Orbis Tertius, vol. XXV, nº 31, e157, mayo-octubre 2020. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Ricardo D. Salvatore, Paisanos itinerantes. Orden estatal y experiencia subalterna en Buenos Aires durante la era de Rosas. Buenos Aires, Prometeo, 2018, Historia Argentina, 538 páginas


Cita recomendada: Pose, L. (2020). [Revisión del libro Paisanos itinerantes. Orden estatal y experiencia subalterna en Buenos Aires durante la era de Rosas por Ricardo D. Salvatore]. Orbis Tertius, 25(31), e157. https://doi.org/10.24215/18517811e157

La pregunta acerca del papel desempeñado por los sujetos populares durante los años rosistas ha sido con frecuencia visitada y contestada. De entes pasivos ante la avanzada de la tiranía a bárbaros gauchos, ejes de la violencia del régimen, su participación política en la Confederación fue objeto de lecturas e interpretaciones por parte de sucesivos ensayistas, historiadores y críticos. Lo que distingue al libro de Salvatore es que en él, esos sujetos subalternos —peones, soldados, libertos, vagabundos y mujeres—, toman la palabra y dicen ellos mismos sus identidades y afiliaciones, sus denuncias, conflictos y motivaciones: “los subalternos han sido ‘atrapados’ por la historia, que los sitúa en una situación imposible de la que no pueden escapar. Situados en estado primitivo, casi natural, no se les ha permitido convertirse en verdaderos agentes de la historia” (p. 37). Su perspectiva, con fuertes influencias de la historia subalterna y de los estudios rurales, sumada a aproximaciones de carácter interdisciplinario, considera las interacciones entre los sujetos populares rurales y el Estado con el objetivo de deconstruir el discurso dominante y reposicionar la voz de los subalternos.

En junio de 1845, Miguel Giménez fue detenido teniendo en su faja un contrato laboral incumplido,

en el contrato había prometido trabajar de mayo a diciembre para su empleador, Anastacio Villafañe, en Guardia de Luján, realizando tareas de granja por sesenta pesos mensuales. Cinco semanas después de firmar el contrato, Giménez fue detenido en otra provincia (Santa Fe), acusado de robar caballos (p. 105).

Para Giménez, el contrato con Villafañe no era vinculante y de ningún modo implicaba su inmovilidad. Su historia individual sirve al autor para ilustrar el eje de la argumentación: la fluidez de la itinerancia de los paisanos por la pampa y sus modos de resistencia al poder del Estado y de los patrones. Gutiérrez es detenido y en el interrogatorio aparece su experiencia, extrapolable a los miles de trabajadores rurales que deambulaban por la campaña bonaerense. En su movilidad permanente y en sus modos particulares de relación con el mercado y con el Estado, Salvatore lee ciertos matices de resistencia y apropiación que relativizan la tesis de la coacción y el paternalismo, devolviendo a los sectores subalternos cierto grado de autonomía y agencia. Este es, justamente, el aspecto más valioso del volumen: el énfasis en los modos de resistencia velada de los sujetos populares como clave en las relaciones con el poder estatal. Cada tesis de Salvatore está justificada por la voz directa (cartas), intervenida (por el inquisidor estatal) o interpretada (por el autor) de algún sujeto subalterno con nombre, apellido, fecha y caracterización de su persona. Paisanos itinerantes es una indagación en la historia de la Confederación a través de las micronarrativas de sus personajes más secundarios y olvidados.

La itinerancia, el deambular de los paisanos por la campaña bonaerense y los márgenes de la ciudad caracteriza al sujeto predilecto del análisis: el sector que Salvatore llama, entrecomillado, “la clase del peón de campo”. La problemática inherente a la definición del peón de campo como una “clase” es sorteada por el autor al considerar las atribuciones del Estado rosista en la delimitación de este sector: la clase del peón de campo “fue imaginada y creada desde arriba” (p. 18), pero esa delimitación estatal nos ayuda a vislumbrar las estrategias y redes de contención, organización y resistencia puestas en práctica por los sectores subalternos. El extenso trabajo de archivo, realizado, en su mayoría, en registros oficiales —militares y judiciales—, junto a la indagación en epistolarios y periódicos de la época, permite a Salvatore reconstruir esas redes a partir de tres núcleos de interpretación: la relación de los sectores subalternos con el mercado, con la ley y con los símbolos del régimen rosista, todos ellos atravesados por la política facciosa. Estos ejes, extendidos a lo largo de los doce capítulos que conforman el volumen, interrogan acerca de los modos de participación política de los sujetos subalternos en un período en que el Estado provincial necesitaba de su presencia en las Fuerzas Armadas y, por lo tanto, toleraba sus opiniones, negociaba en base a sus condiciones e incluso cedía ante sus demandas. El desarrollo de la argumentación se ve enriquecido por el estudio de cada uno de los casos individuales de los peones, las viudas o los soldados, que posibilitan una interpretación alternativa de los años rosistas. La perspectiva subalternista que asume, a pesar de las críticas recibidas en ocasión de su primera edición en inglés (que recopila al final del volumen), le permite deconstruir el discurso estatal a partir de una sumatoria de fragmentos que van desmarañando el enigma que significa para nosotros la vida y los modos de participación de los sujetos subalternos.

El orden de la apariencia, de la vestimenta y del estilo en los primeros años del siglo XIX ha sido estudiado con ahínco y es fuente inagotable de curiosidades. Uno de los aspectos más recordados del régimen rosista está, de hecho, en la obligatoriedad de la insignia punzó en el atuendo de damas y caballeros, sin distinciones entre peones rurales o señoritas de ciudad. La uniformidad cromática y de atavíos fue impulsada por Rosas y los suyos desde el comienzo mismo del régimen y se constituyó como símbolo del federalismo y sus valores, el énfasis en el imperativo colorado nos hace testigos del punto alcanzado por el Estado en el control de los cuerpos durante la veintena de años rosistas. Ricardo Salvatore toma como uno de sus ejes la cuestión de los símbolos en el régimen federal; cada uno de los apartados se ve atravesado, en mayor o menor medida, por cuestiones de orden simbólico, pero la indagación se avoca especialmente en ello en el capítulo que se ocupa de la vestimenta federal. La apariencia era constituida desde el Estado como un territorio de disputa: la distinción social que la vestimenta había representado desde tiempos inmemoriales (y que volvería a representar una vez caído el régimen) dejaba lugar, por un lado, a la diferenciación partidaria y, por el otro, a la igualación social: el federalismo impulsó el ropaje de los paisanos como uniforme de la vida cotidiana de peones y citadinos federales. El cuarto capítulo de Paisanos itinerantes, “Clase según apariencia”, se ocupa de este universo de significados atribuidos a los atavíos y a esa obsesión del federalismo por la igualación en términos de apariencia.

En este apartado, el núcleo del interés de Salvatore, como a lo largo de todo el volumen, está en los vínculos que se generaron entre el Estado y los sujetos, en este caso desde el orden de la vestimenta. La observación atenta al atuendo de los sujetos subalternos por parte del Estado dio lugar, por un lado, a la clasificación por vestimenta, a la vigilancia y el control y, en el lado opuesto, a las escaramuzas y el disfraz como forma de velada resistencia. Este tanto conocíamos, aunque las fuentes judiciales de Salvatore nos permitan indagar en los modos de funcionamiento de las redes de deserción, disfraz y de venta de uniformes y de ropas de civil. Sin embargo, el aspecto más revelador de su análisis de fuentes documentales nos permite conocer en qué medida las obsesiones del Estado y su insistencia en la vigilancia rindieron frutos en los peones detenidos para interrogar: ¿cuántos de ellos efectivamente tenían una divisa punzó en sus camisas o ponchos? ¿Cuántos una cintilla en sus sombreros? La respuesta de Salvatore es: pocos. Al parecer, el imperativo del colorado no estaba tan extendido como la obsesión estatal y la propaganda oficial pudieron pretender: “si le creemos a un detenido proveniente del Litoral [nos dice Salvatore], la escasez de cintas rojo punzó hacía que el cumplimiento del código federal fuera casi imposible” (p. 192). El autor analiza la totalidad de su muestra y concluye que solo el 27% llevaba consigo una divisa y un cintillo, mientras el 16% solo llevaba cintillo y el 9% solo divisa. Eso nos deja con un 47% de la muestra, prácticamente en su totalidad sujetos subalternos, que no cumplían con la obligatoriedad del uso de divisa y cintillo. Pero eso no significó que no llevaran los colores federales en su cuerpo: más de la mitad de sus prendas eran rojas, llegando al 95% en el caso de las camisas. ¿Alto apoyo al federalismo? ¿Coacción? La razón de la omnipresencia de los colores federales fue mucho más sencilla: la oferta de telas era colorada, “los comerciantes extranjeros que operaban con el mercado porteño entendían bien el arte de vender bajo la hegemonía federal” (p. 194). Este mínimo ejemplo, resultado de la atención que los inquisidores pusieron sobre la vestimenta de los detenidos, nos permite vislumbrar, gracias a la apelación de Salvatore a archivos judiciales, los modos en que los sujetos subalternos respondían a las prerrogativas estatales, con afiliaciones parciales y bien disimuladas resistencias.

Esta primera traducción al castellano de Paisanos itinerantes, publicada originalmente como Wandering paisanos en el 2003, ilumina algunas áreas oscurecidas de la historia de la federación y trae a flote la voz olvidada de los paisanos que también hicieron a la conformación de la nación. En el período de 15 años que va de su primera edición a su traducción al castellano se publicaron varios aportes significativos a la historia de los sectores populares en el Río de la Plata durante el siglo XIX, muchos de ellos en la misma colección de Historia Argentina dirigida por Raúl Fradkin, pero, aun así, los aportes y la metodología de Ricardo Salvatore no dejan de ser reveladores. A pesar de que un estudio de estas características nunca puede abarcar la totalidad de la experiencia subalterna, Paisanos itinerantes nos permite introducirnos en la Historia a partir de fragmentos que cuestionan algunas importantes miradas sobre los años de Rosas. El foco puesto sobre “la clase del peón de campo”, motivado por el interés estatal, hace que otros sujetos subalternos queden relegados y su experiencia no alcance los registros oficiales o la interpretación del historiador. De todos modos, las incipientes redes de organización y contención vislumbradas en el testimonio de los peones, allanan el camino para la indagación de las formas de participación y resistencia de otros sujetos que comparten el carácter de subalternos.

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