Orbis Tertius, vol. XXIII, nº 28, e105, diciembre 2018. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Jorge Monteleone (director), Una literatura en aflicción.

Buenos Aires, Emecé, 2018, Historia crítica de la literatura argentina, dirigida por Noé Jitrik, vol. 12, 952 páginas.



Cita recomendada: Podlubne, J. (2018). [Revisión del libro Una literatura en aflicción por Jorge Monteleone (dir.)]. Orbis Tertius, 23 (28), e105. https://doi.org/10.24215/18517811e105


El duelo y la supervivencia pautan el tiempo entrelazado de Una literatura en aflicción. El último volumen de la Historia crítica de la literatura argentina, el dispuesto a narrar el fin de la historia, encuentra en lo interminable, en la falta de término y medida, su ley de necesidad. La paradoja es la única forma posible para un relato que se propone “constatar, narrar, atestiguar” cómo se ha contado y se cuenta lo inenarrable: la muerte, el exterminio. Sus retornos y persistencias.

La decisión de que el tomo dedicado a la literatura del presente estuviese a cargo de Jorge Monteleone, el más benjaminiano de nuestros críticos literarios, anticipaba la apuesta de Noé Jitrik en favor de la encrucijada como modo excluyente de pensar lo contemporáneo. Monteleone editó, prologó y anotó una nueva edición de Infancia en Berlín hacia 1900 para El cuenco de plata en 2015, mientras el tomo de la Historia crítica… estaba en marcha. En esta apuesta Jitrik es más romántico que vanguardista; me atrevo aquí a contradecir el titular de una entrevista que le hicieron en la revista Ñ hace un par de años: “Lo mío es vanguardia”. De Monteleone, no tengo dudas. “El historiador es un profeta vuelto hacia atrás”. La cláusula suena a Walter Benjamin, pero pertenece a Friedrich Schlegel, uno de sus maestros.

Inscripto en la lengua de los argentinos, una lengua por siempre afectada, el escándalo del genocidio perpetrado por la última dictadura militar “obra a la vez como presente y como memoria que no puede agotarse en un trabajo de duelo, sino en el vivo acto de una aflicción sin término”. El libro configura el rostro inconsolable del presente y también su faz afirmativa: el vivo acto de lo que persiste y recomienza impulsado por la fuerza catastrófica y creadora de la pérdida. El desconsuelo, la aflicción imperecedera, resulta de la coexistencia conflictiva, pugnante, de los tiempos que determinan lo contemporáneo. En esa pugna se dirime cada vez el porvenir de un pasado estructuralmente inconcluso. El presente es un tiempo enmarañado: el intersticio (el resplandor, el relámpago, la imagen) que espacializa la cronología superponiendo memoria y profecía. Monteleone lee esta superposición en tres textos emblemáticos de 1982: el poema “Cadáveres”, de Néstor Perlongher, y los cuentos “El jardín de los monstruos magnetofónicos”, de Alberto Laiseca y “Los pasajeros del tren de la noche”, de Rodolfo Fogwill. La trama de argumentos literarios y políticos que articula su lectura decide el punto de vista que organiza todo el libro. Una literatura en aflicción es un libro voluminoso que aborda las escrituras testimoniales, ensayísticas, narrativas, poéticas, cinematográficas, teatrales, gráficas, musicales, producidas en el arco que se inicia, de modo estimativo, con la reflexión sobre la memoria del genocidio, en los años 80, y se extiende casi hasta nuestros días. Pero es también, en simultáneo, un libro que piensa cómo abordar esas escrituras del presente en la encrucijada contemporánea.

Casi en la mitad del tomo, en una nota al pie de la página 429 de las 952 que lo componen, Monteleone imagina el nacimiento de la literatura argentina de las últimas décadas en una ciudad secreta de la provincia de Buenos Aires: Coronel Pringles. La invención de un mito de origen, la certeza de que el pasado es imprevisible y se rehúsa a ser recuperado como lo “verdaderamente sido”, es la garantía del sinfín de la historia. Exagero, fuerzo un poco las cosas. Pero solo un poco. Las responsabilidades de director lo obligan a Monteleone a ser más prudente y certero que yo en esta instancia. Su nota conjetura y circunscribe a esa ciudad el nacimiento de la nueva poesía argentina en su vertiente neobarroca. Dice así: “Allí vivían César Aira y Arturo Carrera y, como escribió Fogwill, entre fines de los setenta y principio de los ochenta, se sucedían los retiros a Coronel Pringles promovidos por Arturo Carrera. (…) En sucesivos safaris, Néstor Perlogher, Osvaldo Lamborghini, Emeterio Cerro, Alfredo Prior y yo fuimos introducidos por Arturo en la novela urbana del pueblito insignificante” (subrayo yo). Esta novela era también un réquiem. En un artículo central del primer apartado de Una literatura en aflicción, Idelber Avelar prolonga la hipótesis de un texto anterior en la que sostiene que el trabajo de duelo posdictatorial entraña, junto a la tarea interpretativa en torno a las vicisitudes de la memoria y el trauma, la renuncia a los ideales denuncialistas de la literatura, el abandono de la misión redentora del continente que se autoasignaron los representantes del “boom”. Los safaris a Coronel Pringles actuaban esa renuncia. La “novela urbana del pueblito insignificante” pulverizaba las ambiciones trascendentes, las grandes causas de la novela latinoamericana, jugando el juego frívolo, superficial, de la invención artística soberana, insumisa a los relatos sociales, históricos, testimoniales. La frivolidad no era sólo una respuesta simétrica a la hondura imperante sino también, y en lo fundamental, un ejercicio de supervivencia: la chance de seguir escribiendo sin épica ni utopías.

De los seis apartados que ordenan el volumen, hay cuatro de una unidad porosa incontestable, sus núcleos son evidentes y los asuntos y autores reaparecen de un capítulo a otro. “Memoria del exterminio y relatos de la aflicción”, el primero, reúne una serie de artículos sobre los distintos modos en los que se cuenta la violencia y el horror: versiones ficcionales de la última dictadura, narraciones sobre el exilio, entonaciones ensayísticas y monumentales del testimonio, ensayos y debates de intelectuales, en su mayoría ex militantes. Diría que esta sección define la coordenada más netamente política del tomo, en caso de que todavía fuera posible establecer esta particularidad sin convocar más problemas que soluciones. La sección podría haberse titulado En estado de memoria, también para distinguir una de las escrituras más personales y sofisticadas del conjunto. El segundo apartado, “Narrativas del presente histórico”, ofrece una perspectiva amplia sobre la situación del relato contemporáneo. Desde las escrituras de los primeros años ochenta, las de los que iban a Pringles y los que no, hasta las “narrativas villeras” de la primera década del nuevo milenio. Las colaboraciones de esta sección dibujan un itinerario variado que pasa por el resurgimiento de la novela histórica en la dos últimas décadas del siglo XX, encuentra su tramo medular en los desacuerdos entre los escritores del grupo Planeta y la revista Babel (sus filiaciones y posturas, sus vínculos diferenciados con el mercado editorial), en la década del noventa, y avanza hasta las representaciones ficcionales de la crisis y la precarización de la vida en el cambio de siglo. Se trata de una sección omnívora, con una fuerza centrípeta capaz de desequilibrar las anhelos neuróticos de cualquier director de tomo, en tanto podrían integrarse a ella varios de los artículos que se incluyen en otros bloques: el dedicado a las ficciones policiales, al mercado editorial, a las escrituras del yo, a las narrativas de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, a las poéticas de Aira y Alberto Laiseca, por mencionar algunos.

El tercer apartado al que me refiero, el cuarto en el orden del volumen, “Poéticas: prismas”, presenta una escrupulosa puesta al día del estado actual de la poesía en nuestro país. Comprende artículos que caracterizan la llamada “nueva poesía argentina” de principios de los ochenta, la de los que van a Pringles o son amigos de los que van, la poesía de los noventa, las escrituras de poetas que se inician en el nuevo milenio, e incorpora además –y esta decisión compromete tanto una novedad como una toma de posición– un análisis de la poesía experimental en contextos digitales. El cuadro que traza este apartado es tan extenso y exhaustivo como el de la narrativa. Allí están los neobarrocos, los neorrománticos, los objetivistas, los inclasificables, los novísimos, los experimentales, parece que no faltara nadie. Incluye también las revistas en las que se agruparon y las polémicas que protagonizaron. La contemporaneidad argentina es pródiga en facciones poéticas. El último apartado de la serie que distingo, y también del libro, “Imágenes, cuerpos, voces” agrupa los artículos que se ocupan del tránsito, las transiciones y transacciones, de lo literario a ámbitos vecinos: el cine, el teatro, la historieta, la canción popular. Los modos del relato contemporáneo encuentran en estas modalidades, en la dramaturgia de Rafael Spregelburd, en el cine de Mariano Llinás, por señalar los inapelables, algunas de las ocurrencias experimentales más logradas.

En los tres últimos bloques que menciono, los dedicados a la narrativa, la poesía y las expansiones de la literatura, en sus cruces y discordancias, pero también en las puestas en foco y los desenfoques que propician las secciones “Coyunturas” y “Figuras”,de núcleos más díscolos, Una literatura en aflicción diseña, para decirlo con los términos exactos de Martín Kohan, un mapa literario tentativo de la contemporaneidad. Un mapa, no un sistema. Uno provisorio, conjetural, uno entre los posibles. El libro convoca la sistematicidad para defraudarla, describe regularidades y tendencias pero rehúye la enciclopedia, descree de la totalidad, y en ese movimiento sustractivo, que le permite también historiar singularizando, captura sutil las señas dispersas del presente. La dispersión, lo fragmentario, la velocidad, la proliferación, lo heterogéneo designan hoy las formas de la supervivencia en la literatura argentina. Las conclusiones son de Kohan:

La narrativa argentina contemporánea se deja presentar, pero no se deja reducir o resumir. Se la puede desplegar, como se despliega cualquier muestrario. Pero no es posible etiquetarla con dos o tres claves generales sin incurrir en una simplificación excesiva (p. 203). Cada libro, en singular, se escribió para ser leído, espera ser leído, pide ser leído, considerado precisamente en su singularidad, aunque no pueda por definición dejar de contar con una tradición ni dejar de pertenecer a un conjunto (p. 210).

Una visión análoga propone Silvio Mattoni sobre la poesía reciente. La enumeración (y no el “muestrario”) es la figura que elige para presentar esa comunidad desagregada.

Así, en un momento del tiempo y en una zona del mundo, en una lengua y una historia, constituida por singularidades que se afirman escribiendo y dejando marcas para perderse o recuperarse, puede percibirse una comunidad, presente aunque necesite prescindir de lo actual para esbozarse en el paisaje o desenmarañarse en la biblioteca (p. 521).

Historiar singularizando, contar la historia de singularidades que se afirman y se pierden escribiendo, de obras que cortejan y refractan la pertenencia a una familia, es el reto que asume a su cargo el último tomo de la Historia crítica de la literatura argentina. En el volumen final, se lee también el declive de las convicciones totalizadoras, generalizadoras, suprahistóricas, que sustentaron la historiografía moderna y su relevo por parte de un modo de proceder que incorporó la crítica a la razón histórica.

Para terminar, una anécdota breve y oportuna. Tan oportuna que parece haber sido contada sólo para que pudiéramos recordarla en este momento. En el año 1967, unos meses después de que la dictadura del general Juan Carlos Onganía (la otra dictadura) interviniera las universidades nacionales, Adolfo Prieto y Noé Jitrik, que para entonces estaban enseñando en Rosario y Córdoba respectivamente, se ven obligados a buscar nuevas posibilidades de trabajo. Jitrik viaja a Francia y se radica con su familia en Besançon, una ciudad pequeña a 300 km de Paris, a donde un par de años más tarde, por recomendación suya, recalará también Prieto con la familia. La solidaridad contornista en la diáspora de Contorno. Antes del viaje a Francia, Prieto consigue un empleo temporario en Montevideo. Ángel Rama, flamante director del Departamento de Literatura Latinoamericana de la Universidad de la República del Uruguay, lo contrata por unos meses. Prieto y Rama comparten oficina, conversan de escritorio a escritorio, mientras cada uno hace lo propio. En una de esas conversaciones, cuenta Prieto, “Rama en un gesto desacostumbrado de aproximación personal, quiso saber cuál era mi próximo proyecto de trabajo, o mejor aún, mi proyecto secreto, la obra a la que apuntaban todos mis desvelos, la cifra en la que pudiera leerse todas mis justificaciones. Sin vacilar se lo dije: ‘–Escribir una historia social de la literatura latinoamericana’. Y sin vacilar, me dijo a su vez: ‘–En eso estamos todos’”. Cincuenta años después, con un vigor y una laboriosidad extraordinarios, Jitrik cumplió a su manera el proyecto de esos intelectuales latinoamericanos. Digo “a su manera” para no decir que se salió con la suya. “Crítica”, en lugar de “social”; “argentina”, en lugar de “latinoamericana”, Jitrik hizo que la suya fuera la de todos. Una historia colectiva: la que escribimos entre muchos, la que seguiremos consultando, leyendo, discutiendo y reescribiendo entre todos mientras enseñemos lo que, con derecho al anacronismo, todavía llamamos “literatura argentina”.

Judith Podlubne

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