Orbis Tertius, vol. XXIII, nº 28, e101, diciembre 2018. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Carolina Rolle. Buenos Aires transmedial. Los barrios de Cucurto, Casas e Incardona.

Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2017, 252 páginas 1

Cita recomendada: Herrera, M. (2018). [Revisión del libro Buenos Aires transmedial. Los barrios de Cucurto, Casas e Incardona por Carolina Rolle]. Orbis Tertius, 23 (28), e101. https://doi.org/10.24215/18517811e101

“Sólo si somos capaces de entrar en relación con la irrealidad y con lo inapropiable en cuanto tal, es posible apropiarse de la realidad y de lo positivo”, advierte el filósofo Giorgio Agamben (2001) en Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental y éste es asimismo, el epígrafe con el que se abre Fantasmas, de Daniel Link. La referencia a ambos es una y la misma: la imaginación; la cual se proyecta, insistente, a lo largo de todo Buenos Aires transmedial, vertebrándolo.

Tres escritores fundan su escritura a la vez que fundan el barrio —sus barrios— como espacio imaginario de su literatura: Cucurto, Casas e Incardona, “imaginan barrios como constructos literarios” (p. 13), señala Rolle en la primera página del capítulo que abre el libro; y así la fórmula aparece como un mantra en Buenos Aires transmedial: ante el derrumbe, la pérdida, el desamparo y/o la carencia, la literatura emerge como la posibilidad de imaginar mundos muy parecidos al nuestro, pero siempre algo más extraños.

El barrio, según lo explica la autora, “intensifica el deseo de una reapropiación local hasta constituir signos distintivos que hacen que una comunidad se apropie de ese espacio urbano en un doble acto: físico y simbólico” (p. 13). En tal sentido, el barrio es la isla urbana que otorga pertenencia, seguridad, reconocimiento; no obstante, en la operación que hacen los escritores por volverlos refugio, por devolverles la identidad sustancializadora capaz de contenerlos, en esa operación —decía—, el barrio como zona identificable va experimentando una (des)configuración que se traduce en apertura, en expansión y en transfiguración. Sin embargo, el sentido primario de esta alteración no busca volver al barrio en términos originales; sino que lo que Carolina Rolle encuentra es el modo en que los tres autores del corpus propician un desborde no solo hacia otros medios y soportes, sino fundamentalmente, hacia el terreno de lo imaginario. De ese modo, entre lo inexistente y lo posible se inventa el barrio como representación de lo que puede ser permanentemente (re)inventado, puesto que, como afirma la autora, “lo imaginario puede ser entendido como fuerza, como movimiento, que está más allá de lo artístico y que constituye aquello que en su invención no tiene fin” (p. 27). Es la potencia de la fantasía abriéndose paso para crear un micro mundo. Hay un pasaje y una transformación; pero esta última cobra espesor cuando se concreta la posibilidad de imaginar; sin la cual no se podría negar el mundo. La negación, en este caso, no supone destrucción, sino una diferencia mínima con lo en sí de lo real, que lejos de querer ser recuperado constituye la base sobre la cual es posible imaginar ese otro mundo alternativo, donde en algún sentido la realidad tal cual es está ausente, donde la cultura deificada puede suspenderse para imaginarse de otro modo.

¿Por qué no enfatizar aquí entonces, la convicción de Alicia que resuena en toda la investigación de Carolina y que reza que “son muy pocas las cosas de veras imposibles”? Las obras de Cucurto, Casas e Incardona funcionan, en este sentido, como ventanas a través de las cuales Rolle nos deja ver con espontánea lucidez, el modo en que la literatura constituye un espacio de apertura, un umbral, para usar un término de Daniel Link. El concepto de literatura que se desprende del libro sería así una suerte de catalizador pero también de dimensión desconocida. Ese barrio textual, ese barrio como espacio sensible y cultural, no existe sin la mediación de la literatura. En efecto, las reflexiones de Rolle apuntan a demostrar que es la literatura entendida como dispositivo, como artefacto de invención lo que permite y dispone las condiciones para habitar ese lugar específico y personal que es el barrio.

La investigación que lleva adelante la autora, se centra en un espacio concreto, un lugar específico, el del barrio; y así, de lo particular a lo general, tanto Cucurto, Casas como Incardona van entablando una relación sinestésica con el espacio que recorren y habitan. Pero esa experiencia que no es otra que la del deambular urbano, no supone un vagabundeo incierto, sino un itinerario que, guiado menos por la búsqueda de un saber que por la necesidad de (con)fundirse —para emplear un término utilizado por la autora— con lo público, se va impregnando en los escritores del corpus, “transformando esa vivencia en algo único” (p. 16). Y esto es posible dado que el barrio que, no en menor medida, parece construirse y funcionar como un satélite de la ciudad, se organiza en sí mismo como universo autónomo de sentido, capaz de abarcarlo y contenerlo todo: lo local y lo particular, lo íntimo y lo público, lo individual y lo colectivo, lenguajes, disciplinas, soportes, tecnologías, en pocas palabras: producciones simbólicas mediadas por el trabajo escritural.

No obstante, lo que distingue a estos barrios literarios es que están atravesados por un discurso transmedial. Las estrategias que desbordan lo meramente narrativo, y que se disponen para tal fin, son disímiles según se trate de la narrativa de Cucurto cuando se ocupa de Once y Constitución, de Casas cuando reconstruye su Boedo, o bien, de Incardona cuando se ocupa de Villa Celina. Carolina es minuciosa en el detalle de los recursos que los tres escritores despliegan en el proceso de construcción de sus obras. Los desmenuza a través de un examen escrupuloso y prolijo. Y lo que se plantea como un intento por superar la categoría de intermedialidad, se torna una empresa por más de exitosa cuando la autora pone a girar la rueda de conexiones, vínculos, diálogos, relaciones y genealogías entre los escritores que delinean su corpus y, podría decirse sin exagerar, un imaginario artístico que excede el campo de la literatura nacional para propulsarse hacia zonas imprevisibles del arte nacional e internacional. Y digo 'zonas' porque la marea de comparaciones, paralelos y guiños que Carolina Rolle detecta en su recorrido van más allá de la comparación y el contrapunto entre las obras de los tres autores, al punto de expandirse ellos también hacia un diálogo con gran parte de la historia del arte en general. En ese sentido, la investigación sobrevuela el siglo XIX, se demora en el XX, recorre aspectos de la cultura popular y los medios de comunicación, se deja seducir por el comic y la música sin distinguir entre géneros: cumbia, rock nacional, rock internacional, tango, punk; Gilda, Los Redondos, Rolling Stones, Viejas Locas o Intoxicados, The Beatles, por mencionar solo algunos; transita el arte visual, lo examina y, finalmente, como si todo eso no fuera suficiente, exhibe su fascinación por el cine en una operación que deja a las claras que los pasadizos de lo imaginario admiten, las más de las veces, la conexión con otros laberintos, y en ese movimiento nos someten, a la lógica del infinito, de lo que nunca se acaba, de lo que no puede acabarse, de lo que relaciona mundos, estratos temporales y, en este caso en particular, registros, soportes y disciplinas con una experiencia urbana individual que cobra espesor en lo colectivo.

La transmedialidad como herramienta crítica resulta fundamental para promover una actualización de las formas de representar y de entender la realidad que el arte viene reclamando para sí hace ya varias décadas. Se trata, por lo tanto, de una categoría que pone su acento en el proceso que vincula mecanismos de creación y estructuras propias de diferentes medios, nos dice Rolle. En tal sentido, vendría a complementar y enriquecer a la de intermedialidad en tanto el prefijo 'trans' remite a la interacción, la colaboración y la mezcla de medios, elementos y recursos diversos, llegando al borrado de la pertenencia; lo que, sin embargo, no implica la mera superposición de formas de representación medial ni un acto puramente sincrético. Se trata de una estrategia que no induce a una síntesis de elementos mediales sino a un proceso disonante y con una alta tensión. En consecuencia, los elementos transmediales implican un proceder transcultural, transtextual y transdisciplinario porque se alimentan de diversos sistemas y subsistemas. Por otro lado, al encontrarse estrechamente ligado a los procesos de apertura, intercambio, y toda dinámica propia del desarrollo de la globalización y el surgimiento de las nuevas tecnologías, el arte transmedial proporciona nuevas herramientas para entender e interpretar la relación que los sujetos entablan con sus entornos, como una relación cambiante e inestable que va reconstruyéndose a cada momento a partir del diálogo y la reciprocidad continua. El vínculo entre transmedialidad, las nuevas tecnologías y medios, según se desprende del exhaustivo trabajo de Rolle, nos permite pensar en una nueva materialidad de la obra de arte, pero además, en un nuevo tipo de relación entre artista y espectador, así como en nuevas formas de participación, comportamiento y afectación de éstos frente a la construcción de la obra. De tal modo, el arte transmedial puede entenderse como una corriente que enfatiza la comprensión de la obra como un espacio social, público y compartido, y que permanece abierto a la potencialidad de sentidos.

Toda esta materialidad variada resuena agrupada y entrelazada en Buenos Aires transmedial a través de una agudeza interpretativa incansable que encuentra afinidades, referencias y proximidades igualmente novedosas como sustanciales. La investigación se proyecta para continuar ciertas 'constantes con variaciones' al estilo de Viñas, pero al mismo tiempo también produce una grieta en esa historia al proponer otras vertientes y otras lecturas que vienen a completar y engrosar la interpretación que les fue dada anteriormente. De ese modo, y bajo esta nueva lente que Rolle nos ofrece, nos es dado pensar nuevamente el lugar de la literatura en un marco más amplio como es el que hoy nos posibilitan las teorías que se ocupan de trabajar el campo de la literatura en cruce y tensión con otras prácticas artísticas o extra artísticas. Quiero decir, si bien el trabajo de investigación se sostiene sobre la idea de transmedialidad, como la categoría que le otorga una perspectiva lo suficientemente novedosa e innovadora para las obras en cuestión, no abandona una noción de literatura tradicional en tanto posibilidad de un mundo alternativo, o bien, en tanto dispositivo iluminador, sanador, lo que, en otras palabras decantaría en una forma de vida, o como mejor lo expresa la autora, en pulsión de vida.

Dos páginas de Buenos Aires transmedial me bastaron para entender el riguroso estudio mediante el cual Rolle da cuenta de los micro universos que construyen sus autores. Estas páginas son las que constituyen la sección Agradecimientos. En ellas, con una naturalidad poco común para quien nos revela un método, pero con el impulso irrebatible de quien se confiesa ante el silencio demorado del lector, Carolina se nos descubre: “Como a Ulises, como a Marco Polo —escribe— las ciudades se me adentran por las pupilas, por la nariz, por los oídos, por el tacto; y es a través de la música, de la pintura, de la fotografía, de la literatura que dialogo con ellas mientras camino por sus calles. Pero todo tránsito culmina con el regreso al hogar; aquel espacio de pertenencia que nos vuelve únicos, que nos contiene y nos abraza” (p. 9). El derrotero de Cucurto, Casas e Incardona casi no guarda distancia de aquel que declara la autora en la presentación de su libro. La ciudad como lugar de la no pertenencia, de lo que permea a la autora de Buenos Aires transmedial, parece atravesarla en ese itinerario; no solo porque amenaza con borrar a los sujetos que la transitan y a los espacios que la componen, sino porque además y, fundamentalmente, el pasaje que resulta de esa experiencia en traslación nos devuelve al hogar, al lugar de la partida, cambiados.

Mientras escribo las últimas líneas de este texto, recibo un mensaje de Carolina Rolle. Hablamos brevemente sobre el libro. Ella desliza algunas palabras acerca de una sensibilidad compartida. Pienso, aunque no le confirmo, que tiene razón. Pienso que ese más allá desde el que nos interesa leer la literatura nos ha abierto una frontera, nos ha permitido inventar un camino a partir del cual recorrerla y experimentarla, pero sobre todo, nos ha liberado la posibilidad del viaje. Buenos Aires transmedial no se lee, se atraviesa; y ya sabemos, ya lo hemos dicho, el viaje es transformador. Si el arte nos reclama la producción de universos, si una imagen, una canción o un film pueden posibilitar la alteración de algunas historias, este libro que hoy nos convoca nos permite celebrar la posibilidad siempre abierta de encontrar la madriguera que nos lleve a imaginar nuestro propio país de las maravillas.

Mariela Herrera



Referencias

AGAMBEN, Giorgio (2001). Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, Valencia, Pre-textos.

Notas

1 Presentado el día 21 de junio de 2018 en el Espacio Cultural Universitario de la ciudad Rosario.

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