Orbis Tertius, vol. XXII, nº 26, e066, diciembre 2017. ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria



Reseña / Review

 

José Emilio Burucúa, Excesos lectores, ascetismos iconográficos.

Buenos Aires, Ampersand, 2017, Lector&s, 237 páginas1

 


CITA SUGERIDA
Sabato, H. (2017). [Revisión del libro Excesos lectores, ascetismos iconográficos por José Emilio Burucúa]. Orbis Tertius, 22(26), e066. https://doi.org/10.24215/18517811e066

 


 


“Nunca me dio veneno la lectura... creo que leer ha sido una de las fuentes, ora de mi alegría sustancial, ora de mi consuelo en esta vida”: Gastón inicia así un texto que en todos sus pliegues da cuenta de esa relación básica, vital, visceral —diría— con los libros. No sorprende a quienes hemos tenido la suerte compartir con él largas tenidas sobre tantos temas, pues en cada charla esa pasión por leer y por lo leído alcanza en él una intensidad excepcional. Las páginas de este libro están literalmente desbordadas: no alcanzan a contener los “excesos lectores” del título, que se adivinan infinitos…apenas limitados por la propia vida e idealmente continuados en esos hijos y nietos a quien está dedicado.

Me desconcierta, en cambio, el resto del título: ascetismos iconográficos… ¡Ascetismo no rima con Burucúa! Es el último término que se me ocurriría asociar a él y también a este libro, que es algo así como un destilado del Gastón que conocemos. Iconografía, en cambio, sí. En verdad, este libro sobre lecturas está atravesado por imágenes; es más, comienza con una experiencia de la letra mediada por el cine —el niño Gastón va al cine antes de saber leer y descubre el poder de ese saber cuando puede descifrar los subtítulos de A la hora señalada— y termina con la interpretación de un cuadro. “Me despido, dice, con la referencia a un cuadro del que fantasee ser, al menos, dos de sus personajes. Ahora (sigue) podría ser también el tercero”. Se trata de Los tres filósofos, tela de la primera década del siglo XVI, pintada por Giorgone y que se conserva en el Museo de Historia del Arte de Viena. La lectura de ese cuadro es un gran final emocionante en que Burucúa juega con las diferentes posibilidades que ofrece la imagen misma así como su conocimiento en torno a la historia de la tela, de su origen, de sus interpretaciones y, en relación al parentesco estilístico que se establece con Leonardo —un favorito de Gastón— insinúa la posibilidad de un encuentro entre los dos artistas en Milán.

Es cierto que el foco del texto son los libros, y en ese sentido las imágenes están en función del recorrido que marcan aquellos. La exposición se ordena en tramos asociados con la vida del autor, en sus palabras: “desde la puericia a la senectud”. Son cinco capítulos, que refieren a períodos cronológicos pero que se asocian, además, y cito: con “ciertas emociones elementales que la lectura ayudó a construir y contener”: Niñez y esperanza; Adolescencia, tristeza y comedia; Juventud, felicidad y tragedia; Madurez y culpa, y Ancianidad: una reconciliación que huye. Estos cinco pilares le permiten organizar la sucesión de lecturas cuya secuencia aparece pautada desde afuera, por las diferentes circunstancias de la vida —edad, escolaridad, viajes de placer, viajes de estudio y trabajo, episodios de familia (tristes unos, alegres otros), inserción institucional y laboral-. Los libros se insertan así en una trama más amplia, que es el soporte del relato de las lecturas pero queda a la vez subordinada a él. Hay, sin embargo, un hilo que atraviesa todas las etapas y todos los capítulos. Gastón está allí dando sentido al conjunto: más que las referencias a su vida personal (que no son muchas pero sí son significativas), más que la lista de los libros y de las imágenes comentadas, lo que da unidad a este abigarrado conjunto es la manera de contar y lo que el autor logra trasmitir a partir de cómo cuenta lo que cuenta. Es en ese registro que la palabra ascetismo no encaja. En cambio, son otras las pulsiones que alimentan esta empresa intelectual: curiosidad, goce, generosidad, y una arrolladora pasión por el conocimiento y la erudición.

Me explico. De Gastón se podría aplicar la cita de Terencio: “nada humano le es ajeno”. La uso en su sentido vulgar para aludir a una curiosidad intelectual que no parece tener límites… Así, si es esperable encontrar a la gran literatura —desde Oriente a Occidente y de Norte a Sur—, a los clásicos de la historia y la historia del arte no solo occidental, así como a los no tan clásicos pero más cercanos, todos ellos leídos y releídos, en diferentes ediciones y traducciones —eso sí, en cantidad y densidad inquietantes—, es en cambio sorprendente cuando llega a los tratados de matemáticas o de termodinámica. Y más aún cuando confiesa: “comencé a leer textos largos en inglés y a complacerme en hacerlo… [entre ellos] dos clásicos del análisis matemático que leí enteros durante las vacaciones del 1964 en Córdoba”. ¿Cómo puede ser? me preguntaba al leerlo: no Oscar Wilde o Bernard Shaw o —por qué no— Agatha Christie, ni siquiera Shakespeare o Dickens – ¡análisis matemático! Yo que, al igual que él, me incliné por las matemáticas en algún pasaje de mi juventud, nunca me hubiera imaginado esa lectura para unas vacaciones. Solo alguien impulsado por una curiosidad sin límites, que encuentra el goce en estas exploraciones.

Pero hay más. Esos libros eran y lo cito: “Differential and Integral Calculus del alemán radicado en Estados Unidos Richard Courant, en la edición original de 1936, y una belleza como pocas en la historia de la ciencia, A Course of Pure Mathematics, del inglés Godfrey Harold Hardy, una obra maestra en su última edición de 1952”. Erudición marca Burucúa, cada libro con su propia historia material: traducciones, ediciones, encuadernaciones. Estos textos llegaron de la mano de un primo de su madre, Alfredo de Cesare, nos cuenta con gratitud y admiración, un reconocimiento generoso que extiende a lo largo de todo el libro a personas que, en diferentes momentos, lo alimentaron en su sed de conocimiento, desde su madre y alguna maestra del primario hasta los grandes nombres de su madurez, como sus amigos Chartier y Ginzburg.

Pasión gozosa por el conocimiento, pero también angustiante… así lo plantea sin eufemismos al referirse a su estancia italiana, antesala de su doctorado. Lo cito: “El sobrevuelo de tantas fuentes y textos mayores de la tradición mediterránea eclipsó… mis incursiones por el territorio de la literatura contemporánea. Súmese a ello la necesidad doctoral de estar al día con la bibliografía…: se comprenderá bien cuál era mi angustia frente a las muchas cosas de la vida más intensa de la literatura que me perdía.” Y luego agrega: “no cesaba de lamentarme por lo que se caía en el camino”.

Tanto leído (un corpus inconmensurable) y pero a la vez tanto por leer. El libreto tiene un comienzo pero no tiene un fin: los capítulos encadenan las lecturas más nuevas y más viejas, aquellas a las que recurre día a día, como el Quijote o la historia de Genji, aquellas a las que vuelve más de una vez, las que pasan sin retorno pero siempre dejando un rastro, y —claro— el infinito mundo de las no leídas que esperan el próximo capítulo. Este sería así un libro imposible de cerrar pero Gastón encuentra la forma de cortar esa cadena. Y lo hace imprimiendo un viraje drástico a la narración para dejar los libros ajenos y poner en foco en el que seguramente pronto será el suyo. “Me permito discurrir, dice en su último capítulo, acerca de un texto sobre el que trabajo ahora y mostrar a mis descendientes de qué modo, con qué patchworks de obras ajenas lo he construido y, algo fundamental, el papel que el azar y la serendipity han tenido en él”. Las páginas que siguen se internan en un fantástico mundo que combina erudición con intuición, sabiduría con imaginación, y una creatividad firmemente anclada en las tantas lecturas del recorrido anterior pero que a la vez se desprende de ellas, se suelta, por decirlo así, para dar lugar a lo nuevo: “Las segundas bodas de Filología y Mercurio. Una aproximación a la literatura macarrónica”. Será el libro que todos nosotros, intrigados y curiosos, habremos de leer… pero antes, por cierto, está este delicioso texto que es un Burucúa 100x100, no solo por su letra sino porque es un bellísimo artefacto de edición impecable.



Hilda Sabato


1 Texto leído como presentación en la Feria del Libro el 11 de mayo de 2017, CABA.

 



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