Orbis Tertius, vol. XXIII, nº 28, e099, diciembre 2018. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Günther Schmigalle y Rodrigo Caresani. Bibliografía de Rubén Darío en La Nación de Buenos Aires (1889-1916). Catálogo comentado y crónicas desconocidas.

Managua: Dinámica / Embajada de la República Argentina, 2017, 120 páginas

Cita recomendada: Bentivegna, D. (2018). [Revisión del libro Bibliografía de Rubén Darío en La Nación de Buenos Aires (1889-1916). Catálogo comentado y crónicas desconocidas por Günther Schmigalle y Rodrigo Caresani]. Orbis Tertius, 23 (28), e099. https://doi.org/10.24215/18517811e099

Darío ya no nombra para nosotros una obra, sino más bien el lugar donde confluyen series textuales y series gestuales de aquello que con el tiempo se constituirá como literatura de América Latina. Nombra antes que nada un archivo, en el que las series discursivas y las series de la acción se rozan sin identificarse del todo, porque dejan siempre una zona o un resto que permanece irreductible a categorías como autor o como obra y que pide, en cambio, ser leído en términos de migración, de desplazamiento (de escrituras, de lenguas y de cuerpos) y como modo del contagio y de la transformación textual. El nombre Darío, en fin, es hoy un nombre-archivo. No hablamos en consecuencia del archivo de Darío como espacio de concentración, sino más bien del archivo-Darío como zona de dispersión de nombres y de textualidades. Un archivo es un depósito de lo dicho, un espacio arquitectónico cercano a la cripta y al sepulcro, custodiado y regido por el operar arcóntico de filólogos, críticos y bibliotecarios; pero es también, al menos desde que Foucault lo exhibió en La arqueología del saber, el dispositivo de sus investigaciones sobre la clínica, la locura y las epistemes, el sistema de condiciones históricas que hacen que todo enunciado sea posible, así como el abismo que los amenaza, el lugar de roce con las prácticas y con las vidas que lo circundan.

Cuando en su autobiografía Darío narra su encuentro con el general Mitre, habla casi exclusivamente de ese abismo de la palabra. Mitre es un cuerpo anciano pero también un corpus escrito y la metonimia de un espacio documental, “ante quien yo no tenía palabra que decir, después de haber murmurado una salutación emocionada” (Darío 1918: 124). Si en las páginas de La Nación Darío plasma un estilo posible para la literatura que está pasando de ser americana a latinoamericana, lo hace en principio exponiéndose como un recién llegado ante el general Mitre. Él no es solo el fundador del diario, sino el archivo todavía viviente de la historia argentina y americana, de las lenguas aborígenes y, a través de sus traducciones de Horacio y de Dante, de las relaciones entre la literatura del sur del continente y el tronco de las literaturas neolatinas.

En el relato de su autobiografía, Darío va construyendo una imagen de sí mismo como discurso. Se corporiza en el texto como una suerte de vida arqueológica de eso que hoy vemos con mirada retrospectiva como literatura de este lado de América. En esa construcción de sí mismo y de una literatura posible se narra con insistencia el cruce entre el poeta y el diario de Mitre, y las solidaridades que se abren con el encuentro, encarnadas, como es habitual en la biografía esparcida de Darío en el corpus de sus escritos en prosa, en medallas de nombres: Bartolito y Emilio Mitre, Enrique de Vedia, Roberto J. Payró, Julián Martel.

El archivo-La Nación dirime así para Darío al mismo tiempo solidaridades intelectuales con otros recién llegados (Lugones, Jaimes Freyre, Rojas, Ingenieros) y una postura de clase en relación con la oligarquía sostenida en el roquismo, que se encuentra entonces en la cúspide, se enuncia en nombres, apodos y apellidos, y delimita condiciones de concreta decibilidad de los discursos. Como en alguna medida la revista Sur para los escritores de la América que habla en español en los treinta, cuarenta y cincuenta (basta recordar algunos textos de autoconstrucción en autores como Octavio Paz o Mario Vargas Llosa), La Nación opera para la generación modernista de Darío no solo como una lejana “tribuna de doctrina” sino como un espacio en el que es posible rastrear modos de escritura que funcionan como modelos concretos para pensar una literatura propia. En el relato de su vida leemos:

He de manifestar que es en ese periódico donde comprendí a mí manera el manejo del estilo y que en ese momento fueron mis maestros de prosa dos hombres muy diferentes: Paul Groussac y Santiago de Estrada, además de José Martí. Seguramente en uno y otro existía espíritu de Francia. Pero de un modo decidido, Groussac fue para mí el verdadero conductor intelectual. (Darío 1918: 59)

Los artículos de firmas prestigiosas que publica La Nación son escuela de escritura o, mejor, para decirlo con las palabras del propio Darío, de estilo. Son también, como máxima aspiración para un escritor joven como era Darío en 1889, un año después de la edición chilena de Azul…, espacio de consagración (“yo tenía, desde hacía tiempo, como una viva aspiración el ser corresponsal de La Nación de Buenos Aires”). En última instancia, es imposible escindir lo que se ha leído como la obra canónica de Darío de su inserción en la selva discursiva de los medios en castellano de fin de siglo y, más específicamente, de su cruce con La Nación de Buenos Aires.

Este libro de Günther Schmigalle —quien estuvo a cargo de notables ediciones críticas darianas (La caravana pasa, 4 volúmenes, 2000-2005, y Los raros, 2015, entre muchos otros)— y Rodrigo Caresani, constituye el resultado de una serie de trabajos que, en un caso desde hace décadas y en el otro en los últimos años, ambos vienen promoviendo en torno a la obra del poeta nicaragüense. Recordemos, en este sentido, que los dos investigadores son miembros del Consejo Asesor del emprendimiento hoy más potente en torno a la edición de las obras darianas: el proyecto de Obras completas concebido en el marco del Programa de Estudios Latinoamericanos Contemporáneos y Comparados de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, al que se agrega además el Archivo Rubén Darío Ordenado y Centralizado (AR.DOC), del que Caresani es indudablemente la fuerza impulsora o, mejor, la causa eficiente. En el repositorio digital del Archivo pueden consultarse, en reproducciones fotográficas de alta resolución, todas las páginas del diario porteño que el volumen de Schmigalle y Caresani cataloga y describe con un inusitado nivel de detalle.

Si hay algo que el trabajo de ambos sostiene —como el de muchos otros eruditos y filólogos del legado del nicaragüense— es que, ante todo, la sistematización de la obra dariana se encuentra, todavía, en un estado de formación. Por las condiciones mismas en las que opera el escritor latinoamericano —algo que sucede también con sus herederos, como Lugones, Vallejo, Reyes, Mariátegui o Ugarte—, se trata de un proyecto que se materializa en revistas y otras publicaciones más o menos efímeras, muchas veces de circulación muy acotada, que son para nosotros en muchos casos imperceptibles. Esos corpora constituyen, en gran parte, una obra futura: un corpus textual que exige un trabajo coordinado y sostenido de rastreo en bibliotecas y archivos a ambos lados del Atlántico y una política inteligente y eficaz de edición, es decir, de puesta en público.

Se trata, por cierto, de una labor anclada en el trabajo de críticos y archivistas que han exhumando los textos darianos de la selva de La Nación. No sería posible pensar las relaciones entre Darío y la Argentina, y en consecuencia no sería posible pensar hoy en algo tal como la obra de Darío, sin el trabajo pionero de E. K. Mapes en torno a unos inaugurales Escritos inéditos (Instituto de las Españas en los Estados Unidos, Nueva York, 1938), o sin la recopilación de inéditos de Darío publicados en la Argentina por Pedro Luis Barcia (Universidad Nacional de La Plata, dos tomos, 1968 y 1977). Y, fundamentalmente, no habría sido posible sin el volumen coordinado por Susana Zanetti, dado a conocer en 2004 por la Editorial Universitaria de Buenos Aires, un trabajo que con instrumentos filológicos actualizados sistematizaba los aportes de Mapes y de Barcia y agregaba, además, una serie de estudios de diferentes aspectos y momentos en las colaboraciones darianas a cargo de colegas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires —Beatriz Colombi, Laura Malosetti Costa, Carlos Battilana, entre otros—, que trabajan la obra del poeta nicaragüense con dedicación y minuciosidad, pero también con lucidez y creatividad.

El trabajo de Schmigalle y Caresani comienza con unas notas no demasiado extensas pero claras y precisas en cuanto a la exposición de los datos generales relacionados con las publicaciones de Darío en el diario argentino. Estas páginas iniciales sistematizan en cifras concretas las conclusiones principales a las que han llegado sobre cuestiones “macro” asociadas con la actividad de Darío en La Nación, como por ejemplo el crecimiento exponencial del número de colaboraciones del poeta a partir de su partida definitiva a Europa; el pico de colaboraciones en 1910 —el año del Centenario—; el promedio de tres textos por mes para el período que va de 1898, con la partida a Europa, a 1914; la importancia de los artículos de La Nación en la formación de volúmenes darianos construidos íntegramente a partir de ellos, como Peregrinaciones, España contemporánea, Opiniones o Todo al vuelo.

Lo cierto es que la mayor parte de la producción de Darío es, en efecto, producción en prosa y, más puntualmente, una producción que pareciera en principio destinada a lo circunstancial y hasta lo efímero. Es en esa aparente debilidad donde reside su atractivo: se puede escuchar en el conjunto de textos que luego serán excluidos de la publicación en volumen —por motivos que muchas veces se nos escapan— algo así como un murmullo de época, una serie de voces que están en los bordes de la Nación (y de La Nación), que Darío siente, a veces registra y en parte, tal vez, absorbe. Voces como las de los inmigrantes italianos que cantan “en coro jubiloso” sus canciones en los sectores más económicos del crucero transatlántico que lleva a Darío a España en 1898, o el reclamo de tierras de los pueblos indígenas sometidos a campañas recientes de destrucción, encarnado en la figura ya domesticada pero obstinada del cacique Namuncurá, del que habla en una nota del diario La razón de Montevideo en 1894 (“Namuncurá. La verbena de la paloma. Una promesa”, recopilada por Roberto Ibáñez en Páginas desconocidas de Rubén Darío, Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1970). Son voces marginalizadas que las crónicas perciben y que obligan a pensar en las relaciones entre escritura y procesos de consolidación del Estado y en el carácter político, casi nunca evidente, de la máquina dariana.

Aquello que señala la bibliografía compilada por Schmigalle y Caresani es el estado disperso de la producción dariana. Marca, al mismo tiempo, las dificultades en cuanto a los criterios de ordenación y sistematización de un modo de escribir que, a diferencia de los grandes proyectos más claramente inscriptos en la lógica de la esfera de la literatura, desde Azul... al Canto a la Argentina, no se pensó en términos de obra, sino de proliferación, circunstancialidad y, en definitiva, de errancia. Justamente, una de las novedades del aparato generado por Schmigalle y Caresani pasa por la ampliación y la enmienda de datos que aparecían consignados de manera parcial en los instrumentos anteriores y que la nueva compulsa de los archivos permite revisar. En este sentido, es importante enfatizar el valor del material generado por Schmigalle y Caresani como instrumento de orientación en el mar textual dariano.

Otra novedad destacable es la referida al grado de precisión del sistema de notación adoptado en el volumen, que permite identificar no solo la fecha precisa en que la colaboración de Darío aparece en el diario porteño, sino también, con notoria contundencia, el día de la semana en el que se produjo la publicación, el número de la página e incluso las columnas en las que se distribuye la colaboración. A ello se agrega el título completo de la publicación original, los títulos internos en el caso de que la publicación los tuviera, la firma y otros datos que se consignan eventualmente en los artículos, como el lugar y la fecha de composición. Este despliegue dispone de manera clara datos que remiten a la materialidad en que fueron enunciadas las colaboraciones de Darío, inscriptas en parámetros de lectura que son ya los de la modernidad mediática pero no la correspondiente a nuestro tiempo. De esta manera, suele suceder, cuando uno se acerca a las fuentes periodísticas, que parte de los materiales bajo pesquisa se escapan de nuestra mirada. Columnas sutiles y en algunos casos microscópicas, a veces no señaladas con claridad en el cuerpo principal de la publicación, permanecen ignoradas hasta que un paciente investigador investido del mal del archivo las revela.

Es lo que sucede, por ejemplo, con una de las crónicas más interesantes entre las rescatadas por los dos filólogos: la entrega dedicada a Nietzsche, pensada originalmente como parte de la serie de “los raros” pero que no será publicada finalmente en el volumen de 1896. La investigación hemerográfica permitió en esta oportunidad reconstruir el “caso” asociado con la inclusión solo parcial de la nota original de Darío, publicada en La Nación el 2 de abril de 1894, en el volumen de inéditos editado por Erwin K. Mapes en 1938, que por algún motivo suprimió la segunda sección de la nota, dedicada al filósofo holandés Multatuli. Es esa versión fragmentada de la crónica la que ingresa al tomo IV de las Obras completas publicadas en España por Afrodisio Aguado, sobre la que trabajó una parte considerable de los intérpretes de la obra de Darío. Cabría recordar que no casualmente el nicaragüense se definirá a sí mismo muchos años más tarde de la publicación de su texto sobre Nietzsche, en conversación con el médico Diego Carbonell, como el “Anticristo de América Central”.

La crónica aparece reproducida en el volumen de Schmigalle y Caresani en su versión original, junto con otras tres que hasta ahora no habían sido recogidas en volumen. Entre ellas se encuentra un texto que, por diferentes motivos, resulta significativo en el conjunto de la producción dariana: “El idioma de los monos”, artículo publicado el 4 de junio de 1894 con la firma “Dr. Filosimio”. Es un texto en el que la escritura de Darío se confronta con las reflexiones sobre la condición misma de lo viviente, sobre las relaciones oscilantes entre el hombre y el animal, sobre las formas discursivas asociadas con la transmisión de saberes científicos y su condición de relatos acechados por la ficción. En última instancia, es un relato sobre el estatuto de saber asociado con la palabra escrita. Es, además, un texto que trabaja con registros discursivos y genéricos heterogéneos, como la crónica, el ensayo de divulgación científica, la carta humanística. Tal vez sea posible releer a partir de este trabajo rescatado toda una serie biopolítica, que involucra por supuesto una reflexión política más amplia sobre el lenguaje y que dialoga con textos de diferentes momentos y de diferentes latitudes escritos en América Latina, desde La Antigüedad del hombre en el Plata de Florentino Ameghino, que el relato de Darío presupone, hasta la serie de escritos sobre devenires animales, como “Yzur” de Leopoldo Lugones, “Los caynas” de César Vallejo, “Otra vez el hombre alalo” de Baldomero Sanín Cano, los cuentos de Juan José Arreola y de Virgilio Piñera o Austria-Hungría de Néstor Perlongher.

Este es otro aspecto destacable del trabajo con el archivo emprendido por ambos investigadores: la voluntad de revisitar la producción de Darío para, más allá de la precisión de los datos, facilitar el acceso de al menos un sector, en este caso ínfimo pero significativo, de la selva textual dariana en La Nación, en la que tendremos que seguir gozosamente extraviándonos, asistidos por fortuna por brújulas como la que han generado, con dedicación, con pericia y con generosidad, Günther Schmigalle y Rodrigo Caresani.

Diego Bentivegna




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