiciones que caracterizaron una superárea cultural deben concebirse como un peculiar conjunto de concepciones y prácticas en continuo cambio multisecular y con notables particularidades locales” (p. 14). Entre la generalidad y las particularidades, entre concepciones y prácticas, entre persistencias y transformaciones se ha ido definiendo esta subárea y, por tanto, los estudios que se abocan a dar cuenta de ella. Pero esta atención a la densidad temporal y dinámica de los términos tiene un correlato efectivo en el análisis de cosmovisiones y religiosidad que ofrecen los últimos capítulos. Allí, el libro da cuenta de la tesis de Alfredo López Austin acerca de la triple temporalidad de esta cosmovisión, que implica un tiempo anterior a la creación, un tiempo mítico o de la creación, un tiempo de los hombres. Esta dimensión tripartita de la temporalidad (difícil de concebir en la actualidad) presenta asimismo el reto de ser representada muchas veces en simultáneo en códices y esculturales, y de darle sentido a la cosmovisión que identifica a esta sociedad. El tiempo como objeto; el tiempo como metarreflexión; el tiempo como cosmovisión: todas complejas dimensiones que este libro aborda con soltura y sin gestos megalómanos.

En segundo lugar, la atención a redes intelectuales, debates y disputas. Y la intervención en ellos. Cada capítulo ofrece un racconto de perspectivas diversas sobre un problema; una serie (más numerosa de lo que parece a simple vista) de referencias ineludibles sobre cada tema, que también constituyen un mapa y una guía para el lector; la descripción minuciosa y apasionante de los derroteros de manuscritos, códices, proyectos, desde el siglo XVI hasta el presente en México. Este derrotero, siempre fascinante, lo es más aún para quien se ha formado en la Argentina y por tanto, tiene más dificultades para rearmar el mapa de las disputas. Sin miradas anacrónicas, sin anatematizar (pero sin olvidar tampoco) censuras, pérdidas, robos, debates políticos, el libro nos lleva a través de los archivos y colecciones de Boturini, Gama, Humboldt, Clavijero en los siglos XVIII y XIX, para ayudarnos a ver un mundo hoy perdido que, no obstante, funda mucho de los archivos con los que podemos trabajar hoy. A través de estas figuras se mueve también hacia atrás y hacia adelante: en estos derroteros, en esta circulación de bienes culturales y de armado de redes intelectuales también nos encontramos con el Códice Ixtlilxóchitl, con Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y con Carlos de Sigüenza y Góngora por ejemplo. Pero tampoco elude las referencias al presente, y sus reflexiones también llevan a iluminar los usos de ese pasado para la conformación de una identidad nacional mexicana en los siglos XIX y XX, y de sus instituciones: el Museo Nacional de Antropología e Historia, el INAH, la ENAH, la UNAM, entre otros. La idea rectora no es objetar sino exhibir un mapa de situación en el que el desplazamiento y el cambio han sido la constante y constituyen por tanto el material primordial con el que debe trabajar el investigador.

En tercer lugar, los problemas de archivo, canon y corpus que organizan cada capítulo y que constituyen, a mi juicio, una de las apuestas principales del volumen. Sabido es que el archivo es una categoría profusamente debatida en las ciencias sociales y las humanidades en la actualidad. Como domiciliación, como ley de enunciación, como metáfora, el archivo ha servido para volver a pensar la literatura y la cultura latinoamericanas, y para disputar sus fuentes. En ese sentido, el archivo latinoamericano ha sido pensado como expoliado, fragmentado, perdido, disperso, robado, y profundamente atravesado por la lógica de la geopolítica del conocimiento por la cual buena parte de manuscritos y códices se encuentran en los espacios metropolitanos, por ejemplo. El libro exhibe estas complejidades y trabaja contra ellas, en la certeza de que es preciso estudiar los bordes y los márgenes de ese archivo para comprender la cultura toda. De allí que en los capítulos II y III por ejemplo (las fuentes, los códices y esculturas) el libro revise nuevamente el archivo para reorganizar el corpus y disputar el canon. ¿Cómo lo hace? Por medio de la clasificación y de la descripción. Me explico: en primer lugar, a la hora de organizar las fuentes propone una clasificación (historiográfica) que las entrecruza entre factores biográficos y textuales (tipo de fuentes, pertenencia de los autores). De allí que se organice este archivo en fuentes arqueológicas, etnográficas y lingüísticas, y fuentes documentales escritas por soldados, cronistas de Indias, misioneros, historiografía de tradición indígena. Así, de manera amable y clara, el libro se mete de lleno en un debate tipológico (que también es político) que está teniendo lugar en los estudios coloniales latinoamericanos en las últimas décadas. Y lo responde poniendo en valor las fuentes de tradición indígena, que ocupan un destacadísimo lugar en todos los capítulos y a las que se les confiere importancia central. De allí que aprendamos acerca de Sahagún, Durán, Tezozómoc, Chimalpain, los diversos anales y la Crónica X, y que transitemos sus caminos con la avidez con que se transita una serie o una novela de aventuras. Si esta transformación en el canon que la ya referida puesta en relieve busca es crucial para todo el campo, se agradece especialmente en el Cono Sur, donde el acceso a estas fuentes es arduo y disperso, y requiere de ingentes redes de colaboración y trabajo mutuo para conseguir siquiera atisbar la riqueza de estos documentos. Textualidades centrales además porque ponen en jaque mucho de lo que se afirma incluso acerca del universo occidental y la conquista, y por supuesto acerca del mundo prehispánico que este volumen despliega con gran complejidad.

d) Y con esto quisiera cerrar. La belleza de la complejidad de estos imaginarios colectivos en Mesoamérica se aprecia con especial detalle en los últimos capítulos que tratan acerca de la cosmovisión y la religión, y que resultan fascinantes para todo lector. Fascinan no sólo por lo que cuentan sino por cómo lo hacen: dan cátedra de cómo explicar sin juzgar, de cómo hacer accesible un problema sin sacrificar su complejidad. Quizá más que en otras partes del libro, estos capítulos se enfrentan a una pregunta que aún hoy resuena, cómo dar cuenta de la alteridad, de lo radicalmente otro, sin sojuzgarlo ni violentarlo. Producir conocimiento respetuoso sobre ello es un paso fundamental que este libro encara con inteligencia. Se llega así al final del libro con un epílogo que da cuenta del problema hermenéutico de esta producción de conocimiento sobre el otro-lo otro, y responde por medio de la interpretación. Apuesta crucial que quiero recuperar. Cuando la autora afirma “la necesidad de proponer interpretaciones para tratar de aclarar el significado” está afirmando la necesidad de la labor crítica. Una labor que no romantiza ni infantiliza ese pasado, tampoco lo juzga con parámetros anacrónicos. Una labor que reconoce la deuda que con él tenemos y que busca restablecer el dialogo a partir del respeto y la generosidad. Sólo estos lazos de generosidad y respeto mutuo podrán ampararnos en los retos que tenemos por delante. Ojalá que estos Imaginarios colectivos en Mesoamérica sean sólo el comienzo.



Valeria Añón

 

 
NOTAS

1 Este texto, con variantes, fue preparado para la presentación del libro que tuvo lugar en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario el 24 de agosto de 2017.

 

 

 

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