Orbis Tertius, vol. XXV, nº 31, e146, mayo-octubre 2020. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Artículos

Escribiendo el "tiempo profundo": Ficciones fundacionales y el Antropoceno

Jörg Dünne

Humboldt-Universität zu Berlin, Alemania

Cita recomendada: Dünne, J. (2020). Escribiendo el "tiempo profundo": Ficciones fundacionales y el Antropoceno. Orbis Tertius, 25(31), e146. https://doi.org/10.24215/18517811e146

Resumen: Desde el descubrimiento del tiempo "profundo", geológico, la imaginación literaria moderna en el siglo XIX se ha apropiado del pasado lejano de la historia de la tierra para articularlo con la historia moderna. Elementos de la historia geológica de la Argentina, que han contribuido de manera decisiva al desarrollo de la paleontología, han sido usados por autores tan diferentes como Honoré de Balzac y Florentino Ameghino para fundar de manera imaginaria los orígenes de la civilización o de la nación presente en el tiempo profundo. Frente a tales apropiaciones del pasado profundo, la literatura contemporánea utiliza el tiempo geológico ya no para anclar el presente en el pasado, sino por el contrario para cuestionar el carácter fundacional de las dinámicas geológicas al umbral de la nueva edad geológica llamada el “Antropoceno”.

Palabras clave: Geología , Larga duración, Antropoceno, Ficciones (des-)fundacionales, Literatura moderna.

Writing “Deep Time”: Founding Fictions and the Anthropocene

Abstract: Ever since the discovery of geologic "deep time", modern literary imagination in the 19th century has been using the long time-scale of the history of the earth for its articulation with modern history. Some elements of Argentina’s geologic history, which have played a decisive role in the development of palaeontology, have been used by authors as different as Honoré de Balzac and Florentino Ameghino for an imaginary foundation of present civilizations or nations in deep time. Unlike such appropriations of the deep past, contemporary literature no longer uses geologic time in order to anchor the present in the past, but to question the foundational character of geologic dynamics at the threshold of the new geologic era called the “Anthropocene”.

Keywords: Geology , Long duration, Anthropocene, (Un-)founding Fictions, Modern Literature.

El tema de las siguientes reflexiones1 es la relación de la literatura con el pasado, especialmente con el tiempo “lejano” o “profundo”2 . Quisiera analizar de manera concreta algunos lugares y algunos momentos históricos en los cuales la literatura y la ciencia modernas descubrieron su fascinación por el “tiempo profundo”. Esto me llevará finalmente a tratar la intersección de diferentes escalas de tiempo en el momento presente donde la relación entre tiempo geológico y tiempo humano está marcada por el debate sobre el llamado “Antropoceno”.

Para acercarme a la cuestión de la importancia de estos procesos geológicos para la cultura, y en especial para los textos literarios en su aspecto narrativo, quisiera partir de un reciente ensayo del escritor indio Amitav Ghosh titulado The Great Derangement. Climate Change and the Unthinkable, publicado en 2016. Aquí, Gosh asevera de manera suficientemente categórica: “The longue durée is not the territory of the novel” (2016, p. 59)3 . En su ensayo, Ghosh se pregunta sobre la falta de novelas contemporáneas importantes que traten el cambio climático, en un marco argumentativo que vea el presente no solo como un momento de crisis medioambiental, sino también como un momento de crisis de nuestra imaginación literaria.

Ciertamente, Ghosh, como él mismo lo admite en un artículo en The Guardian está “pintando con un pincel grueso” (2016a), pero ¿hay acaso alguna evidencia para aseverar que, desde un punto de vista literario, el cambio climático es algo “impensable”? Para Ghosh, las novelas modernas, desde el siglo XIX, a diferencia de la épica pre-moderna, “conjure up worlds that become real precisely because of their finitude and distinctiveness. Within the mansion of serious fiction, no one will speak of how the continents were created; nor will they refer to the passage of thousands of years” (Ghosh, 2016, p. 61).4

Esto, según Ghosh, hace del “tiempo profundo”, o geológico, algo prácticamente “impensable” en términos de lo que él llama literatura moderna “seria” (excluyendo con este término, la ciencia ficción y otros géneros literarios como la tradición épica). Reductiva o no, la tesis de Ghosh tiene cierta plausibilidad para con el panorama de la teoría de la novela moderna, en especial en lo que se refiere a la narratología.

Desde un punto de vista narratológico, la “agency” o el poder de actuar en la novela es normalmente concebida como acción de un héroe humano quien –para tomar un ejemplo conocido de la teoría del “sujet” (o argumento), de acuerdo con el semiólogo cultural ruso Jurij Lotman– es capaz de cruzar una frontera que solo él puede transgredir.5

Dentro de este modelo de agencia, según Jurij Lotman, entraría en la categoría de un “texto sin sujet” todo lo que está relacionado con la “larga duración” –entendida en el sentido de la historia medioambiental del historiador francés Fernand Braudel, quien acuñó este concepto (cf. Braudel 1958) o en el sentido del tiempo profundo geológico, refiriéndose a la historia de la tierra–. En un texto sin sujet no ocurre nada relevante para la transformación de la configuración básica de los espacios semánticos en la novela y su estructura binaria, debido a la ausencia de un héroe humano capaz de transgredir la frontera entre estos espacios. A este respecto, Ghosh puede estar en lo cierto al decir que en la novela moderna el cambio climático u otros procesos de larga duración son, si no impensables, al menos irrelevantes en la escala del actuar humano.

Pero quizás el problema no sea la ausencia del tiempo profundo en la novela, sino el marco conceptual para determinar qué es un evento en un texto narrativo. Para este fin, habrá que pensar en otras escalas temporales de la narratología que excedan el único enfoque sobre el actuar humana: desde este punto de vista me gustaría responder al comentario de Ghosh. Para ello, en lugar de un esbozo abstracto del descubrimiento del tiempo profundo en la imaginación literaria y científica modernas,6 propongo un viaje por el espacio, dividido en tres etapas, desde la Francia del siglo XIX a la Argentina de la misma época y, de ahí, a otro escenario también argentino en un futuro no tan lejano. Pero este viaje por el espacio terrestre, cuyas etapas no se encuentran conectadas por ningún tipo de influencia o intertextualidad literarias directa sino exclusivamente por objetos materiales y vínculos geográficos, pretende al mismo tiempo abarcar diferentes tipos de cruce entre el tiempo geológico y el tiempo humano en la imaginación literaria y cultural en los últimos doscientos años, esbozando así una prehistoria de lo que podríamos llamar la “literatura antropocénica” del momento presente.

I. París, hacia 1830

La Peau de chagrin (“La piel de zapa”), conocida novela de Honoré de Balzac, uno de los grandes representantes del realismo francés en la novela decimonónica, es discutiblemente menos famosa por su trama fantástica sobre la vida de un joven hombre ávido de éxito social y su “pacto diabólico” que por su descriptiva escena inicial en una “boutique d’antiquaire”. Ahí, el protagonista, llamado Raphael de Valentin y que está a punto de quitarse la vida, encuentra fragmentos de varias civilizaciones pasadas condensadas en una colección de objetos.

En este punto, el narrador invoca al naturalista francés George Cuvier, figura fundacional de la paleontología y la anatomía comparada, en su llamado “elogio de Cuvier”, en el que lo considera el más grande poeta del siglo XIX:

Vous êtes-vous jamais lancé dans l’immensité de l’espace et du temps, en lisant les œuvres géologiques de Cuvier? Emporté par son génie, avez-vous plané sur l’abîme sans bornes du passé, comme soutenu par la main d’un enchanteur? En découvrant de tranche en tranche, de couche en couche, sous les carrières de Montmartre ou dans les schistes de l’Oural, ces animaux dont les dépouilles fossilisées appartiennent à des civilisations antédiluviennes, l’âme est effrayée d’entrevoir des milliards d’années, des millions de peuples que la faible mémoire humaine, que l’indestructible tradition divine ont oubliés et dont la cendre entassée à la surface de notre globe y forme les deux pieds de terre qui nous donnent du pain et des fleurs. Cuvier n’est-il pas le plus grand poète de notre siècle? (Balzac, 1974, p. 47)7

Cuvier resulta tan poético para el narrador de Balzac debido a que es capaz de volver a despertar civilizaciones pasadas, tan solo con unos pocos fragmentos de esqueletos de animales –un solo hueso le basta a Cuvier, como el narrador autoral le comenta al lector, para reconstruir todo un animal prehistórico–. La importancia de tal reconstrucción desde un pasado supuestamente inaccesible se acentúa aún más ante el panorama de una visión “catastrofista” de la historia que el propio Balzac adopta de Georges Cuvier. Este último, en base a sus investigaciones paleontológicas, desarrolló una teoría según la cual la historia de la tierra había sido marcada por una serie de cataclismos devastadores, siendo el último de ellos descrito en la Biblia como “Diluvio”.8 Balzac traslada esta visión catastrofista a otra escala jugando sobre las varias acepciones que tiene en su época la expresión “revolución” en francés y que puede referirse tanto a las “revoluciones de la superficie terrestre” como a revoluciones de orden político, en especial a la “Revolución Francesa” del año de 1789, percibida por Balzac como una ruptura violenta con la civilización del “Ancien Régime”.

De hecho, las alusiones al catastrofismo y al tiempo profundo implícitas en el éloge de Cuvier son rápidamente dejadas de lado en La peau de chagrin para regresar al presente narrativo, que retoma la historia del protagonista Raphaël de Valentin, reanudando así el enfoque original de la novela con un protagonista humano y su limitado tiempo de vida debido al pacto diabólico, centro de la trama. No obstante, lo interesante sobre el elogio de Balzac es que, acaso durante un breve lapso, dos escalas temporales diferentes, la historia de la humanidad a partir de la revolución francesa y la historia de la tierra, parecen interactuar, o incluso fusionarse. A primera vista, la teoría de Cuvier de las catástrofes geológicas solo es usada como una drástica metáfora para describir el cambio en la historia de la cultura, pero una mirada más detenida sobre otras novelas del siglo XIX en Francia y también en otros países europeos podría revelarnos que la novela de Balzac y las de otros autores franceses del siglo XIX como Jules Verne, Gustave Flaubert y Émile Zola,9 así como en otros países europeos,10 están profundamente afectadas por la forma en la que lidiar con el tiempo geológico profundo influye en la manera en la que eventos pasados pueden ser presentados narrativamente. El descubrimiento del tiempo profundo geológico a partir del siglo XVIII hace de este tipo de temporalidad un modelo privilegiado para concebir otras temporalidades más cortas, contribuyendo así a una transformación de la noción de historicidad en general.11

A partir de Balzac se puede mostrar no solo que la imaginación literaria moderna está inspirada por una imaginación geológica, sino que esta imaginación va más allá del área de las ficciones literarias propiamente dichas para abarcar también la imaginación política, en donde el vínculo con la geología ofrece la posibilidad de concebir ficciones fundacionales de lo social y de lo político, y no solo en Europa sino también en América Latina.12 Para este propósito me enfocaré en la historia “material” de los restos fósiles de uno los primeros animales reconstruidos por Georges Cuvier que contribuyó al desarrollo del método de la anatomía comparada, provocando así los comentarios entusiastas de Balzac en su “elogio”: este animal es el megatherium, descrito por Cuvier por primera vez en el año 1796 en Francia (cf. fig. 1), basado en dibujos de los restos fósiles de un animal que fue transportado a Madrid en 1789, el año de la revolución francesa y que había sido encontrado dos años antes en Argentina cerca del río Luján, por un fraile dominicano llamado Manuel Torres. El megatherium, que simplemente significa “animal grande”, fue identificado por Cuvier como una especie extinta que mostraba ciertas similitudes con el actual perezoso, pero en dimensiones mucho mayores.

Figura 1
Megatherium según Georges Cuvier13
Megatherium según Georges Cuvier13

Como próxima etapa, quisiera pasar entonces de Europa a Luján y a la Pampa argentina, en tanto lugar de hallazgo del megatherium y donde el tiempo profundo ha tenido un rol constitutivo para la imaginación política y literaria, que en la Argentina del siglo XIX aparecen muy entrelazadas. Se trata además de un tipo de imaginación que mira no solo temporalmente hacia atrás, hacia estadios tempranos de la historia de la tierra, sino también hacia adelante, hacia el presente y el futuro de la vida en el llamado Antropoceno.

II. Luján, hacia finales del siglo XIX

Es un lugar común asociar la historia de la nación y de la literatura argentina a cierto tipo de territorialidad, que es la tierra llana de la pampa: esta llanura pierde sus habitantes originarios no solo en manos de colonizadores sino también en la imaginación de escritores14 , es decir que es comúnmente imaginada en el siglo XIX como un desierto que necesita ser culturizado y civilizado para volverse fértil: “civilización y barbarie” es efectivamente la famosa fórmula sarmientina en su Facundo para describir las vastas llanuras de la pampa argentina en el año de 1845 (Sarmiento, 2004).

Frente a la historia exclusivamente “horizontal” del territorio argentino como una superficie de proyección para volverse nación en un proceso de civilización material y discursivo, quisiera destacar que Argentina se transforma además en un lugar privilegiado para el descubrimiento del tiempo profundo. En este punto es necesario volver al megatherium que Cuvier describe en París y cuyos huesos fósiles se pueden observar incluso hoy en Madrid, pero que originalmente fueron encontrados cerca de Luján (cf. De Iuliis et al, 2005). En los tiempos de la colonia y también después, los restos fósiles de animales americanos extinguidos como el megatherium y el gliptodonte fueron exportados primero a Europa, pero pronto fueron puestos al servicio de la historia argentina, en tanto nación “joven” en términos de historia cultural, proclamando una fundación en el “tiempo profundo”, como un suplemento geológico a la tardía independencia política en el siglo XIX.

El intento más radical de establecer tal ficción fundacional “vertical” de la nación argentina en el tiempo profundo es sin duda la hipótesis del naturalista y paleontólogo argentino Florentino Ameghino,15 nacido precisamente en Luján, donde fue encontrado el primer esqueleto de megatherium. Inspirado por estos hallazgos fósiles, con solo dieciséis años de edad, Ameghino empezó sus propias excavaciones, primero cerca de su ciudad natal, donde encontró huesos humanos antiguos, una búsqueda que luego continuó en toda la provincia de Buenos Aires, entre otros lugares en Hermosilla, cerca de Bahía Blanca. Basado en estos hallazgos, proclamó haber identificado los restos del llamado “homo pampeanus” en el mismo estrato territorial de la corteza terrestre donde también se ubican el megatherium y el gliptodonte.16 A partir de esto, Ameghino concluye que el homo pampeanus es el prototipo del actual homo sapiens, y que es más antiguo que cualquier otro prototipo humano encontrado hasta entonces ––de esta forma, según Ameghino, la humanidad ha evolucionado en tanto especie autóctona en América del Sur sin necesidad de asumir una migración de África o Asia hacia el territorio americano–.

Incluso si la teoría de Ameghino resulta ser absolutamente errónea provee reveladora evidencia de una superposición de escalas temporales: Ameghino usa la historia de la humanidad para el propósito de la historia de la nación argentina, y desarrolla la hipótesis del homo pampeanus con el fin de compensar el muy breve lapso de tiempo desde el inicio de la nación argentina por una historia mucho más larga de la autoctonía humana en el territorio de la futura nación.

Pero lo que es al menos tan importante para las historias alternativas posteriores del tiempo profundo es el hecho de que la “pampa” en Ameghino ha dejado de ser una mera superficie llana para convertirse en un piso o un estrato en la historia “vertical” de la tierra, como se puede ver en la tabla bioestratigráfica de su libro Antigüedad del hombre en el Plata, publicada por primera vez en los años 1880 y 1881(cf. fig. 2): en esta tabla, que Ameghino modificó y concretizó en sus subsiguientes estudios estratigráficos,17 se refiere a “pampeano” para describir la formación terciaria en la que cree haber descubierto unos restos fósiles humanos. Ya no es la geografía, sino la geología ahora el punto de partida de las ficciones fundacionales de la nación argentina.18

Figura 2
Tabla bioestratigráfica según Florentino Ameghino19
Tabla  bioestratigráfica según Florentino Ameghino19

Desde esta etapa intermedia, llegaremos finalmente al final de este viaje en el tiempo y el espacio que nos llevará al Antropoceno, o al menos a su umbral. En términos de la bio-estratigrafía de Ameghino, voy a tratar ahora con la formación “post-pampeana”, que es aquella en contacto directo con la superficie de la tierra y que se aproxima no solo al presente geológico según el modelo bio-estratigráfico sino también al momento presente en la historia de la literatura y cultura. Hablando sobre esta zona, me alejaré un poco de las orillas de los ríos de la provincia de Buenos Aires y de su costa atlántica para entrar a una zona de transición de barro, entre agua y tierra, no muy lejos del río Luján, donde Ameghino empezó su investigación: el delta del Río de La Plata.

III. Delta del Río de La Plata (en el futuro cercano)

Como complemento de la ya mencionada ficción fundacional de la nación argentina en tanto conquista del vasto desierto de la pampa, cabe preguntar si existen discursos fundacionales alternativos en relación con otros paisajes argentinos, y, dado el caso, en qué medida estos discursos tienen en cuenta la dimensión vertical, es decir geológica, del espacio que constituye el enfoque central de estas reflexiones. Curiosamente, en el origen de una posible historia alternativa del territorio argentino o rioplatense está la misma persona que también contribuyó de manera decisiva a la invención de la ficción fundacional del desierto: Domingo Faustino Sarmiento, cuyos ensayos cortos reunidos bajo el título Carapachay no tratan de la pampa como “desierto” sino del delta del Río de La Plata.20

Lo que distingue al modelo de civilización “acuático” del “terrestre” en Sarmiento, es el hecho de que, contrariamente a la pampa concebida como un desierto inculto que debe ser civilizado y fertilizado por un activo y heroico actuar humano, el delta es concebido de alguna manera como un paisaje autopoiético y civilizante en sí mismo, donde el ser humano, aunque sepa aprovecharse de su productividad y fertilidad, no está en el origen de tal dinámica. Para expresar esto, en el texto introductorio de Carapachay, “Formación. Tradiciones. Tiempos heroicos” (Sarmiento, 2011, pp. 51-59), Sarmiento establece una analogía con los siete días de la creación en el Antiguo Testamento, solo que la creación del delta no necesita un dios activo para hacer que la tierra emerja de las aguas; la fuerza activa que opera aquí no es otra que la sedimentación en las marrones aguas del delta, donde llegan de a toneladas en forma de aluvión desde los ríos Paraná y Uruguay.

No puedo tratar en este punto las implicaciones políticas de la ficción fundacional de Sarmiento en la que, para resumir (cf. Dünne en prensa), Sarmiento promueve no tanto un estado territorial soberano (como en su ensayo sobre la pampa), sino un modelo de economía transnacional donde la infraestructura de transporte sigue extendiendo lo que él llama el “bello ideal de la viabilidad” (Sarmiento, 2011, p. 61) natural presente en el delta desde los inicios. Tampoco se trata de discutir la presencia de lo indígena en la descripción sarmientina de un paisaje al que atribuye un nombre guaraní, derivado, según el, del primer habitante, el “carapachayo”, significando, según el propio Sarmiento “hombre trabajado, cara arrugada” (2011, p. 58). Lo que resulta crucial para el escenario alternativo de las ficciones fundacionales que se analizan en este artículo es el hecho de que en el delta interfieren dos escalas de tiempo normalmente incompatibles: la escala de la observación y acción humanas y la escala de la transformación geológica por la rapidez de la formación y transformación de los territorios aluvionales en el delta.

Uno de los grandes exponentes de la literatura fluvial del siglo XX, Juan José Saer, desarrolla aún más esta interferencia en su ensayo El río sin orillas (Saer, 2011) cuando se describe a sí mismo como testigo del nacimiento de una isla cerca de la orilla del río Paraná, el mismo río que lleva parte de su carga de sedimentos hasta el delta del Río de la Plata:

Desde las barrancas de Paraná que dominan el río, la mirada abarca un horizonte desmedido, hecho casi exclusivamente de islas y de agua. De esas islas aluvionales, una bien enfrente de la costanera, en medio del río, de unos doscientos metros de extensión, es fina y alargada [...]. De esa isla podría decir, con la misma nostalgia con que un señor ya mayor dice de una hermosa muchacha que de chica supo tenerla sobre las rodillas, que asistí a su nacimiento. (Saer, 2011, p. 230)

Al final de su detallada descripción donde, además de compararse a sí mismo irónicamente con un anciano observando crecer a una joven niña, insiste, como Sarmiento, en la “cosmogonía” isleña a partir del “magma barroso” (Saer, 2011, p. 231) de los sedimentos fluviales. Así, Saer describe la isla creciente como una entidad que se extiende no solo en el espacio sino también en el tiempo: “A decir verdad, esa isla estaba hecha no únicamente de materia sino también de tiempo acumulado, de la unidad indestructible de tiempo y materia.” (Saer, 2011, p.231)

Así, los paisajes fluviales en Saer son emblemáticos para la estratificación del tiempo. Al principio de los años 90 del siglo pasado, Saer atribuye las fuerzas que conducen a la creación y transformación de paisajes sedimentarios a “algunas leyes físicas y biológicas universales” (Saer, 2011, p. 232). Para él, los paisajes fluviales permiten un pensamiento ontológico que reanuda la larga tradición de la filosofía del devenir desde Heráclito y los presocráticos.21 Con su cosmogonía fluvial, Saer nos lleva al umbral de una concepción actual de paisajes fluviales que expresa no únicamente las leyes del devenir natural, sino que induce a cuestionar incluso lo que es ‘natural’ y lo que es ‘cultural’ en la edad geológica en la cual vivimos en la actualidad y que, si damos crédito a los científicos y críticos que introdujeron el concepto, se llamaría “Antropoceno”.22

Por “Antropoceno” se puede entender una edad geológica –la traducción literal sería “lo nuevo hecho por el hombre”– en la cual la influencia de la acción humana sobre la superficie terrestre se empieza a percibir de manera estratigráfica, es decir en la formación geológica de la superficie terrestre, donde a la aparición del ser humano no solo corresponde, como se ha visto en las tablas bio-estratigráficas de Florentino Ameghino, a cierta formación estratigráfica sino donde el impacto humano sobre la tierra ha sido decisivo para la formación de otro estrato nuevo. Este nuevo estrato, a pesar de su escasa profundidad en relación al espesor de la corteza terrestre y a pesar de su duración ínfima en comparación con los más de 4000 millones de años desde la formación de la tierra, se puede detectar, entre otras cosas, debido a la presencia de elementos radioactivos como el plutonio a partir de las primeras bombas nucleares. Tales “clavos dorados” permiten la determinación de los límites entre diferentes pisos estratigráficos y también la determinación del advenimiento de la nueva edad geológica que sucede al Holoceno, el cual constituye hasta la fecha el último piso de la Tabla Cronoestratigráfica Internacional editada por la Comisión internacional de Estratigrafía (cf. fig. 3).

Figura 3
Tabla Cronoestratigráfica Internacional
Tabla Cronoestratigráfica Internacional

El desafío del controvertido concepto del “Antropoceno”, cuya fuerza innovadora consiste en que trata de un concepto transdisciplinario que ha suscitado grandes debates tanto en la geología como en el área de las ciencias humanas y sociales,23 consiste no solo en debatir el papel del ser humano en este contexto, sino también en la interpenetración de temporalidades que hasta hace poco se creían incompatibles. Así, la acción humana sobre la tierra y su clima incluso pone en duda la establecida distinción entre, por un lado, una “naturaleza” más o menos estable en el tiempo y, por el otro, una “cultura” cambiante, porque se evidencia una interacción cada vez más marcada entre el impacto material de la civilización humana y las “reacciones” terrestres que a su vez van transformando la cultura.

Según algunos investigadores, los grandes ríos son casos paradigmáticos de la condición “antropocénica” de la vida actual porque en los paisajes fluviales la cuestión del impacto humano en la superficie de la tierra ya no puede distinguirse claramente de una naturaleza pre-humana. Los deltas fluviales en el mundo, también debido a su densa población, son así no solo lugares en los que el tiempo se acumula, sino también especialmente lugares donde escalas de tiempo diferentes e historicidades interfieren, además de ser lugares que nos hacen re-pensar la ya establecida división axiomática entre las civilizaciones humanas y la naturaleza; en los grandes ríos y deltas fluviales de la tierra, la condición global de la vida en el Antropoceno se hace legible a nivel regional.24 A esto alude también Amitav Ghosh cuando, en su ya citado ensayo sobre el cambio climático y la imaginación literaria, se refiere a nuevas comunidades de experiencia entre los habitantes de los grandes deltas fluviales en el mundo:

But the earth of the Anthropocene is precisely a world of insistent, inescapable continuities, animated by forces that are nothing if not inconceivably vast […] No less than they mock the discontinuities and boundaries of the nation-state do these connections defy the boundedness of ‚place‘, creating communities of experience between Bengal and Louisiana, New York and Mumbai, Tibet and Alaska. (Ghosh, 2016, p. 61)25

El delta del Río de La Plata también forma parte de ese mundo, y de ahí quisiera volver a mi tema principal que es la imaginación literaria y a unos textos en los cuales el cruce característico analizado hasta aquí entre el “tiempo profundo” y la historia humana se abre hacia la imaginación de posibles futuros antropocénicos. Tal perspectiva hacia el futuro se encuentra desde siempre implícita en el pensamiento del Antropoceno que nos induce a imaginar formas futuras de vida en una tierra donde la posibilidad de la desaparición de la vida humana se ha vuelto una escenario muy concreto.26

Para concluir sobre un ejemplo de tales escenarios literarios de paisajes fluviales en un futuro cercano que se abren hacia la crisis climática y tal vez incluso hasta el fin del “planeta verde” tal como lo conocemos hoy, me gustaría hablar brevemente de dos novelas de la escritora argentina Claudia Aboaf: El rey del agua (2016) y El ojo y la flor(2019).27 Lo que me interesa de estas novelas no es tanto el sujet de las hermanas Andrea y Juana, hijas de un padre desaparecido que, tras ser separadas durante muchos años, finalmente se reencuentran: más que un “sujet” convencional en sentido lotmaniano es este argumento, podríamos decir, un pretexto para un entrecruzamiento de conflictos de escala humana con transformaciones medioambientales del delta en un futuro cercano.

La trama distópica de estas novelas está basada en la idea de que el delta se vuelve uno de los lugares geopolíticos más importantes a nivel global en un momento de la historia en el que se abandonan los estados-nación en favor de pequeños estados tipo polis28 localizados alrededor de una única ciudad, en este caso la ciudad más grande del delta del Río de La Plata llamada Tigre. El gobernador de este pequeño estado, llamado “Tempe”29 se describe como el “Rey del agua”, porque logró su fortuna vendiendo enormes cantidades de agua al resto del planeta, donde el agua potable escasea debido a un escenario de cambio climático que no se describe con gran detalle.30 Pero tras un breve período de explotación de los recursos acuíferos del Río de La Plata y su enorme dársena de drenaje, el delta también empieza a secarse y se va transformando en un paisaje de profundo barro.

Lo que resulta tan notable de la transformación del delta no es solo el hecho de que la ficción distópica de Claudia Aboaf pueda ser leída como una “narrativa de prevención”, es decir el escenario de un posible futuro contado precisamente para que no ocurra en el mundo real.31 Lo notable acerca de estas novelas de Claudia Aboaf es, antes que nada, que al mismo tiempo que desarrollan un escenario futuro, adoptan también una perspectiva hacia el pasado no solo geológico sino político en términos de historia nacional: el escenario futuro de un nivel de agua decreciente visibiliza lo que se ha acumulado en los sedimentos del delta a través de la historia no tan lejana. Por ejemplo, el padre de las dos heroínas es uno de los desaparecidos hace no mucho tiempo durante alguna dictadura militar (que recuerda, por supuesto, al pasado argentino), ahogado en las cataratas de Iguazú: el “rey del agua” que constantemente analiza la calidad del agua que vende, afirma haber detectado rastros del ADN del padre en el agua del delta.

Para ilustrar estas referencias de manera puntual, me gustaría referir al último párrafo de El Rey del agua donde Andrea, mientras nada en las aguas del delta, experimenta una especie de nacimiento: nace (o renace) en un agua que no solamente anuncia la nueva vida, sino que ya está contaminada por cuerpos en descomposición que rozan su pierna mientras flotan –y entre estos cuerpos puede hallarse el de su propio padre–:

Alcanza la desembocadura. Con una brazada ingresa a la voluta formada por el encuentro entre corrientes. Gira impulsada en el remolino de agua, nada nada como criatura nueva. Algo le roza una pierna. No se altera. Nada en el río vivo, entre los Muertos disueltos en el agua. (Aboaf, 2016, p. 141)

Y en El ojo y la flor, cuando se describe como baja el nivel del agua, los primeros huesos de lo que podría ser un perro aparecen en las orillas del Río de La Plata cerca de la zona industrial de Ensenada, delta abajo, en una zona altamente contaminada; y detrás de estos huesos, muchos más que ahora parecen ser humanos.

A medio metro debajo del nivel costero, ven los huesos de lo que podría ser un perro. La calavera cerrada por los colmillos fieros, entrecruzados, prensada entre capas de sedimentos. Alguno enterró a su compañero sin calcular que quedaría expuesto. La respiración se les hace más profunda. Se alejan del borde: esa franja blanca continúa después del perro, parece también ser un osario de personas muertas. (Aboaf, 2019, p. 128)

Así, la ficción distópica de un futuro antropocénico cercano del paisaje fluvial del Río de La Plata contiene también un paisaje de la memoria que refiere a los hechos históricos de la nación argentina. Imaginar un escenario futuro de una “lenta” violencia medioambiental a escala geológica parece, al menos en Argentina, inseparable de los actos de violencia política en el pasado cercano.32

Se puede concluir que los huesos encontrados en los sedimentos “post-pampeanos” del Río de la Plata en la ficción de Claudia Aboaf ya no están ahí para operar como un nuevo suelo para una “ficción fundacional” en el tiempo profundo como, por ejemplo, es el caso de Ameghino con homo pampeanus; sino que más bien deben ser entendidos como una ficción “des-fundacional”.33 Esta “des-fundación” no solo da cuenta de la precaria interacción entre procesos medioambientales, económicos y sociopolíticos en el Antropoceno, para el cual de alguna manera los paisajes fluviales resultan emblemáticos. Las ficciones “des-fundacionales” de Claudia Aboaf y otrxs estritorxs contemporánexs34 también inventan una compleja forma de articular de manera narrativa35 diferentes temporalidades, y de articular así crisis política y crisis medioambiental. Este tipo de articulación podría ser una cualidad específica de las ficciones literarias distinguiéndose de otras formas de volver inteligible los complejos procesos del Antropoceno que son a la vez materiales y culturales. Así, al menos en términos de imaginación literaria, y de forma contraria al pensamiento de Amitav Ghosh, la “gran perturbación” del Antropoceno puede ser una crisis en gran medida productiva.

Referencias

Aboaf, C. (2016). El rey del agua, Buenos Aires: Alfaguara.

Aboaf, C. (2019). El ojo y la flor, Buenos Aires: Alfaguara.

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Notas

1 Así como los textos literarios analizados en este artículo empiezan en Europa y terminan en Argentina, este artículo nació también de una traslado transatlántico: Pronunciado originalmente en inglés en el marco del congreso “Anthropocene Atlas” en la Humboldt-Universität zu Berlin en junio del 2019, la versión en español de este texto fue presentada en diversas ocasiones en octubre de 2019 en Argentina, entre otras en una Jornada del IdIHCS de la UNLP y en el Centro Universitario de Devoto gracias a la invitación de Judith Lehmann del DAAD. Agradezco a todxs lxs que han contribuido a la reformulación de algunas ideas, pero sobre todo a Francisco Tursi por la traducción y la revisión final del texto.
2 Sobre este concepto ver en especial Gould (1987).
3 Trad.: “La larga duración [en francés en el original] no es el territorio de la novela.”
4 Trad.: “[Las novelas] conjuran mundos que se vuelven reales precisamente por su finitud y distinción. Dentro de la mansión de la ficción seria, nadie hablará de cómo se formaron los continentes, tampoco se referirán al pasaje de miles de años.”
5 Cf. Lotman (1982), pp. 270sqq. Sean topologías abstractas o topografías concretas, los espacios (y también las temporalidades) de la novela son, de acuerdo a este modelo, funcionales para actores humanos, como Rastignac, el héroe de Honoré de Balzac en su famosa frase al final de su novela Le Père Goriot, cuando desafía a la ciudad de París con aquel conocido “A nous deux maintenant” (cf. Balzac 1971, p. 367; trad. F. Tursi: “Ahora nos toca a nosotros dos”).
6 Acerca del tiempo profundo en la historia de la geología remito a los trabajos fundamentales de Rudwick (2005 y 2008).
7 Trad. M. Mayer: “¿Se lanzó alguna vez el lector en la inmensidad del espacio y del tiempo al leer las obras geológicas de Cuvier? Llevado por su genio, ¿ha planeado sobre el abismo sin límites del pasado, como sostenido por la mano de un encantador? Descubriendo de una etapa a otra, de zona en zona, bajo las canteras de Montmartre o en los esquistos del Ural, esos animales cuyos despojos fósiles pertenecen a civilizaciones antediluvianas, el espíritu se aterroriza al contemplar millones de años, millones de pueblos que la débil memoria humana, que la indestructible tradición divina han olvidado y cuyas cenizas, desparramadas sobre la superficie del globo, forman los dos pies de tierra que nos brindan el pan y las flores. ¿No es Cuvier el mayor poeta de nuestro siglo?” (Balzac 2012, pp. 30-31).
8 Cf. sobre todo Cuvier (1969).
9 Cf. a este respecto mi estudio sobre la literatura francesa del siglo XIX donde se analiza un modo de narrar basado en la imaginación “geológica” de rupturas y discontinuidades catastróficas entre el presente y el pasado (Dünne 2016).
10 Para la importancia de la geología en literatura inglesa del siglo XIX, cf. de manera ejemplar Buckland (2013), para la literatura alemana y comparada cf. las contribuciones en Schnyder (en prensa).
11 Para una concepción del tiempo histórico bajo una forma espacializada, como “tiempo estratificado”, cf. el historiador Reinhart Koselleck (2001) y su concepto de “capas de tiempo” (Zeitschichten). Acerca del paradigma geológico como paradigma alternativo para pensar una temporalidad no-lineal en la teoría cultural en general, cf. De Landa (1997).
12 Para lo siguiente, cf. de manera detallada Podgorny (2009).
13 Cuvier (1804), s.p.
14 Acerca de tal invención del desierto como relato fundacional de la nación argentina, cf. Rodríguez (2010).
15 Sobre Ameghino paleontólogo, cf. Podgorny (2015).
17 Cf. a este respecto Tonni (2011).
18 Tal “profundidad” espacio-temporal sigue presente en la literatura argentina del siglo XX por ejemplo en la obra de Ezequiel Martínez Estrada, cuya Radiografía de la pampa(1991/1933) se desarrolla a partir de una imaginación no solo “horizontal” sino también “vertical” en términos topológicos.
19 Ameghino (1918), vol. 2, s.p., lám. XVII.
20 A la descripción de espacios acuáticos en textos sarmientinos se podría agregar el ensayo político titulado Argirópolis de 1850 (Sarmiento, 2012) donde, siguiendo el modelo de Tomás Moro en su Utopía, Sarmiento describe una pequeña isla en el delta, la isla “Martín García”, como la capital de una futura confederación de los estados latinoamericanos.
21 Cf. la última novela de Saer, La Grande(Saer, 2005), que puede ser entendida como una gran meditación ficcional acerca del concepto del devenir.
22 El concepto apareció por primera vez de manera prominente en Crutzen (2002); acerca del debate subsiguiente cf. de manera ejemplar Chakrabarty (2009), Zalasiewicz (2009), Latour (2017) y, desde un punto de vista de la crítica literaria, Stockhammer (2017). Para un resumen provisorio del estado del debate anglófono hasta la fecha, cf. Lorimer (2017); y acerca del debate sobre el Antroceno “en clave latinoamericana cf. Svampa (2018).
23 Cabe preguntar, por ejemplo, si es justificado llamar esta nueva edad “Antropoceno”, privilegiando así de manera antropocéntrica la agency de los humanos como especie o si habría que destacar más las relaciones entre hombre y otras especies, como lo propone Donna Haraway al introducir el concepto alternativo de “chthulucene” (Haraway 2016). Se discute también si no habría que poner en primer plano los efectos devastadores del capitalismo, como lo propone Jason Moore con su neologismo alternativo “Capitalocene” (Moore 2016), o si se debería cuestionar el hecho de que, con el Antropoceno, “el” hombre sea concebido como un único actante, sin tomar en cuenta, los enormes diferencias en el actuar humano debido a factores históricos como el colonialismo, lo que lleva a la cuestión de saber hasta qué punto el Antropoceno es un concepto eurocéntrico y que conserva en sí las huellas del pasado colonial y extractivista (cf. a este respecto Yusoff 2018).
24 Cf. el proyecto “Mississippi. An Anthropocene River” del Haus der Kulturen der Welt en Berlín (2019), cuyas premisas se aplican también al Río de La Plata, así como el estudio comparativo de Kelly et al. (2018) sobre ríos en el Antropoceno.
25 Trad.: “Pero la tierra del Antropoceno es precisamente un mundo de continuidades insistentes e ineludibles, animada por fuerzas que no son nada sino inconcebiblemente vastas […] no menos de lo que burla las discontinuidades y fronteras de la nación-estado, estableciendo conexiones que desafían las fronteras del concepto de ‘lugar’, creando comunidades de experiencia entre Bengala y Lousiana, Nueva York y Mumbai, Tibet y Alaska.”
26 Según la crítica alemana Eva Horn (2014), pensar la historia en el Antropoceno presupone el ejercicio de imaginar la tierra después del fin de la presencia humana en el planeta, es decir en el modo del futuro del pasado (“habrá sido una vez”). Textos literarios y ficciones fílmicas son, según ella, indispensables para desarrollar tal conciencia de un posible fin del mundo humano en la tierra.
27 Con otra novela, Pichonas, publicada en el año 2014, estas dos novelas forman una “trilogía involuntaria” (así Aboaf en una entrevista con Verónica Dema 2016, s.p.), que queda fuera de este análisis por ser no tan presente allí el ambiente fluvial. Me gustaría expresar mi agradecimiento a Juan Bautista Duizeide que me hizo descubrir los textos de Claudia Aboaf.
28 Otra ficción distópica a partir de este modelo post-nacional de la vida en el delta del Río de La Plata es el “delta panorámico” de Marcelo Cohen en Los acuáticos (2007).
29 Se trata de una alusión a Marcos Sastre, el autor de unos de las primeras descripciones literarias del Delta del Paraná, publicada en el año 1858 (Sastre 2005).
30 Lo fragmentario es una de las características del estilo de Claudia Aboaf.
31 Como sostiene la crítica alemana Eva Horn en su estudio ya mencionado (Horn 2014, pp. 297sqq.)
32 Con el término de “violencia lenta” me refiero al estudio de Rob Nixon (2011).
33 Este término se hace un eco de la noción de “effondement” del filósofo francés Gilles Deleuze (1969, en especial pp. 303sq.) donde se superponen lo “fundacional” (fondement) y el “derrumbe” (effondrement).
34 Se podría mencionar, entre otras, la novela El río de Débora Mundani (2015).
35 Sobre “narrativas del antropoceno” cf. las investigaciones de la crítica literaria Gabriele Dürbeck (2018) cuyo enfoque difiere sin embargo de mis lecturas literarias, ya que Dürbeck se interesa más por las meta-narrativas sociales actuales y no tanto por su genealogía literaria; para un enfoque similar al de Dürbeck desde una perspectiva latinoamericana, cf. Svampa (2018).

Recepción: 03 de diciembre de 2019

Aprobación: 13 de marzo de 2020

Publicación: 11 de mayo de 2020

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