Orbis Tertius, vol. XXI, nº 24, e027, diciembre 2016. ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Reseña/Review

 

 

Diana Moro, Sergio Ramírez, Rubén Darío y la literatura nicaragüense.

Raleigh, Contracorriente, 2015, 335 páginas.



CITA SUGERIDA
Bertón, S. (2016). [Revisión del libro Sergio Ramírez, Rubén Darío y la literatura nicaragüense, por Diana Moro]. Orbis Tertius, 21(24), e027. Recuperado de http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/article/view/OTe027


Volver a la escritura de Rubén Darío nunca es una tarea fácil no solo por su complejidad sino porque no se vuelve en solitario, sobre los pasos que ya la desandaron una y otra vez. Pero volver a través de la escritura de otro nicaragüense, Sergio Ramírez, supone una mirada ocupada en nuevos horizontes de investigación. Sergio Ramírez, Rubén Darío y la literatura nicaragüense es el corolario de esta mirada y del trabajo meticuloso de Diana Moro que resultó, primero, en su tesis doctoral centrada en las figuraciones de Rubén Darío y de sí mismo que construye Sergio Ramírez en su obra.

En el libro se retoma esta línea de pensamiento y en relación con ella se lo organiza en tres partes: “Rubén Darío y la literatura nicaragüense”, “Sergio Ramírez, los comienzos” y “Sergio Ramírez, escritor consagrado”. Sin embargo, la propuesta pone énfasis en abordar, a partir de los diálogos que se entablan dentro de la obra de Ramírez y hacia otros textos, el modo en que este autor “funda y consolida” una literatura nacional nicaragüense en la que, claro está, la figura de Darío adquiere una relevancia insoslayable. Para esto, Moro se apropia de un campo teórico amplio sobre el cual sustenta el análisis a lo largo de todo el trabajo pero que explicita y desarrolla ordenadamente en la “Introducción general” en torno a tres grandes núcleos problemáticos: la tradición, la memoria y el archivo. En relación con ellos, se ponen en diálogo nociones como las de “tradiciones discursivas” de Johannes Kabatek, “tradición selectiva” de Raymond Williams, “invención de la tradición” de Eric Hobsbawn y “tradición construida” de Andreas Huyssen, entre otros. Respecto de la memoria, Moro recupera de Pierre Nora el concepto de “lugares de la memoria” y desde la mirada de Paul Ricoeur reflexiona acerca de lo que se recuerda o se olvida en relación con la literatura nicaragüense. Finalmente, autores como Iuri Lotman, Michel Foucault o Jacques Derrida son convocados en este diálogo como abordajes posibles en torno a la noción de archivo.

En este orden de cosas, uno de los objetivos que se propone la autora es indagar el modo en que las figuraciones de Rubén Darío y la obra de Sergio Ramírez constituyen ejes sobre los cuales se centra la construcción de tradiciones en Nicaragua. Atenta a este propósito, Moro sitúa su análisis en el siglo XX pero dando especial atención al período revolucionario, que se extiende entre los años 1979 y 1990, en tanto considera que es una época que “condensa y refracta problemas culturales” y en la que se toman decisiones ideológicas y políticas de relevancia para el problema de lo nacional y de la integración regional. En este contexto, Ramírez, según Moro, responde a una imperiosa necesidad de fundar y consolidar una literatura nacional nicaragüense por lo que le otorga a la figura de Rubén Darío una importancia notable en su obra en tanto la instaura como un elemento de articulación de esa literatura.

Puede hablarse, en este sentido, de cuatro momentos significativos en la historia y la política del país en los que la figura dariana adquiere relevancia singular. En primer lugar, se trata del momento mismo de su muerte cuando el gobierno de Somoza pone en juego un proceso de monumentalización de sus restos que le permite construir una figura de Darío en la que se destaca su religiosidad para sellar, de ese modo, una alianza simbólica con los sectores conservadores de la sociedad y la política y lograr prestigio y legitimación nacional. El segundo momento, por su parte, corresponde a los años veinte y treinta del siglo XX cuando es la vanguardia la que recupera a Darío en un tiempo en el que “se habría consolidado un proyecto literario cultural nacional de carácter conservador” (34). Los dos últimos momentos corresponden a las décadas del cuarenta —cuando el gobierno de Somoza busca su consolidación— y al período revolucionario, respectivamente. En esta etapa comienza a construirse una figura del poeta antiimperialista que se consolidará durante la década del sesenta cuando se realicen los homenajes por el centenario de su nacimiento. En este último capítulo, Moro analiza las figuraciones de Rubén Darío en dos novelas de Sergio Ramírez: Margarita está linda la mar (1998) y Mil y una muertes (2004) y preludia, de este modo, las dos partes siguientes del libro en las que se dedica por completo al análisis de su obra.

En “Sergio Ramírez, los comienzos”, Moro se sostiene en las nociones de Edward Said con el objetivo de analizar el modo en el que el escritor se autofigura desde sus inicios en las acciones intelectuales. Aún más, en este apartado busca indagar sobre el lugar en el que Ramírez ubica su discurso en relación con los debates acerca de la tarea del escritor revolucionario y de su propio posicionamiento en el campo centroamericano y nicaragüense. Así, con este propósito, la autora elige poner en diálogo algunos textos de inicio con otros de escritura posterior. En ellos lee esta doble vertiente vinculada, por un lado, con la afiliación al ámbito político y cultural y, por el otro, con la producción de significado de su obra. “Balcanes y volcanes” (1973), uno de los textos trabajados, es visto en esta doble perspectiva; es decir, mientras se analiza el texto desde el punto de vista genérico, se ubica a su autor en la tradición ensayística latinoamericana.

Otras escrituras abordadas, en este sentido, son los cuentos publicados antes de su etapa de formación en Europa —también considerados de inicios— que constituyen, según Moro, muestras tempranas de lo que será su narrativa posterior. A modo de ejemplo, se podría mencionar que el tratamiento que se les da a los medios masivos en este corpus vuelve a aparecer en sus novelas más recientes como Castigo divino (1988).

Finalmente, la tercera parte del libro “Sergio Ramírez, escritor consagrado” se centra en las obras publicadas con posterioridad al decenio revolucionario; esto es, Margarita está linda la mar (1998), Sombras nada más (2003), Mil y una muertes (2005) y un texto vinculado tanto con la tradición del ensayo como con la de la autobiografía: Adiós muchachos (Memoria de la revolución sandinista) (1999). El eje sobre el que gira el análisis es la relación Literatura/Historia/Nación en tanto cada uno de los textos mencionados constituye una mirada diferente sobre este contexto histórico y, en distinta medida, sobre la participación política y la interpretación literaria de Ramírez en los acontecimientos de su tiempo. Según Moro puede leerse en estos trabajos una preocupación por la necesidad “de una obra literaria y un relato que organice la Historia de Nicaragua; en el mismo nivel también una necesidad de autofiguración como el escriba capaz de cubrir ese vacío” (228).

Volver a la escritura de Darío por el camino de Ramírez, releer a Ramírez desde sí mismo. Una mirada rigurosa y creativa y una prosa clara y precisa: dos cualidades de la escritura que Diana Moro logra articular en este libro que, constituye, sin dudas, un aporte de enorme valía al campo de la investigación literaria.


Sonia Bertón

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